Luego de la tradicional tregua estival, amanece la realidad: los alumnos vuelven a clases. Pasarán de sus merecidas vacaciones en el sur, en el norte, en la playa, en la montaña e incluso, los aventajados, en el Caribe, directo a las salas que hospedan sus pupitres. Volverán para seguir aprendiendo. La mayoría de los alumnos continuará el curso normal del aprendizaje, luego de haber demostrado que están adecuadamente preparados para asumir desafíos nuevos.
Otros tantos seguirán adelante sin haber destacado mucho el año pasado, pero al menos con la intención de mejorar en el año que comienza. Y un tercer grupo volverá luego de no haber aprendido nada antes y sin la intención de aprender nada ahora.
El primer grupo de alumnos será, como siempre, el que mueve el curso hacia adelante. Será el grupo más responsable, estudioso y que por su empeño o talento natural le subirá el promedio al curso. El segundo grupo será el más masivo, el de la capa media.
Estos alumnos serán, como el año anterior, los que representen el alma del curso, en tanto son el grupo más numeroso y el que se mueve con la marea, sin mucha curiosidad intelectual, pero capacidades suficientes para superar los requisitos básicos. El tercer grupo, el de los que no llegaron al cuatro, pero pasaron de curso igual, serán los que le bajen el promedio al curso. Bulliciosos, revoltosos, y utilitarios, serán los que le impedirán el progreso a los demás.
Mientras entendiblemente polémico, la matriz es correcta. En casi todos los grupos sociales se puede encontrar la clasificación descrita arriba. Después de todo, es una distribución normal, en donde la mayoría coincide en el centro, pero que hay excepciones hacia los dos extremos; en el caso de los estudiantes, son pocos los alumnos que realmente destacan y son pocos los que realmente merecen reprobar.
Pero, relevantemente, son esos dos grupos los que inclinan la balanza del grupo completo hacia un lado u otro. Cuando son más numerosos los primeros, el curso sobresale y lidera; cuando son más bulliciosos los segundos, el curso pasa inadvertido o naufraga.
Se puede ver con mayor precisión cómo opera la regla mirando lo que ocurre con el gobierno, si se presume por un momento que los ministros de Boric no son tan diferentes a un grupo de alumnos cualquiera.
Así, en su primer año el gobierno demostró tener a muchos alumnos que no aportaron absolutamente nada, pocos alumnos que fueron responsables y empeñosos, y una mayoría silenciosa que pasó prácticamente desapercibida o solo destacó dos o tres veces por imitar a alguno de sus compañeros más estridentes. En efecto, el resultado fue desastroso. El gobierno cerró su primer año con un estimado 30% de apoyo, lo que en una escala de 1 a 7 corresponde a un mero 2,7.
Obviamente, el problema tiene que ver con la composición del gabinete, que se inclina en favor de los alumnos menos aventajados. Pues es el grupo de los que tienen poca predisposición a escuchar a los demás, a obrar con responsabilidad y en base a metas de largo plazo los que dominan la narrativa del grupo completo. En corto, el primer gabinete de Boric se caracterizó por tener a muchos “porros” y pocos “mateos”.
La primera ministra del Interior de Boric fue Izkia Siches. Eso debiese decirlo todo, pero habría que recordar su visita al sur a solo días de haber asumido -y que casi terminó en una tragedia de proporciones irreversibles si no fuera por la providencia- para entender que el gobierno partió desbalanceado desde el comienzo.
El Presidente, obviamente cometió errores de principiante, o de alumno primerizo, al no ver el desbalance. Cometió el error de invitar a su grupo de amigos para hacer el trabajo en vez de convocar a los más mateos.
Si hubiese invitado a los expertos, a los técnicos, a los doctores, a los académicos y, por sobre todo a los políticos de carrera que entendían medianamente bien lo que había que hacer y lo que había que evitar, el resultado sin duda hubiese sido distinto. Si hubiese convocado, por ejemplo, a más personas del mundo de la centroizquierda tradicional, que hoy representa la socialdemocracia, desde el comienzo, seguramente le habría alcanzado para el 4, y no habría terminado con el fatídico 2,7.
Lamentablemente, el Presidente también pudo haber corregido la composición de su gabinete en el camino, pero no lo hizo. Cuando hizo cambios, los hizo por verse acorralado por la prensa, por ser presionado por los partidos, o por haber alcanzado el máximo del cupo de su crédito personal. Para peor, el Presidente tampoco aprendió de este error. Pues, teniendo la oportunidad de comenzar el nuevo ciclo, ahora en marzo 2023, con más mateos y menos porros, endosó a los segundos.
Desde que le puso paños fríos al cambio de gabinete (esta semana dijo que no estaba en sus planes) ha ido aumentando la presión para hacerlo. Hoy, la discusión ya no es sobre si debe haber un cambio de gabinete, es sobre por qué Boric no ha hecho el cambio de gabinete aún.
A pesar de todo lo anterior la lista de aprendizajes del gobierno en el primer año es larga. Uno de los ejemplos es cuando el compañero de pupitre del Presidente, Giorgio Jackson, dice que ahora entiende que los retiros de fondos de pensiones son negativos, en tanto son socialmente regresivos, potencian la inflación, y reducen la capacidad del Estado de reformar el sistema de pensiones. Se le dijo esto antes, pero como diputado lo ignoró e igual votó cuatro veces a favor del proyecto. Al menos ahora parece haber aprendido.
Otro ejemplo de un aprendizaje es relativo al Estado de Excepción que el Presidente prometió que no iba invocar, pero que, al día de hoy, ya le ha pedido al Congreso renovar en 18 ocasiones consecutivas.
La única forma de salvar a este curso es sacar a los porros y traer a los mateos. La integración es necesaria para inclinar la balanza a favor de los segundos. Mientras más se resiste el Presidente en hacer un cambio de gabinete, más demuestra no haber aprendido nada de las lecciones del primer año. Cuando el cambio ocurra, porque eventualmente debe ocurrir, será evidente si los ministros que llegan ejercerán influencia positiva o negativa sobre el resto, y sobre el mismo Presidente.
Por ejemplo, el Presidente necesita menos ministros de la izquierda radical, que gritan mucho pero que hacen poco, y más ministros independientes o de la socialdemocracia, que pueden aportar con su experiencia y oficio a subirle el promedio al curso.
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