Esta semana trascendió que Guillermo Teillier, quien está en el grupo de los ocho definiendo las reglas que enmarcarán el segundo proceso constitucional, rechazó la alternativa de permitirle al congreso nombrar a expertos para que contribuyan con su experiencia y conocimiento a la redacción de la nueva Constitución. El presidente del Partido Comunista, quien sin controversia está en su cargo desde 2005, pareciera ignorar las razones que hicieron fracasar a la primera instancia. O, quizás, lo sabe, pero simplemente prefiere eso a entregarse a lo que podría ocurrir si se deja que la evidencia hable por sí sola.
Para entender el razonamiento de Teillier, y su posición frente al segundo proceso constituyente, habría que recordar que su partido siempre ha estado en la vereda contraria de los demás. Estuvo en la vereda contraria, por ejemplo, en todos los procesos legislativos o eleccionarios constitucionales relevantes pasados, incluyendo los de 1988, 1989, 2005 y 2020. De hecho, la única vez que se alineó con una opción, apoyando esa opción desde el comienzo y de lleno, la opción que apoyó perdió: el plebiscito de 2022. Salvo eso, el PC siempre se ha restado o se ha sumado al final, con el resultado zanjado, a lo que ya era inevitable.
Las razones del fracaso del primer proceso constituyente aún se están estudiando, pero es claro que tienen que ver con tres tipos de errores. Errores de diagnóstico (la falsa premisa de que el capitalismo es la madre de todos los males), errores de conformación (el deficiente diseño de las reglas electorales y administrativas), y errores legislativos (haber permitido ideologizar la instancia excesivamente hasta el punto de inviabilizar lo más mínimo). Comprender estos tres puntos es un mínimo para entender las posiciones en la segunda negociación, ya que permite comprender hasta qué punto se busca repetir lo que ya fracasó.
Juzgando por las entrevistas de Teillier, y su consistencia a través del tiempo, es evidente que para él esa sería la opción: repetir lo que se hizo en el primer proceso constituyente. Potenciando la mañosa idea del derrumbe del modelo, Teillier busca fijar reglas electorales que favorezcan la elección de una Asamblea Constituyente intelectualmente liderada por su partido y movilizada por activistas disfrazados de independientes, que logre desmantelar lo poco que íntegramente resta del sistema impuesto por la Constitución de 1980 y lo reemplace con un sistema político y económico no tan diferente a lo que se propuso en septiembre de 2022.
Cambiar las reglas del juego va en contra de la dirección general en la que busca avanzar Teillier. En otras palabras, elevar las barreras de entrada, para elegir menos constituyentes, pero más preparados, va en directa contradicción con lo que el Partido Comunista persigue. De pronto, esta conclusión lógica claramente colisiona con la hipótesis de que Teillier ignora las razones que hicieron fracasar el primer proceso constituyente. Más bien, refuerza la idea de que lo que Teillier quiere es simplemente repetir lo mismo, porque sabe que cualquier alternativa a eso muy probablemente lo perjudicará.
Volviendo al inicio, a la protesta original de Teillier, la pregunta relevante, entonces, es ¿por qué los expertos serían problemáticos? ¿Cómo redactar una Constitución apoyada por más técnicos que políticos podría resultar mal? Pues bien, la razón es sencilla: no necesariamente resultaría mal. El problema, para Teillier, es que, si se toma la ruta de los expertos, la ruta de la evidencia, se podría terminar en un lugar no solo desfavorable, sino que en un lugar no muy distinto al lugar en que se encuentra el país hoy en día. Así es, si se deja que la evidencia hable por sí sola, por medio de los expertos, quizás no cambiaría nada de lo fundamental.
Teillier aún vive en el mundo post-estallido social, pre-plebiscito de salida, en el cual el PC logró encausar el debate ciudadano, reempaquetarlo y exitosamente ofrecerlo de vuelta como una demanda por otro modelo: su modelo. El problema es que, desde entonces, todo se ha ido a pique; la economía, la seguridad ciudadana, las promesas por más dignidad. No hay nada comprobadamente mejor. Quizás lo único positivo es que hay un debate constitucional abierto. Todo lo demás, todo lo que materialmente afecta a las personas en su día a día, ha empeorado con infamia.
Por lógica, habría que descartar todo lo que se asimile al primer proceso constitucional y a todos quienes lo empujaron y lo siguen empujando hoy. Ese proceso no solo obtuvo un costo calculable en pesos, sino que también sobre la calidad de vida de las personas. Lo que se ofreció como remedio terminó siendo veneno. Por lo mismo, mientras más lejos se opere de los principios que permitieron el diseño, la implementación y la operación de esa primera Convención Constitucional, mejor. Mientras menos se tomen en cuenta ideas que ya se implementaron y fracasaron, como las de Teillier, mejor se estará.
Hay que reubicar al país en la ruta al desarrollo en que estaba. A diferencia de lo que se dice desde la política autoflagelante, los índices muestran que hasta mediados de la década de los 2010 el país sí avanzaba rápidamente en los rankings internacionales reduciendo tanto la pobreza como la desigualdad. De hecho, hoy, ahora, en retrospectiva, para la mayoría, es hasta palpable. Es claro que, en el contexto regional, Chile no estaba tan mal como se decía. Y, por lo mismo, se debiese buscar la forma de reimplementar lo que funcionaba, sin el peso muerto. Pero para eso, se necesitan a los expertos. Sin los expertos, todo es riesgo.
Que el Congreso nombre a expertos debiese ser el “desde”. No se debiese descartar ni una Convención mixta, integrada en mayor proporción por expertos que por políticos, ni una Convención nombrada íntegramente por el poder legislativo. Tampoco se debiese descartar un proceso que termine sin plebiscito de salida si se adopta cualquier variante de estas rutas. Algunos políticos, como Teillier, podrán decir que son ideas que van en contra de la voluntad popular. Pero nada, probablemente nada, irá más en contra de la voluntad popular que lo que ya se presentó y se rechazó con cifras históricas.
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