“La mentira tiene una larga tradición en el periodismo”, escribe Arcadi Espada en una de las columnas que se leen en La Verdad (Península, 2021, 352 páginas), antología de las reflexiones – repletas de ejemplos – que desde hace años el periodista español ha estado publicando, centradas todas en la mentira y sus diversas caras y en cómo se destruye el periodismo y la racionalidad, entre otras cosas. “La verdad es un bien común y debe ser protegida”, insiste.
Escenario de crisis. Espada es autor, entre otros, de Raval. Del amor a los niños, acerca del rol de los medios en la instalación del mito de una red pedófila en Barcelona, y de la notable crónica Contra Catalunya, donde expone las mentiras nacionalistas. Se trata de un autor poco citado –y poco leído– en Chile, donde su influencia debiera ser más grande entre columnistas nacionales poco acostumbrados a dejar las prédicas o molestar a sus lectores.
- Es que los escenarios que describe Espada se parecen a los chilenos: dictaduras emblemáticas; transiciones políticas que comienzan a reescribirse; nacionalismos en progreso; una crisis profunda en la prensa y la irrupción de un nuevo tipo de izquierda. Hay cosas en que lo superamos, claro: nunca tuvo allá, por ejemplo, un Rojas Vade que resumiera tan consistentemente las farsas mediáticas ni una ola de denuncias de violaciones en cuarteles policiales o centros de tortura, desaparecidos en medio de protestas o miles de muertos ocultados en una pandemia.
Diarios. Se trata de un diario que se ordena por tópicos. Por ahí se detiene en el rol de la imagen en el periodismo, y de cómo ha cambiado. Espada, por ejemplo, defiende la publicación de fotos de lo que produce el terrorismo (“La primera función del periodismo es herir la sensibilidad del lector”).
- El rol de la imagen de la víctima en la prensa, a partir de una vieja foto de un padre con su hijo llorando en la posguerra civil española, le hace escribir que hoy las víctimas saben posar, no como antes que se las podía fotografiar y no tenían idea de cómo debían verse: “Hoy padre e hijo llorarían resueltamente ante las cámaras. Perseguirían inconscientemente su condición simbólica, porque llorarían como han visto hacerlo en las imágenes a personas que han atravesado, en la ficción simbólica, situaciones parecidas a las suyas. Es natural. La mayor parte de las personas penetran, a través de la televisión o el cine, en un número infinito de escenarios de tragedias donde se desencadenan los más diversos mecanismos retóricos de la angustia”.
- “El hombre moderno ha visto morir a un número de semejantes que no tiene parangón con ninguna época anterior. Aunque sea de mentirijillas. En esos escenarios ha aprendido qué decir y qué cara poner. Ha aprendido la lección que luego repetirá si tiene la fortuna de que las cámaras lo enfoquen (y hoy esta fortuna es muy probable, porque las cámaras consumen muchas toneladas de alimento). O incluso repetirá la lección, aunque no lo enfoquen”.
Posverdad. “La verdad es siempre vulnerable, aunque solo sea por inferioridad numérica: sobre cualquier hecho hay una sola verdad y mentiras innumerables. La situación se ha agravado con internet y el eco exponencial que obtienen los relatos falsos: la verdad no suele gozar de la plusvalía de la novedad y las mentiras suelen ser más excitantes que anodinas”, dice Espada.
- Para el periodista, la principal amenaza a la democracia moderna no está en el islam radical o en la millonaria dictadura china o en el cambio climático: “Viene del debilitamiento del periodismo. El modo contemporáneo de control político de la verdad no es ya su monopolio; es, simplemente, su disolución en medio del ruido (…) Salvadas las contadas excepciones que se consideren oportunas, el negocio de la información ha dejado de existir para convertirse en el negocio de la opinión. De tal modo que, al margen de los ciudadanos, globalmente considerados, han de ser estos negocios los primeros interesados en la supervivencia de la información. Más que nada para tener algo de que hablar”.
Versiones. En un mundo de eufemismos que llama a las mentiras “hechos alternativos”, Espada se afirma en los hechos. “Noticia no es aquello que alguien quiere ocultar, sino algo que alguien quiere ocultar y es verdadero”.
- Por eso desprecia la equidistancia de la prensa canónica respecto a grandes embusteros como Trump, que para Espada podría haber sido el gran aprendizaje para la prensa norteamericana luego que se pasaran los grandes medios contrastando sus tuits con la realidad y, cuando denunció el fraude en su contra, no dudaron en subtitular que el presidente denunciaba algo “sin pruebas”.
- “El modelo débil de la verdad se ha manifestado de muchos modos en el periodismo. Uno de los más dañinos es la equidistancia entre verdad y mentiras y la consideración de que la verdad es una versión más de los hechos. Las informaciones siempre han tenido el prurito democrático de darle a la mentira la oportunidad de expresarse. Aunque el periodista tuviese pruebas de que un hecho es verdadero, daba la palabra al que lo negaba. Hasta hace unas cuantas semanas el Times no percibió cómo esa práctica distorsionaba la representación de la realidad y las obligaciones del oficio. Tuvo que llegar Trump para que lo hiciera. Tal vez demasiado tarde”.
- Se trata de una alegría de primer mundo, en todo caso. Ni Rojas Vade, ni Mon Laferte ni el doctor File han pasado por filtro parecido. Ni, hay que decirlo, muchas de las cosas delirantes que se leyeron en redes sociales en los últimos tres años en Chile. De lado y lado y de altura a altura. No se trata de mentiras solamente. Sino de posverdad que, “como indica su nombre, es el estado de las cosas en que la verdad no importa. La mentira tenía en gran consideración a la verdad, de ahí que la usurpara. La posverdad la ignora. Ese tránsito que va del Bush de las armas de destrucción masiva al Trump del hecho alternativo”.
- En un libro abundante en ideas filudas, hay una reflexión sobre las mentiras en la prensa. Sobre las historias que son mentira, para ser preciso. Y no deja de tener razón: “Estas falsedades periodísticas son llamativas. Suelen ser el resultado de malas prácticas y de la peligrosa e inevitable empatía que el periodista traza con su fuente: ambos están interesadísimos en que la historia sea cierta. Si se aprovechan correctamente, dan la oportunidad de escribir útiles relatos autoinculpatorios ceñidos a la necesidad de responder al cómo lo hice y no al irrelevante porqué. Es obvio que hacen daño al oficio, y de ahí las temibles distinciones que el Instituto Poynter o la Columbia Journalism Review reservan al peor ejemplo periodístico del año.
- Pero no son, ni de largo, las mentiras más dañinas que publican los periódicos. A las mentiras les pasa lo que a los eufemismos: una vez detectadas pierden toda virulencia. El problema es cuando siguen ahí, blindadas en la respetabilidad de las versiones.