Uno de los primeros textos disruptivos de Nietzsche es su ensayo “Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida”, es decir, sobre la naturaleza trágica que rodea la comprensión de la historia y la disputa que se produce en torno a ella.
Volver a ese texto puede ayudar a una aproximación más abierta y sana respecto de los 50 años del Golpe.
Nietzsche cree que la historia importa para la vida, pero indaga cómo, porque no es obvio ese cómo. Ataca la idea de que los seres humanos podemos vivir sin historia, al sostener que esa no es una fuente real de felicidad ni de auténtico sentido de presente y futuro. Cree que esa posición a-histórica o no histórica nos acercaría a los animales y sería la “prueba viviente de la justificación del cinismo”.
A su vez, si los hombres miran todo desde la historia, si se transforman en un ser súper-histórico, tienden a paralizarse en ella, dejan de vivir el presente y pierden capacidad de acción.
Entre nosotros, los ahistóricos plantean que la conmemoración de los 50 años es innecesaria o que sería una carga carente de sentido. Es, como advierte Nietzsche, un tipo de negación cínica, que toma distancia por incómoda o inconveniente, pero no porque carezca de realidad. A su vez, los súper-históricos consideran que estamos más o menos en la misma historia, en una reedición de los mismos dilemas y, más aún, del mismo ethos.
La distancia de Nietzsche respecto de ambas aproximaciones apuntaba a que “lo ahistórico y lo histórico son igualmente necesarios para la salud de los individuos, de los pueblos y de las culturas”, porque es necesario “que exista una línea que separa lo que está al alcance de la vista y es claro, de lo que está oscuro y es inescrutable, de que se sepa olvidar y se sepa recordar en el momento oportuno, de que se discierna con profundo instinto cuándo es necesario sentir las cosas desde el punto de vista histórico o desde el punto de vista ahistórico”.
A partir de ahí, la intempestiva se dedica a explicar tres lógicas de apropiación a la historia: la monumental, la anticuaria y la crítica. Para Nietzsche ninguna de ellas es correcta o equívoca en sí misma, sino que cada una o una combinación de ellas puede ser útil de acuerdo a los casos concretos, puede ser objeto de un uso adecuado o de un abuso inconveniente de la historia.
Los monumentalistas son aquellos que se inspiran en el pasado, siguiendo la sentencia de Polibio de que la historia es maestra de vida y la que mejor prepara para gobernar, pero que al mismo tiempo corren el riesgo de glorificarlo o idealizarlo.
En rigor, los hechos trágicos de nuestra historia vuelven al presente por el peso de sus circunstancias, pero también por cómo ellos condensan corrientes muy profundas. La conmemoración de los 50 años tiene ese carácter. Más allá de lo simbólico, es un momentum en que la memoria abre intensos debates sobre el significado y destino de esos hechos. No es mero recuerdo, porque es interpretación, sabiendo todos que esa interpretación marca el futuro, sigue influyendo.
La importancia de la conmemoración de los 50 años radica en ese potencial, ahí vive esa condición de “maestra de vida”. La pregunta es, desde luego, si lograremos que sea eso.
A su vez, como la interpretación del quiebre de nuestra democracia está en disputa, es más o menos inevitable que surjan esos riesgos de glorificación o idealización. Es, por un lado, la ácida reacción a cualquier revisión crítica respecto de Allende y la Unidad Popular, porque ello constituiría una falta de respeto a su memoria, o la propia tentación del Presidente Boric de mirarse en el espejo de Allende, creyendo que él es quién realmente recoge su posta; y es, por otro lado, la tesis de que el Golpe de Estado era inevitable, que a su vez alimenta la reivindicación de la intervención militar y que bajo las mismas circunstancias puede volver a ocurrir.
