Perfil: Diosdado Cabello, el omnipotente. Por Rafael Gumucio

Escritor y columnista

Chile y su gobierno son últimamente de los blancos favoritos del humor color hormiga de Cabello. El desprecio con que trata al Presidente de Chile, la pachorra con que se refiere a las bandas de crimen organizado que se han ido convirtiendo en la principal exportación del régimen bolivariano, son algo más que el desahogo personal de ese pobre capitán de Ejército que se tomó en serio eso de llevar el nombre de Dios y quedar, por culpa de su amor inmoderado al dinero, para siempre detrás del trono. Hay una voluntad expresa en Diosdado de distinguirse del modelo chileno, reformista, gradualista, y alejar a cualquier izquierda latinoamericana que quisiera imitarlo.


Tengo pocas cosas claras sobre el caso del asesinato del teniente Ronald Ojeda, pero sí sé que solo un hombre en todo Venezuela podría planificar y mandar a ejecutar una operación tan compleja, audaz, suicida y minuciosa como esta. Este no es nada menos que el dueño del mazo, un enorme garrote lleno de púas, que Diosdado Cabello, el poder detrás y delante del poder en Venezuela y que manipula a su antojo durante las 4 horas de televisión en que se dedica a chantajear, al nada sutil arte de matonear en vivo y en directo.

Diosdado se llama así en homenaje a líder político filipino Diosdado Macapagal. Pero no puede uno evitar que está a la altura de su nombre porque, como Dios mismo, Diosdado está en todas partes y en ninguna. Porque Diosdado da y quita con la misma crueldad que el Jehová del antiguo testamento.

Como Yavhé o Elohim, la verdad la sabe Diosdado y nada más que Diosdado y sabe cómo castigar a cualquiera que niegue ese último y definitivo mandamiento. Hasta ahí su relación con Dios, porque fuera del poder, que ejerce de la manera mas absoluta, todo el resto de los atributos de Cabello son terriblemente humanos.

Porque ¿Qué puede haber de más humano que meter a tus hermanos en cuanto ministerio hay? Y elegir para ellos ministerios donde pasa dinero, mucho dinero que, según todo tipo de wikileaks, vuelven a las humanas manos de Diosdado, que, como su nombre indica, es un Dios al que hay que darle (mil millones de dólares calculan las fuentes más tímidas).

Diosdado, un hombre bajo y rechoncho, que se parece a mucha gente, es dueño, sin embargo, de una inteligencia y capacidad única entre los lerdos poco preparados que persisten en el chavismo sin Chavez. Segunda antigüedad de su generación del Ejército, uno de los IQ más alto de esa rama de las Fuerzas Armadas (dice la leyenda), ingeniero militar, salió de las filas cuando manejó unos tanques para apoyar al golpe de estado de su compañero de armas.

Condenado y amnistiado, después acompañó a Chávez en la aventura electoral. Fue ministro, gobernador, presidente de la asamblea, del partido y hasta presidente 4 horas, cuando un breve golpe militar derrumbó al régimen que consiguió salvar.

Se esperaba, por este cúmulo de razones, que fuese el sucesor natural de Chávez cuando a este se lo llevó el cáncer. Pero un cúmulo de acusaciones de corrupción y narcotráfico en Estados Unidos y en Europa, le impidieron viajar a ningún otro lugar que no fuera el estudio de televisión en que, vestido de muchos colores que no combinan entre sí, lanza infundios, teje teorías, y blande el mazo medieval con esa sonrisa carente de toda alegría con que se felicitan los matones de las desgracias ajenas.

Chile y su gobierno son últimamente de los blancos favoritos de su humor color hormiga. El desprecio con que trata al Presidente de Chile, la pachorra con que se refiere a las bandas de crimen organizado que se han ido convirtiendo en la principal exportación del régimen bolivariano, son algo más que el desahogo personal de ese pobre capitán de Ejército que se tomó en serio eso de llevar el nombre de Dios y quedar, por culpa de su amor inmoderado al dinero, para siempre detrás del trono.

Hay una voluntad expresa en Diosdado de distinguirse del modelo chileno, reformista, gradualista, y alejar a cualquier izquierda latinoamericana que quisiera imitarlo. Hay también en los desahogos de Diosdado un acto de solidaridad con el PC chileno, con Jadue o el jaduismo. Daniel Jadue que es algo más que un amigo y algo menos que un cliente. Que podría más bien calificarse en la categoría de adicto que depende completamente de su dealer de malas ideas y frases vacías.

En las declaraciones de Diosdado, de Maduro y del canciller venezolano, hay un abierto desprecio hacia el Presidente Boric y unas ganas nada disimuladas de involucrarse en las páginas políticas, pero también en las policiales, del periodismo chileno.

¿Qué saca con esto un gobierno ahogado y sin rumbo que sobrevive solo porque la oposición se le parece demasiado? El poder de cualquier régimen dictatorial se basa en dejarle en claro a sus ciudadanos que no se mueve una hoja sin que él lo sepa. Les interesa que sus ciudadanos sepan que, aunque escapen de sus fronteras, aunque crean que pueden hacer una nueva vida, el ojo de algun Diosdado los sigue vigilando.

Les interesa también que los otros gobiernos sepan que ellos no tienen ni fronteras ni límites, porque esa es la base justamente del socialismo bolivariano: la idea de que las convenciones, los acuerdos, los contratos, las leyes y regulaciones no valen para ellos, que solo la ley del más fuerte, de ese fuerte que juega a hablar en nombre de los débiles, es lo único que vale.

En su época de oro, Chávez dedico gran parte de sus esfuerzos en dirigir y vigilar distintos proyectos de izquierda en Latinoamérica. A golpe de petrodólares estableció una especie de ortodoxia nueva que tuvo en Correa, Evo y Cristina sus discípulos aventajados (todos mucho más exitosos que él, todo hay que decirlo). Venezuela no tiene ya ese poder, pero le queda la idea fantasma de reprobar y tratar de hundir, si se puede, a los que hacen visible que su desastrosa manera de mezclar lo peor del socialismo con lo peor del capitalismo, no es la única vía posible.

Venezuela no puede, como ayer, poner presidentes y tampoco puede botarlos, pero puede hacerles la vida imposible. Puede blandir el mazo con que Diosdado consuela las ambivalencias de su virilidad, para molestar. El gobierno chileno hace bien en no minimizar la insolencia del desacato. Un venezolano alguna vez nos enseñó el valor de la razón como fuente de la ley. Es de toda justicia que Chile le recuerde a Diosdado y todos sus demonios que en Chile no se puede hacer o decir cualquier cosa.

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