El presidente Gabriel Boric fue electo por haber hecho una campaña de grandes ideas. Grandes, en el sentido de amplias. En su campaña habló de refundar Chile. Habló de la desigualdad y de la justicia. En la cola del estallido social habló de devolverle la dignidad a las personas y, en medio del proceso constituyente, habló de la necesidad de reemplazar lo antiguo con lo nuevo. Le pidió a las personas creer en sus promesas.
Las personas cercanas al candidato lo apoyaron en la construcción de la narrativa, fundamentando la necesidad del cambio en las graves y obvias fallas del sistema, o el modelo, como le dijeron. Hablaron de una Constitución injusta, administrada por una camada completa de políticos ineptos y complacientes. Así, se pusieron a disposición del pueblo, comprometiéndose a hacer todo lo que no se había hecho en 30 años.
Los resultados están a la vista: no han mejorado ni las condiciones de vida ni se ha logrado hacer más de lo que se hizo en cualquiera de los gobiernos anteriores. No es casualidad de que ahora predomina el rechazo a la sola noción de que había una injusticia que revertir. Por supuesto que la idea de que las cosas pueden mejorar persiste, pero es evidente que ya nadie cree que todo cambio es para mejor.
Así al menos lo muestran las cifras. En todas las cosas que importan, Chile está fallando. Hoy, el país está peor de lo que estaba antes del estallido social, e incluso peor de los que estaba después del estallido. El gobierno que llegó al poder luego de años de haber amasado la idea de que con ellos todo cambiaría para mejor solo ha logrado empeorar, o por lo bajo mantener las condiciones de vida que tanto criticaban.
Las grandes ideas, sin embargo, persisten, como lo demostró el presidente en su cuenta pública. El gobierno sigue enfocado en lo macro, hablando de todas las cosas que hará y por las cuales será recordado, a pesar de no haber hecho mucho en el año y medio que lleva en el poder. En su discurso, Boric delineó todos los grandes proyectos que pronto se pondrán en marcha para por fin darles dignidad a las personas.
Por cierto, también se refirió a lo que no ha hecho, señalando que ha sido culpa de otros. Así, deslizó la responsabilidad a su oposición. Al menos esa es la idea que queda cuando sugiere que gracias a que se rechazó su primera reforma tributaria nada se ha podido hacer y si no se aprueba la segunda nada se podrá hacer. Es, evidentemente, un escenario diseñado para ganar si se logra algo, pero para no perder si se desperdicia todo.
En cualquier caso, es una estrategia fallida en tanto es vacía. Para ganar de verdad, el gobierno necesita cumplir. Necesita cumplir lo que prometió en la campaña de 2021, y cumplir lo que ha estado prometiendo desde que asumió en marzo de 2022. A las personas poco le importan los anuncios si no vienen acompañados de resultados. Llega el punto en que simplemente se pierde la confianza y nunca se recupera.
La encuesta Cadem mostró un saltó positivo en la aprobación del presidente tras la cuenta pública, lo que no tiene nada de raro, considerando la tendencia histórica, pero eso inevitablemente caerá. Cuando vuelva a tomar fuerza la idea de que el gobierno avanza en base a victorias decorativas y promesas inconclusas que se renuevan cíclicamente, la gente se sentirá defraudada e inevitablemente rechazará.
A este punto ya debería ser obvio que enfocarse demasiado en lo macro no permite avanzar en lo micro. Por querer hacerlo todo, se termina haciendo nada. Por querer derrumbar el modelo, no se ha conseguido administrar lo que hay. En la crítica a las AFPs y a las Isapres se perdió de vista que lo que importa no es quién paga la pensión, es cuánto se paga, y no es quién asegura la salud, es si se asegura con calidad y a tiempo.
En esa línea, el problema central del gobierno no es ni su orientación ideológica ni su programa político, es simplemente su falta de gestión. El problema es que no tiene, o no sabe, resolver asuntos diarios, cotidianos. Cree, por alguna razón, que a las personas le importa más lo que ocurrirá en diez años que lo que ocurrirá a fin de mes. El problema del gobierno es que cuando piensa en el largo plazo omite el corto plazo.
Pero la gestión es tanto o más importante que la idea grande. La gestión mejora la calidad de vida de las personas en lo inmediato. Hacer una buena gestión de corto plazo quizás no permita resolver la desigualdad económica, pero sí podría permitir mantener la inflación baja. Basta preguntarle a las personas si prefieren esperar décadas para resolver la brecha socioeconómica o tener mejores condiciones de vida en los años que vienen.
Mientras lo micro se siga postergando, continuarán los graves y trágicos problemas que hoy aquejan a todos los sistemas sociales del país. Seguirán los problemas hospitalarios, seguirán los problemas de seguridad, seguirán los problemas de inmigración, y seguirán los problemas económicos. Y cuando esos problemas se profundicen, reaparecerán problemas que se habían resuelto años atrás.
Seguir enfocado en grandes ideas a esta altura es un despropósito. Tiene más sentido ser realista y renunciar para conseguir poco que ser obtuso e insistir para conseguir nada. Las grandes ideas son importantes, pero sin gestión no tienen valor. No tiene sentido demoler el modelo cuando ni siquiera se puede gestionar lo que hay ahora. Basta ver lo que pasa en la economía, la salud, la educación, la seguridad o el trabajo para entenderlo.
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