En el Chile de hoy los tres mosqueteros son solo dos: Gabriel Boric y Gonzalo Winter. El primero ha hecho siempre de D’Artagnan, el jovencito provinciano llamado a encontrar el collar de la reina y quitarle la máscara del hierro al heredero del trono. A Winter le ha tocado en cambio ser todos los otros papeles: Porthos, Aramis y Athos, siempre dispuesto a sacar la espalda por su amigo de universidad y arriesgarlo todo para que no le lleguen a ellos los golpes de espada.
Sabemos ahora que los mosqueteros eran más, que el Presidente contaba con un grupo más nutrido de amigos de la facultad de derecho de la Universidad de Chile. Sabemos también que esos otros mosqueteros, de Javier Velasco a Matías Meza-Lopehandía, se mantenían con justicia en la sombra. O más bien hablaba bien de este club de Toby haber elegido a la perfección quienes serían sus voceros más públicos: Boric como el “jovencito” de la película, el nieto que todo abuelo quisiera tener y Winter, el voluntarioso campeón de esgrima verbal, el hombre que goza argumentando en los platós de actualidad de la televisión.
Como en toda novela de capa y espada, hay traiciones, amores, guerras y secretos entre estos Mosqueteros. En la novela de Alejandro Dumas una de las enemigas más feroces de D’Artagnan se llama justamente Milady de Winter (casada con el Lord de Winter). Una bella y peligrosa espía al servicio del malvado Richelieu. En la versión chilena de esta novela en desarrollo, el traidor se llama Jorge Sharp, repleto de resentimientos y extravíos, que cree que podrá conquistar la izquierda más radical que sus excompañeros de armas están llamados a abandonar. Idea genial que choca justamente con la simple constatación que no se puede ganar nada con gente cuyo mayor honor en la vida es perder siempre.
Winter y Boric fueron en cambio criados para ganar, mucho más incluso de lo que estarían dispuestos a admitirlo en su fuero íntimo. Es quizás lo que los separa para siempre no solo de Sharp sino de la mayoría de los liderazgos naturales del Frente Amplio: No solo quieren ganar, sino que no saben hacer otra cosa que ganar. Para eso entraron a la facultad de leyes de la Universidad de Chile, para ganar. Para Boric se trataba de volver a Punta Arenas con un prestigioso título de Santiago en las manos. En el caso de Winter seguir una tradición familiar, hijo de abogada, pero más importante aún nieto de quien fue uno de los penalistas más importante y famoso de su época: Alfredo Etcheberry.
Querían ser respetables y ojalá ricos abogados hasta que se interpuso de pronto en plena toma del 2009 la idea de que podían ser algo más que eso: líderes de un país huérfano de políticos hábiles, o al menos coherentes, de menos de 40 años.
No se soñaron presidente ni diputado siquiera, pero pensaron que antes de ser viejos podían jugar al menos a ser un poco jóvenes. La toma de la escuela de Derecho del 2009 que los transformó en líderes, contó con el apoyo de muchos de sus profesores, algunos de ellos entre los más prestigiosos y prósperos de la escuela. Este elemento es esencial a la hora de entender la naturaleza de su rebeldía. Winter y Boric y compañía se rebelaron contra los profesores apoyados por los profesores. Nunca se opusieron a todos los adultos sino solo a algunos, los menos fotogénicos, los menos presentables, los que estaban llamados a pasar de moda y perder.
Su fecha de nacimiento (1986 Boric, 1987 Winter) los obligo a juntarse con feministas, ecologistas radicales, anarcos y veganos varios, sin que estos movimientos hicieran mella profundamente en su visión del mundo. En 1990 habrían sido PPD, en 1970 del MAPU, Demócratas Cristianos en 1965 y Radicales en 1920. Porque Winter y Boric son algo más que políticos tradicionales: son políticos clásicos. Entienden el mundo dentro de un continuo histórico. Argumentan desde la razón y no desde los sentimientos. Creen que existe una verdad, aunque saben que es difícil definirla y cercarla del todo, pero igual lo intentan.
Ex alumno del Verbo Divino, Gonzalo Winter, es hijo de la élite en el mejor sentido de la palabra élite: han recibido una educación esmerada, han leído libros, han viajado, conocido gente, se han codeado con el poder desde niños sin que eso los haya corrompido. Los prepararon para opinar, legislar, aunque no necesariamente para gobernar. Pero igual gobiernan con esfuerzo, con tesón, con dolor y con ganas, “todos para uno y uno para todos” como decían los Mosqueteros.
Entre medio de ese esfuerzo se cruza algo parecido a la culpa que creo que también se parece al miedo. Las redes sociales han instalado en medio de la plaza una guillotina que ningún Robespierre gobierna. Esta decapita a todos los que considera parte de los “privilegiados”. Winter y Boric ayudaron a instalar esa guillotina al centro de la plaza pública. Han vivido de ella, sin dejar de saber que hay pocos cuicos más cuicos que ellos, y pocos más privilegiados. Sociológicamente hablando podrían haber sido ministros de Piñera, el hombre para quien se levantó la guillotina.
Inteligentes y precavidos, nuestros Mosqueteros, en medio de su intento de gobernar no dejan de hacer guiño a sus posibles verdugos de las redes sociales. Para ellos defienden/retwittean amenazas a periodistas, respaldan a subsecretarios equivocados o comparan a Santiago con Praga, la ciudad de Kafka.
Los errores de Winter, como los de Boric, no nacen así de una intuición equivocada o de una argumentación defectuosa sino de su empeño en no traicionar su inexistente base partidaria. Eso y el miedo a caer en el bando de los “cuicos” a los que se tiene permiso de demoler, escupir y patear en el suelo, con ese racismo esencial que se basa en echarle la culpa a otros de sus deficiencias y errores.
Es el miedo a ser ese “otro” que es el mismo, lo único que separa a políticos como Gonzalo Winter, preparados y capaces como pocos, de algo parecido a la gloria.
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