El resonante triunfo de Republicanos puso a todo al mundo a preguntarse de qué tipo de derecha se trata. Para bien o para mal, la autopercepción no basta. Hay gente que se dedica a mapear las coordenadas ideológicas de los distintos discursos políticos. Y los entendidos sugieren que se trata de un tipo de “derecha populista radical”.
Según Cas Mudde, el politólogo que acuñó la categoría pensando en el paisaje político europeo, la derecha populista radical combina tres elementos discursivos: populismo, nacionalismo, autoritarismo.
Populismo, para estos efectos, es la convicción de que la sociedad se divide entre dos bandos: a un lado, el pueblo decente compuesto por la gente común y corriente, y al otro lado, la maldita elite que secuestra los beneficios del progreso. Es una distinción moral más que política. Como dice la politóloga argentina Esperanza Casullo, el populismo es una historia de héroes y villanos.
El factor nacionalista se relaciona con la exaltación de los valores y símbolos patrios, que también establecen una distinción entre lo propio y lo foráneo. En el caso europeo, la derecha nacionalista -o nativista- suele oponerse a la integración regional y a los flujos migratorios. Es común que estos discursos también apelen a la nostálgica recuperación de una gloria perdida, un edén imaginario sepultado por un presente de caos e incertidumbre.
Finalmente, autoritarismo no quiere decir que sea estrictamente opuesto a la democracia. Estas derechas compiten en elecciones, aunque algunos abrigan dudas respecto de su compromiso con las reglas del juego (cuando cuestionan los resultados en la derrota, o tras la victoria son reticentes a abandonar el poder). Autoritarismo es más bien una tendencia a relajar los estándares liberales del estado de derecho y el debido proceso para proyectar mano dura contra la infracción de la norma.
¿Y bien? ¿Calza Republicanos? En sus dos campañas presidenciales, su líder José Antonio Kast ha acusado sistemáticamente a las elites de estar divorciadas de los intereses de la gente ordinaria, y de promover agendas en su exclusivo interés. Como la elite es un significante vacío, diría Ernesto Laclau, los enemigos de Republicanos no son las oligarquías empresariales -como suelen serlo para los populismos de izquierda- sino el buenismo progresista. La elite vilificada no está en Sanhattan sino en Ñuñoa. No es Pérez Cruz sino Matamala. Pero la distinción maniquea entre dos campos enfrentados subsiste.
Por el otro lado, Republicanos parece encarnar una cierta estética de la chilenidad tradicional, esa que celebra el rodeo, asiste al Te Deum y aplaude la Parada Militar. Todo lo contrario de las izquierdas avergonzadas de su patria que enarbolan banderas negras y mapuches, al tiempo que festejan la migración descontrolada. Su eslogan en la última campaña, de hecho, apelaba a RE-cuperar Chile de la presente decadencia, para RE-trotraerlo a un lugar en el pasado donde las cosas eran más simples, más puras.
Del autoritarismo también hay visos. No hace falta ser pinochetista para demandar más garrote y menos zanahoria en una percibida crisis de orden público. A muchos Republicanos les gustaría terminar con la tontera del garantismo penal, proceder con las expulsiones sumarias y dotar a las policías de manga ancha para correr bala, sea en la frontera norte, la Araucanía o las calles de Santiago.
Respecto de su lealtad a las reglas de una democracia liberal, Kast se comportó de forma muy distinta a Trump y Bolsonaro cuando perdió la presidencial de 2021, aunque más de alguno recuerda que en 2017 sembró la sospecha de que la izquierda podía robarse la elección. La Fundación Ciudadano Inteligente sostuvo que su programa de gobierno “levanta más alertas (que Boric) en torno a la posibilidad de estar frente a un líder potencialmente autocrático”.
Estos tres elementos discursivos -populismo, nacionalismo y autoritarismo- no deben ser tratados necesariamente en forma peyorativa. Hay muchas -muchísimas- personas en Chile que defienden una visión del mundo donde están ellos y nosotros, que aman a su bandera por sobre todas las cosas, y que creen que la crisis de seguridad no solo amerita sino que exige más severidad y menos tolerancia. Republicanos bien podría abrazar la calificación de derecha populista radical si está de acuerdo con todo esto, como lo han declarado con orgullo desde Steve Bannon a Viktor Orban.
La otra alternativa es contradecir la intuición de los observadores y mostrar en la cancha de qué (otra) madera están hechos. Si efectivamente conciben el espacio constituyente como una oportunidad para generar un gran acuerdo transversal, en línea con la tradición liberal consensualista, en lugar de un reducto adversarial para imponer la hegemonía que le permiten sus números, entonces se estará alejando del perfil populista que define prototípicamente a este tipo de derechas.
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