Perfil: Tomás Vodanovic, reservista con instrucción. Por Rafael Gumucio

Escritor y columnista

Vodanovic se sabe dueño de la orfandad de la izquierda más joven y quiere sacarla de la impopularidad insular en que ha caído. El gesto audaz de pedir que los militares salgan a la calle sería, en este empeño, una jugada magistral, si se supiera bien contra quien juega y para quien gana. Adelantarse a lo que va a pedir la derecha es, por supuesto, quitarle parte del discurso a la derecha. Pero eso no significa recuperar ese discurso para la izquierda. Entender al otro es, muchas veces, lo contrario de serlo.


El alcalde de Maipú, Tomás Vodanovic, parece reunir todos los lugares comunes del frenteamplismo más caricaturesco: Alto, guapo, con una barba que lo asemeja a Jesucristo, estudió Sociología en la Católica, se postgraduó en Inglaterra y Estados Unidos. En esa biografía de este dirigente de Revolución Democrática, habitante de Ñuñoa, solo un dato no cuadra: no estudió en un colegio jesuita como muchos revolucionarios democráticos, sino en uno de los Legionarios de Cristo. En el colegio Cumbre para más señas.

Su indudable pasión por la justicia social no fue entonces un ramo más o menos obligatorio de su curriculum escolar, sino una decisión personal e intransferible que debió haber sorprendido, sino horrorizado a mucho de sus compañeros y profesores. De ahí quizás su empeño en crear instituciones y no comprarse los discursos más o menos vacíos de las Ciencias Sociales, buscando enraizar su trabajo en la conversación con eso que evita como la peste justamente llamar “territorio”.

Así, Vodanovic no se acercó a Revolución Democrática desde el mundo de Giorgio Jackson y sus profetas, sino del de Pablo Vidal, ferozmente enraizado en el trabajo de base, como él, y menos comprometido con los discursos de la nueva izquierda. Un sector del mundo RD mira a la política, y a los políticos de antes, sin asco ni distancia sino con una complicidad que los hizo vivir dentro de su partido siempre a punto de la expulsión.

Una expulsión que vio en vivo y en directo en la figura del propio Vidal y Natalia Castillo. Esto explica su propensión a sincronizar sus hechos y gestos con los de la ministra del Interior. Esto explica que, en el mundo del Socialismo Democrático, lo vean como la cara más visible, o más tolerable, no solo para las municipales, sino también para la presidenciales.

Virgen, por lo que se sabe, de negocios o negociados fundacionales, serio, empeñoso, pero, al mismo tiempo suficientemente astuto para hacer visible todo lo que lo separa de la alcaldesa anterior, Cathy Barriga, mezcla de Ferdinand e Imelda Marcos en una sola persona. Vodanovic se sabe dueño de la orfandad de la izquierda más joven y quiere sacarla de la impopularidad insular en que ha caído. El gesto audaz de pedir que los militares salgan a la calle sería, en este empeño, una jugada magistral, si se supiera bien contra quien juega y para quien gana.

Adelantarse a lo que va a pedir la derecha es, por supuesto, quitarle parte del discurso a la derecha. Pero eso no significa recuperar ese discurso para la izquierda. Entender al otro es, muchas veces, lo contrario de serlo.

¿Pero quién es uno? ¿Pero quién es el otro? Este no es otro que el centro del debate que agita al oficialismo, y con él a toda la centroizquierda, desde ya algunas semanas. Problema que agita siempre, por lo demás, a la izquierda cuando está en el poder. Poder que es siempre incómodo para quienes entraron a militar en la izquierda para oponerse justamente al poder. Poder que es muchas veces nominativo, esquivo, complejo, frente al poder real, que alguien alguna llamó “factico”, es decir de hecho y en los hechos.

Sacar a los militares de sus cuarteles a hacer de policías, en este país y este continente, nunca es gratuito y nunca del todo inocente. Parecen entenderlo mejor que nadie en Chile, últimamente, los militares. Cuando se juega esta carta, pocas cartas más quedan. La retórica del enemigo interior viene acompañada de demasiados recuerdos funestos, empezando por el de Mussolini y Hitler que la pusieron en el centro de su discurso político, con los resultados que ya se saben.

Por lo demás, es siempre arriesgado declarar una guerra que no se sabe si se puede ganar. En ninguna parte, que yo sepa, en que el Ejército ha sido convocado a luchar contra el crimen organizado, ha logrado vencer del todo, cuando no ha perdido, como en el caso mexicano, estrepitosamente la partida. Por cierto, la lucha contra el crimen organizado, como la lucha contra el terrorismo, puede recurrir al uso de soldados, marinos o aviadores y su capacidad logística, como ya lo hace en Chile.

Pero esto es simplemente una discusión estratégica. La discusión de fondo está en conseguir conectar con un sentido común de izquierda, una visión integrada de la realidad que no viva de reaccionar a los estímulos dispares de la agenda noticiosa. Los chilenos son de izquierda cuando gobierna la derecha, y de derecha cuando gobierna la izquierda. Es nuestra manera extrema de ser de centro.

Hay una explicación de izquierda al fenómeno del crimen organizado y una explicación de derecha. La de izquierda ve en él una prueba visible de una sociedad fragmentada y desigual. La derecha lo ve como el fruto de elecciones personales guiadas, por el atractivo sempiterno que algunas personas sienten por el mal. Las dos visiones son, a la vez, incompletas y parcialmente ciertas. Pero integrarlas no significa poner una explicación pegada a la otra, ni menos pasar de una a otra según el impacto de las imágenes o las cifras que se consiguen en la audiencia.

Construir una visión propia y, al mismo tiempo común, requiere de una reflexión profunda sobre la raíz de los problemas, sin desconocer la variedad de sus formas actuales.

Es la razón porque los habitantes de Maipú escogieron a un alcalde que visiblemente no es uno de ellos, pero que podría tener una visión mas amplia, menos vivencial pero más informada, de los problemas de su comuna. No necesitaban un parlante ni solo un oído, sino alguien que pudiera traducir su impaciencia a un lenguaje más reposado y seguro.

Vodanovic no debe olvidar que esa es parte de la promesa que lo hizo ser quién es. Su 1.93 de estatura que lo hace sobresalir en todas las fotos, debería ayudarle a ver más lejos. Es esa mirada la que necesitamos desesperadamente, no más grande o más intensa, solo más lejos.

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