Al renunciar a repostularse como alcaldesa de Providencia, Evelyn Matthei hace dos cosas. La primera, la más evidente, es quedarse sola en la carrera presidencial. Una carrera a la que le quedan dos años. Dos años que son, por los tiempos que corren, dos eternidades. Lo otro que hace es quizás más sutil, pero más importante: Al tomar la decisión a solas y sin consultarle a nadie del partido y la alianza, hace visible la crisis de conducción y de ideas que asola a Chile Vamos y al resto de la oposición también.
Es cierto que Evelyn siempre fue en la derecha un electrolito libre. La hija del general que quería ser pianista, que comulga en iglesias luteranas y no católicas como el resto, que dice chuchadas como quien lanza piropos, que estudia antes de hablar, nunca ha sido fácil de domar. Pero de una manera u otra ha sido leal a los partidos en los que ha militado: RN del que fue una de las fundadoras y la UDI que la acogió después del infamante episodio del “Kyotazo” y que no le permitió seguir en RN.
Estuvo así dispuesta a ser candidata a presidenta sabiendo que perdería solo porque era necesario para su sector. Salir de ministerios y entrar en ellos, según las necesidades del conglomerado. Obedecer las órdenes de Piñera, un hombre contra el que se levantó en guerra pública y sangrienta alguna vez. Por eso mismo, por esa larga vida en que ha estado donde la necesitaban sus correligionarios, impresiona que decida llevarse su prestigio con ella y mirar desde algún palco a sus dirigentes sacarse los ojos para intentar caber todo en la municipalidad de Las Condes o la de Vitacura o la de Lo Barnechea.
Ser oposición es una droga como cualquier otra. Te permite, al ritmo de las acusaciones constitucionales y los desastres del adversario, no mirar tus propias debilidades estructurales. Las de la derecha son quizás más graves que nunca porque conviven con la seguridad de que fatalmente les toca a ellos gobernar. ¿Gobernar para qué? ¿Gobernar para quién? La derecha tuvo a su carga el segundo proyecto constitucional y estiró hasta el absurdo esos miedos que llaman convicciones, pariendo un texto absurdo que Chile se sintió feliz de rechazar.
Solo Evelyn advirtió que era mejor abortar ese proyecto que, entre otra cosas, quería prohibir el aborto. Solo ella entendió que los chilenos, por más asustados, confundidos, y enojados que estén, no quieren retroceder en los derechos adquiridos. Solo ella entiende, a veces, que el 18 de octubre no es un accidente meteorológico o una invasión de extraterrestres y, si bien es imposible que se repita, es imposible, que de manera ínfima e individual, no siga perpetrándose día a día un estallido silencioso.
La izquierda no sabe que quiere hacer, pero lo está haciendo. La derecha, que tampoco tiene proyecto alguno, piensa que, con deshacer lo que haga la izquierda, basta y sobra. Tratar a un gobierno moderado en que mandan dos ministros más que sensatos (Tohá y Marcel) como si fuera revolucionario, pensar que Chile está hundido en la miseria y el miedo, resultan ser otras formas cómodas de no pensar.
Una manera como cualquiera de no recordar que todos los problemas que enfrenta este gobierno, inseguridad, inmigración, bajo crecimiento, tomas de terreno en el sur, norte y centro, los vivieron la derecha en su gobierno sin tener una respuesta ni un poco más efectiva que este gobierno. Algunas de estas crisis, como la inmigración descontrolada de venezolanos, son una herencia directa de Sebastián Piñera, ayudado por Roberto Ampuero, quizás el peor canciller que haya tenido nunca nuestro país.
Evelyn sabe todo eso. Lleva en la política más tiempo del que podemos recordar. Aunque se ve cada año más joven, lo ha vivido todo, y todo con esa pasión que a veces la nubla y le hacer vaciar botellas de whisky delante de embajadas e insultar a Nicolas Cataldo para después de conocerlo y jurarle eterno amor. Cambio de ánimo, pasión vital, capacidad infinita para aplastar al contrincante que nace, sin embargo en ella, de una pasión genuina por la inteligencia del otro. O quizás, más bien, por un odio visceral a quienes insultan su inteligencia.
El “¿tú crees que soy huevona?” que le lanzó a la cara a la diputada Isasi resume a la perfección lo que más le irrita en el mundo. La diputada Isasi era, lo supimos después, algo más que astuta, pero lo que a la Evelyn le hizo salir de casilla fue el tono infantilizado con que las mujeres se suelen tratar en Chile entre sí. Evelyn escapa como la peste de los grupos de puras mujeres que se sientan en los matrimonios a pelar el traje de la novia y los invitados. Prefiere la pandilla de señores que conspiran o discuten.
Su éxito en la política se basa en que no hay mucha distancia entre lo que hace y lo que dice que quiere hacer. Sus fracasos tienen que ver en cambio con la pasión arrebatada con que se acuerda que es de derecha y pasa de entender a escuchar, a fusilar y dar por muerta la conversación. Lo mejor que tiene es que es perfectamente capaz de lo que se propone, pero que hay algo en ella que hace temer de que es capaz de cualquier cosa. Muchas cosas que algunas veces son demasiado.
Eso explica porque, a pesar de tener la mejor imagen de ella como persona y como vecino de Providencia, no votaré por ella. Nunca he votado por la derecha en mi vida, pero esta derecha, carente de proyecto, perfectamente frívolo, habitada por toda suerte de ansias y nostalgias dictatoriales, no hará romper mi manda.
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