Junio 19, 2022

Por qué “aprobar para reformar” le está ganando a “rechazar para reformar”. Por Noam Titelman

Ex-Ante

En el apruebo no hay varias estrategias distintas en disputa, lo que hay es un grupo de liderazgos que se niega a aceptar que aprobar significa necesariamente aprobar para reformar. Un grupo que está reflejado principalmente en algunos convencionales.


El Servicio Electoral (Servel) ha actualizado las cifras del conteo de votos del plebiscito constitucional del 4 de septiembre. La tendencia que se veía observando se confirma. Rápidamente, los voceros de las distintas encuestas explican que el resultado se debe a un movimiento de último momento del electorado. Los analistas en la televisión felicitan al Servel y a los vocales de mesa por el “ejemplo democrático” que han entregado. “Esto no pasa en todos los países” repiten con orgullo.

Esa noche, los del lado victorioso saldrán a las calles a festejar. “Es Chile el que ha ganado” gritarán en las plazas entre algarabía y música. En el comando de los perdedores habrá caras tristes y discursos conmovedores. “Esto es solo el comienzo” se dirá entre llamados a reconocer lo que significan los votos alcanzados, aunque no hayan superado la barrera del 50%.

Y, entonces, terminado el ritual republicano, aparecerá una pregunta con los primeros rayos del sol del día siguiente: ¿Ahora qué?

Zizek bromeaba, a propósito de la película “V por Vendetta”, que daría lo que fuera por saber qué pasaba el día después del alzamiento popular retratado allí. Más aún, decía que el gran problema de los movimientos sociales y las fuerzas progresistas era la escasez de respuesta para la pregunta del “día después”.

¿Qué ocurrirá el día después del plebiscito? Evidentemente dependerá del resultado electoral que se dé ese día. Sin embargo, no solo podemos, sino que debiésemos hacer un esfuerzo para proyectar ese 5 de septiembre lo más fehacientemente posible.

Comencemos por el escenario en el que gana el rechazo. A grandes rasgos, es posible pensar al rechazo en el congreso dividido en tres grupos.

El primero es un pequeño grupo que genuinamente busca que gane el rechazo, para luego comenzar un nuevo proceso constituyente. En general, este es el grupo que apoyó en algún momento el proceso constituyente (probablemente con reservas), pero no le gusta el texto propuesto. Llamémoslo “Rechazar para reformar”.

Un segundo grupo, más grande pero aún minoritario, entiende el proceso constituyente en su conjunto como un error (o un horror) y ve en el rechazo la posibilidad de volver a foja cero. Más allá de abrirse a algunas reformas menores, no cree que haya mayor problema con la constitución actual y, en cualquier caso, si llegase a ganar el rechazo lo vería como la mejor oportunidad para defender la supuesta legitimidad de ese texto. Llamémoslo “Rechazar para rechazar”.

Por último, la gran mayoría de los congresistas del rechazo preferirían un escenario de victoria con reformas mínimas al texto constitucional, pero sin quedar como los culpables de que no se haya alcanzado una nueva carta magna. Idealmente, a este grupo le gustaría poder endosarle al gobierno la culpa de no alcanzar un nuevo texto.

Después de todo, es cosa de ver lo que ha ocurrido con tantos otros debates estancados en el congreso, como el de la reforma a las pensiones. Rara vez la ciudadanía responsabilizará al congreso por los proyectos que se aprueben o no. Más allá de los culpables, la responsabilidad casi siempre termina cayendo en el ejecutivo (en cualquier caso, las culpas colectivas en el congreso se diluyen).

Este es el grupo mayoritario de la derecha en el congreso. Llamémoslo “Rechazar para endosar”.

El día después del plebiscito, en caso de ganar el rechazo, va a depender de este último grupo. Si es exitoso en endosar la culpa al gobierno, no habrá nueva constitución. Si no logra hacer flotar una estrategia como esa, este grupo se verá obligado a decantar entre “Rechazar por reformar” y “Rechazar para rechazar”.