Eso contradice o relativiza la valiosa mirada crítica que todas las fuerzas de la izquierda acumularon en estas décadas, que fue muy profunda. Y, en la derecha, eso diluye su renovación democrática, que tiende a ser marginal respecto de aquellos que justifican e incluso reivindican el Golpe, algunos orgullosa y desembozadamente y otros de manera solapada. Es decir, ese monumentalismo puede traducirse en una conmemoración que solo reviva el momento, pero que en rigor no logre generar una nueva significación histórica.
El anticuario tiene una aproximación algo distinta. Es un refugio en el pasado más estático, más cosificado. La expresión más valiosa del anticuario es la que trae la historia al ahora con el propósito de rescatar la tradición, los valores primarios, el sentido histórico de un momento.
Su virtud es que ayuda a entender más en profundidad la época, sus personajes, su pensamiento, las corrientes dominantes, la tensión de sus disyuntivas. Ese ejercicio de comprensión es vital, a condición de indagar con el mayor rigor y autenticidad posible. Su contraparte, el lado adverso del anticuario, es cuando “la historia sirve al pasado hasta el punto de debilitar la vida presente… cuando el sentido histórico ya no conserva la vida sino que la momifica”.
El enfoque crítico, por último, es el impulso de romper con el pasado para poder vivir el presente y permitir un nuevo futuro. Esa ruptura no se basa exclusivamente en un juicio moral y tampoco tiene necesariamente una justificación, sino que ocurre porque es “la naturaleza de las cosas humanas”.
Incluso, Nietzsche agrega que “no es la justicia quien aquí juzga… (ni) la clemencia quien aquí pronuncia el veredicto: es solamente la vida, esa potencia oscura, impulsiva, insaciablemente ávida de sí misma”. No se funda en la objetividad, en un juicio racional o en una premisa científica, sino que es disruptiva y creativa.
Aquí el abanico es amplio: por qué Frei Montalva y Allende representaban proyectos estructurales, uno reformista y otro revolucionario, por qué ambos hablaban de revolución, por qué Lavín acuñó la tesis de la “revolución silenciosa” de la dictadura; qué factores marcaron la crisis del gobierno del Presidente Allende, por qué no pudo superar las diferencias en la UP, por qué no logró revertir las tendencias en curso, cómo operó la fascistización de la derecha y sectores de la DC, cuál era la lógica militar y simbólica del ataque a La Moneda, cómo la virulencia del Golpe se asocia a la política sistemática de represión que inaugura; qué fuentes marcan la renovación socialista, qué factores condicionan el giro comunista, cuáles son los momentos y factores del cambio de la DC desde su colaboración con el régimen a ser oposición, la transformación radical de la derecha, el peso del fracaso del levantamiento contra la dictadura, el triunfo de la vía electoral para su derrota, por qué esa derrota no logró ser estratégica, su coincidencia con la caída de los socialismos reales, la lógica y contradicciones de la transición y, ahora, cuál es la lectura del estallido y el fracaso del proceso constituyente.
Al respecto, Nietzsche advierte un punto adicional, al sostener que “solo desde la más poderosa fuerza del presente se puede interpretar el pasado”.
El enfoque crítico no es “objetivo”, la interpretación de la historia siempre será un campo de disputa y es en sí misma un espacio de poder: los relatos articulan concepciones dominantes, alimentan los discursos políticos y son claves para definir las fuentes de legitimidad de los liderazgos.
Por esa razón, es ingenua la intención de transformar la conmemoración de los 50 años del Golpe en una especie de ceremonia ecuménica de la que surja, idealmente, una nueva verdad compartida. Lo que usualmente llamamos “consensos históricos” son interpretaciones predominantes, que dan cuenta de la crítica que se realiza, de qué se preserva y qué se deja atrás.
Como eso siempre va a estar en tensión y, en concreto, como aquí y en el mundo existe una regresión de ultraderecha, tiene más sentido indagar sobre la auténtica tragedia del Golpe, advertir sobre las fuerzas y dinámicas que la condicionaron, entender sus cegueras y graves consecuencias, comprender por qué su memoria es historia presente y, de esa forma, ser “maestra de vida”.
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