Perfil: Catalina Pérez, como Poncio Pilato. Por Rafael Gumucio

Escritor y columnista
Foto: Agencia UNO.

A Catalina Pérez le faltó esa lección de compañerismo sin la que la vida política es demasiado dura para ser soportable. Intentó así explicar que la ley es la ley, que la Contraloría es la Contraloría, que sus amigos no son sus amigos y que esto era entre adultos lejos suyo.


No se sabe mucho aún que hizo o no hizo Catalina Pérez, una de las dirigentas mejor formada y más lucida de Revolución Democrático. Lo que se sabe es que se equivocó. Lo que se sabe es que fue de las últimas en darse cuenta. Aunque esa conciencia tardía de su propio error, o de la propia capacidad, tiene una raíz profunda que está en el centro de muchos de los equívocos que ha causado la generación mejor preparada, y mas súbitamente poderosa, de la historia reciente de Chile.

Hace algunos años, en plena época del caso SQM, PENTA y CORPESCA conversé con un abogado que ya era unos de los referentes intelectuales del Frente Amplio. Yo estaba preocupado porque la amplitud de los casos de financiamiento ilegal de la política, dejaban a la política chilena sin dirigentes válidos y capaces que no estuvieran manchados por una boleta ideológicamente falsa.

Para mi sorpresa a este abogado, de escasa caballera, pero de muchas ideas, le parecía que esta era una necesaria limpieza, que era bueno que todos los que estuvieron en labores de gobierno o de oposición de la transición, manchados por una corrupción sistémica, dieran un paso al costado para dejar el lugar a una nueva generación limpia de la mancha pegajosa del financiamiento irregular de la política.

Traté, sin mucho éxito, de argumentar que no se podía dividir el mundo en puros e impuros según su fecha de nacimiento. Porque la nueva generación no se había corrompido solo porque nacieron después que ese tipo de corrupción transversal de los 90 y comienzo de los 2000 existiera siquiera.

Daba lo mismo, ellos eran puros, los otros no. Chile tenía que limpiarse y decirles adiós a los viejos, sin importar que para entonces apenas muchos cumplieran 40 años. Esa teoría prevaleció no solo en esta cabeza, sino en muchas otras. Está en el núcleo mismo de la formación de Revolución Democrática. De manera menos enfática habita también en el corazón de Convergencia y habitaría también en el partido Podemos, si este no hubiese resultado en gran parte una máquina para defraudar.

La única razón que se adujo para no nombrar a Carolina Tohá, que ha sido la evidente salvación de este gobierno, en el primer gabinete de Boric es que ella, como toda su generación, era parte de la nube gris del financiamiento “paranormal” de la política. El grado de involucración daba lo mismo. En el alma puritana del Frente Amplio la corrupción no es un asunto inherente al poder, contra el que hay que crear mecanismo e instituciones, sino un problema de caída personal en el pecado, una debilidad moral que hay que apartar de sí misma. Los corruptos son así los otros, los dos o tres que se elige sacrificar para que la peste no llegue a contagiarte.

Hablo en presente de algo que debería hablar en pasado. Porque es evidente que nada de eso lo puede ya sostener en serio algún dirigente del Frente Amplio después de la caída de Catalina Pérez, una de las dirigentas políticas más obsesionada con creer que ella y sus amigos son hijos de otro Adán y otra Eva que el resto de los mortales.

Involucrada en un caso más que confuso que huele a las peores prácticas de la peor Concertación, su línea de defensa fue esa y solo esa, que era distinta ella a los demás, siendo los demás su novio, un amigo de este, su gobierno y una millonaria fundación que forma un dirigente del partido por el que es diputada.

Es evidente que los RD se corrompen ni más ni menos que los demás, pero su manera de vivir esos actos de corrupción es en cierta medida infinitamente más ridículos que el del resto de los políticos. Su tendencia permanente, que encuentra en la manera en que la diputada Orsini explicó sus escarceo con Carabineros, es a escindirse y a pensar como Rimbaud que “yo es otro”.

Lo mismo pasó en la municipalidad de Providencia, lo mismo con la de donación desinteresada del entonces diputado Jackson de su sueldo a su propio partido. La simple constatación que son humanos y pecan, o se equivocan, choca con una visión de sí mismos que les hace imposible admitir en que se equivocan y enmendarlo a tiempo. El Presidente en este sentido completamente diferente, aunque comparta con sus compañeros de generación la tendencia a operarse de quienes lo incomodan.

En este único sentido la generación de la Concertación, hija de la UP y la dictadura, tiene una evidente ventaja moral sobre la que le sigue (aunque es intelectualmente menos formada). Esta ventaja nace justamente de la conciencia temprana del error, de un error que puede desencadenar el horror. La conciencia que, vigilados por los servicios de seguridad, el traidor podía ser el héroe, y viceversa.

La tortura, el exilio, y luego el ejercicio del gobierno creó entre ellos una amistad basada en el reconocimiento de las debilidades suyas y ajenas. Esto no impide las traiciones, que no dejan de ser cruentas, pero la costumbre, muy criticada por el puritanismo de las nuevas generaciones, obligaba a darle al castigado, que cargaba los pecados de todos, alguna compensación lejos de las fronteras. Al que se negaba a ser parte del círculo, en cambio, se le dejaba caer todo el peso de la ley.

La superioridad moral es una contradicción en los términos. La moral nace de la sensación de que nadie es superior a otro, de que todos podemos matar, mentir y robar. No hacer algo o hacerlo nace de la conciencia de la debilidad. La conciencia de ser superior por haber nacido en un año, un lugar o una familia y no otra, es ya una debilidad moral.

A Catalina Pérez que vivió el exilio y es hija de militantes le faltó esa lección de compañerismo sin la que la vida política es demasiado dura para ser soportable. Intentó así explicar que la ley es la ley, que la Contraloría es la Contraloría, que sus amigos no son sus amigos y que esto era entre adultos lejos suyo. Explicaciones que complicaron todo pero que nacen justamente de esa visión redentora que sus mayores depositaron en unos jóvenes que han ido envejeciendo también y pareciéndose a su propia sombra.

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