María José Naudon y la derecha: “Contentarse con una Constitución a la medida sería renunciar a ejercer una influencia mayor: el gobierno”

Marcelo Soto

Abogada y académica de la UAI, María José Naudon, analiza el escenario que enfrenta la derecha frente a la propuesta constitucional y las próximas elecciones presidenciales. Pero hay riesgos, advierte, si la oposición no es constructiva: “Negar la sal y el agua revela una mirada cortoplacista y una vocación contestataria y estridente que se aleja de la exigencia de gobernabilidad”.


 -La derecha tiene una oportunidad histórica para escribir una constitución cercana a sus ideales y elegir presidente en la próxima elección. ¿Debe evitar la soberbia, la tentación de destruir al enemigo?

-Creo que la respuesta exige matizar el concepto de “derecha”. Las trayectorias, los costos, los riesgos y los puntos de partida, no son los mismos. Dicho lo anterior, la tentación existe; pero resulta imperativo resistirla. El desprecio es causa de innumerables errores políticos que, frecuentemente, acaban en fracasos estrepitosos.

De cara a este nuevo proceso, la conciencia del fracaso y la experiencia del proceso anterior pueden aportar. Lo mismo, la convicción de oportunidad que tiene Republicanos para demostrar gobernabilidad y proyección. En definitiva, la soberbia expresaría una comprensión errada de la crisis, de los votantes y de la capacidad de influir. Contentarse con una Constitución a la medida (que por cierto contradice el espíritu mismo de lo que es una Constitución) sería renunciar de ante mano a ejercer una influencia mayor: el gobierno.

Según analistas hay en la derecha cierta tendencia a autoboicotearse. ¿Es necesario apartarse de la luchas intestinas y de los errores no forzados para construir una coalición amplia?

-En política el adversario es aquel con quien se compite en virtud de aspirar a los mismos objetivos. En esta lógica, identificarlo mal supone un enorme error. Ahora bien, esta definición suele enfrentarse a la natural necesidad de diferenciarse al interior de las coaliciones. Quizá la clave sea negociar desde la identidad. Esto es, establecer alianzas sin necesidad de formar un bloque difuso donde los contornos se desdibujan. Esa es la diferencia entre los acuerdos y la negociación y esta última, parece más adecuada a los actuales requerimientos.

¿Qué tipo de oposición debe ser para no perder el rumbo hacia La Moneda? ¿Más moderada y dialogante?

-Yo diría una oposición clara, propositiva y responsable. Clara, para diferenciarse y delinear sus principios. Propositiva, porque debe salir de la lógica del “no” para mostrar cuál sería, de llegar al poder, la alternativa de país. Responsable, porque lo que está en juego es mucho más que oponerse al gobierno de turno. Además, en un contexto de votantes insatisfechos, agregaría la relevancia de desarrollar niveles de organización adecuados y eficientes que permitan percibir los intereses y prioridades sociales convirtiéndolos en parte de la agenda política. Gestión y resultados son imprescindibles.

¿Crees que si la derecha no cambia su forma de oposición al gobierno de Boric, puede desgastarse y empeorar el escenario que luego deberá administrar si es que tiene éxito en la presidencial?

-No creo que esta haya sido una oposición particularmente beligerante; sobre todo si tenemos en mente la oposición anterior (hoy oficialismo), que ha tenido que reconocer, en varias oportunidades, que, desde el gobierno, no pueden hacer aquello que exigían desde la otra vereda o, peor aún, que deben arrepentirse de sus decisiones pasadas.

La oposición, por definición, debe ser un contrapeso y serlo no significa entorpecer, sino obliga a proponer alternativas y aportar con una visión crítica y constructiva de las ideas. Negar la sal y el agua revela una mirada cortoplacista y una vocación contestataria y estridente que se aleja de la exigencia de gobernabilidad.

-¿Cómo debe responde la oposición?

-Dicho lo anterior, este gobierno ha cometido errores una y otra vez, desprolijidades que abren flancos y son expresión de una enorme dificultad para armonizar las almas al interior de su coalición y del presidente mismo. Y la oposición debe responder frente a aquello, pero debe hacerlo desde un proyecto político que equilibre sus principios y visiones de país con la necesidad democrática de avanzar con quienes piensen distinto.

-¿Para llegar al poder se necesita mucha disciplina y claridad estratégica? ¿Republicanos la tiene?

-Efectivamente. Para llegar al poder cualquier ejercicio simplificador resulta nefasto. Visto así, la claridad estratégica supone entender que los actuales votantes republicanos no comulgan, necesariamente, con la totalidad de sus principios.

Desde esta convicción es imprescindible analizar quiénes pueden ser los eventuales votantes de cara a la presidencial y yo identificaría al menos dos: uno, más ideologizado que experimenta la sensación de una hegemonía cultural sin contrapeso y otro, fundamentalmente ingresado por voto obligatorio, cuya identificación es pragmática.

-¿Cómo describirías a estos últimos?

-Aparentemente infieles, volubles y sujetos a un péndulo, me parecen, por el contrario, profundamente constantes: rechazan la política y buscan a quien entregue mejores posibilidades de concretar sus anhelos materiales (seguridad, migración, salud etc).

En momentos de auge emocional, como los que hemos vivido, la curva se agudiza. El auge del Frente Amplio y luego de Republicanos puede entenderse así.

¿Lo más difícil será lograr una alianza armónica y fuerte entre el PR y Chile Vamos, entre esta derecha naciente y la antigua? ¿Cuáles son las mayores diferencias culturales, valóricas, políticas?

-Yo diría que la gran diferencia está en la forma de hacer política. Y esto resulta fundamental porque en política la forma importa tanto como el fondo. Es su reflejo y consecuencia. La respuesta a ¿qué entiendo por política? es, en este sentido, una respuesta sustantiva. Por esta razón, los extremos pueden convertirse en caricaturas de su propia causa, precisamente porque la radicalidad resulta incompatible con la gestión de la gobernabilidad.

Por otra parte, el temor a desdibujarse  o la tentación a mimetizarse es también un riesgo en esta ecuación. Quizá, como ya lo dije, el éxito se base en negociar desde la identidad. Una suerte de pragmatismo consciente que habilita las diferencias, pero aspira a transformar los principios en mayorías, leyes, reformas y darles porte institucional.

-Boric sigue bajando en las encuestas. En términos estratégicos, ¿qué conviene a la oposición: no tener contemplaciones y debilitar al Presidente aunque eso pueda ser costoso en el futuro? ¿O llegar a acuerdos de largo aliento para recibir un país menos polarizado y menos complejo de administrar si llega a La Moneda?

-Ser una oposición obstruccionista e irresponsable no es jamás una opción válida. Ya hemos visto las nefastas consecuencias de estas actitudes. Dicho lo anterior, es imprescindible comprender que negociar no es un fin en sí mismo, es una herramienta. En este sentido, permite resolver por vía democrática y transparente aquello que el país requiere.

Ser refractario a los cambios y obviar los requerimientos ciudadanos sería un profundo error, pero aceptar, sin más, la imposición de una ruta, también. Abogar por pactos que favorezcan la estabilidad, el crecimiento y las mejores condiciones de vida es la tarea de la oposición y de la política toda.

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