“Creo que el texto, en mi opinión, va a ser algo que nos va a permitir avanzar”, dijo Gabriel Boric el viernes 3 de junio ante los empresarios de la Cámara Chilena de la Construcción al referirse al borrador de nueva Constitución. Nada sorprendente, por supuesto. Recién instalado en La Moneda, había dicho que “cualquier resultado será mejor que una Constitución redactada por 4 generales”.
Bueno, ya conocemos ese “cualquier resultado”, y Boric lo respalda sin condiciones. El problema es que, al hacerlo, convierte el plebiscito del 4 de septiembre no solo en un pronunciamiento sobre el texto propuesto, sino sobre su propio mandato.
Es imposible que él ignore el riesgo que está corriendo al apostar doble o nada. Para todos los efectos, el borrador será visto como “La Constitución de Boric”. No cuesta deducirlo puesto que las fuerzas que la gestaron son, más o menos, las mismas que están gobernando. El texto lleva la marca de fábrica de los colectivos asociados del Frente Amplio, el PC, el octubrismo y la izquierda indígena.
Allí se sintetiza lo que esas fuerzas desean para Chile. Que Boric acepte asumir la responsabilidad por algo que dista de ser una Constitución de integración nacional, es difícil de entender desde el punto de vista de la racionalidad política. La explicación posible es, entonces, que está forzado a actuar así.
En realidad, Boric se encuentra en un callejón sin salida. Las circunstancias lo llevaron a la presidencia de la República en el mismo momento en que estaba en desarrollo un experimento dudoso que él mismo contribuyó a poner en marcha y que tiene muy mal aspecto. Por eso es que Fernando Atria le ha recordado en público que él está “comprometido” con los resultados del proceso constituyente, y que la suerte del gobierno está amarrada a la de la Convención.
Es un sarcasmo de la historia que Boric haya quedado atrapado en una lógica que no controla, y que podría conducirle a pagar todos los platos rotos.
Esto se conecta con el hecho de que el Frente Amplio tiembla ante el octubrismo, incluso más que ante el PC. La peor pesadilla de Boric, Siches, Jackson, Crispi y los demás dirigentes frenteamplistas es la posibilidad de que venga una revuelta como la de octubre de 2019. Eso explica los reiterados gestos de Boric hacia ese mundo en el que predominan el voluntarismo beligerante y los dientes apretados.
Recordemos que la primera iniciativa de Boric como mandatario fue el indulto a los presos de la revuelta, y como hasta hoy ello no se ha materializado, han revoloteado los insultos en su contra. También para sintonizar con esos sectores, Boric entregó en su cuenta una versión singular de la historia de Chile, en la que mostró el 18 de octubre como una gesta justiciera, de la que él intenta ser heraldo.
Por último, está la convergencia del FA con el octubrismo en la Convención: si se apartara de ese pacto, se arriesga a ser declarado “enemigo del pueblo” en una ceremonia en plaza Italia.
Los líderes del FA no estuvieron a la cabeza de los actos de violencia y pillaje de 2019; se limitaron a sacar provecho político. Se cometería una injusticia si se les acusara de haber llamado a saquear y quemar; solo capitalizaron los efectos sociales y políticos de ello.
En suma, no se ensuciaron las manos; solo las tendieron para recibir los dividendos. En consecuencia, se sienten en deuda con los sectores que sí se comprometieron con la acción directa del modo que todos recordamos.
Nadie duda de que La Moneda será el cuartel general de la campaña del Apruebo, y que Giorgio Jackson será el jefe de esa campaña. Todos los ministros, subsecretarios, jefes de servicio, delegados presidenciales regionales, directivos de las empresas públicas y otras reparticiones entienden que, más que el contenido del proyecto de la Convención, lo que se juega en septiembre es la supervivencia política.
Así lo entiende hasta Mario Marcel, que ha llegado a decir que en el borrador no hay nada de qué preocuparse en materia económica, lo que significa que no le inquieta, por ejemplo, la “restitución” de tierras llamadas ancestrales, y todo lo que podrían acarrear las posibles expropiaciones y ocupaciones anárquicas de predios en la macrozona sur.
Boric asumió hace solo 3 meses, y su gobierno no consigue irradiar verdadera autoridad ante el país. En tal contexto, el plebiscito solo multiplica sus problemas. Para salvar su gestión, solo le sirve el sentido de las proporciones, pero su cuenta ante el Congreso falló precisamente por ese lado.
Está atrapado en el relato redentorista que embriagó a las izquierdas asociadas en la Convención. Probablemente, percibe las colosales dificultades que plantearía, si gana el Apruebo, la tarea de poner en ejecución “esa cosa” elaborada por Atria, Bassa, Daza y demás padres de la criatura, pero no tiene ni el temple ni las fuerzas para hacer una opción distinta a la de entrar en la selva refundacional. El puro esfuerzo de asegurar una transición que no produzca un descalabro nacional, duraría todo su período.
Curiosamente, lo que le convendría es el triunfo del Rechazo, para seguir gobernando con las normas con las que fue elegido. Ello permitiría que el país recuperara la calma, se redujera la incertidumbre respecto del marco jurídico e institucional, y que su gobierno y el Congreso abordaran con serenidad los eventuales cambios constitucionales. Pero, como es obvio, él no puede decirlo.
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