Para ser justos con el grupo de “Rechazar para endosar”, no se trata únicamente de oportunismo estratégico. El mundo del rechazo se encuentra en un verdadero zapato chino debido a la naturaleza de su base de apoyo. Según la última CADEM, el 18% del 46 que apoyarían el rechazo, no quieren saber nada de una nueva constitución, mientras que el 28% quiere tener un proceso que culmine en una nueva constitución.

Es decir, el mundo del rechazo tiene que navegar una coalición con dos grupos grandes que quieren cosas opuestas para el 5 de septiembre. Por eso no es de sorprender que la posición tomada por la dirigencia de la derecha ha terminado siendo más bien la ambivalencia y la triangulación.

¿Qué ocurrirá en caso de ganar el apruebo? La respuesta en ese caso es mucho más simple. La eventual tensión entre los “Aprobar para aprobar” y “Aprobar para reformar” ya está resulta.

Se resolvió cuando se aprobó que la nueva constitución podrá ser reformada por el congreso actual por apenas 4/7 para la mayoría de su articulado y, plebiscito mediante, podría redactarse entera de nuevo. Es decir, el actual congreso, sin ni un solo voto del PC o del FA, podrá cambiar buena parte de la constitución y, si así lo quisiese, convocar un plebiscito para modificarla completamente.

Aprobar esta constitución, despojada de los candados de la constitución vigente, es necesariamente “aprobar para reformar” porque la nueva constitución justamente busca ser un texto mucho más flexible que el actual.

Por eso no sorprende que en la encuesta CADEM cuando se hace explicita la posibilidad de reformar la constitución después del plebiscito mejora sustancialmente la posición del apruebo. Aprobar sin reformar obtiene 14 puntos, mientras aprobar con reformar 34 puntos.

Con reforma sobre la mesa, aprobar, en todas sus formas, obtiene 48%, frente al 46% del rechazo en todas sus variedades. En la misma encuesta, sin poner la reforma sobre la mesa, aprobar obtiene 39% y rechazar 43%.

En definitiva, abriendo la puerta al “día después” y a las reformas que podrán venir, “aprobar para reformar” le gana por mucho a “rechazar para reformar” (34% versus 28%). En cambio, cuando la pregunta es por aprobar o rechazar sin considerar el día después, gana “rechazar para rechazar” (18% versus 14%).

Mientras el problema del rechazo es estratégico, el del apruebo es táctico. En el apruebo no hay varias estrategias distintas en disputa, lo que hay es un grupo de liderazgos que se niega a aceptar que aprobar significa necesariamente aprobar para reformar. Un grupo que está reflejado principalmente en algunos convencionales.

El ejemplo más patente de esto fue el intento fallido de poner el candado de 2/3 a cualquier reforma realizada por el actual congreso al nuevo texto constitucional.

El 5 de julio, cuando la convención constitucional termine su labor de redacción, les tocará hacer algo muy difícil. Hacer algo que define a las democracias: entregar poder a otros.

No por nada Przeworski famosamente definió democracia como el régimen político en que los partidos pierden y, sorprendentemente, aceptan su derrota.

No se trata en ningún caso de menospreciar el trabajo de la convención. A los convencionales les corresponde que se les extienda la gratitud republicana que merece todo el que se ponga al servicio de representar a su pueblo. Se trata de que, desde el 5 de julio, los únicos representantes nacionales con legitimidad democrática -con absolutamente toda la legitimidad democrática- serán los que están en el congreso y en la Moneda.

“La convención se defiende”, el lienzo con el que la convención hizo entrega de su primer borrador, puede tener sentido como un juicio histórico. Sin embargo, para los que votaremos apruebo, en el camino al plebiscito y, sobre todo, el día después de este, es el interés público lo que debe ser reivindicado. Menos defender el proceso y más proyectar por qué la nueva constitución mejorará la vida de las personas.

En este sentido, los que apoyaremos el apruebo haríamos bien en poner sobre la mesa una propuesta lo más concreta posible del “día después”. El rechazo ha tenido la astucia de poner en el debate público su visión del “día después” (aunque rodeada de la ambivalencia descrita). Ahora le toca al apruebo.

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