No quiso cambiar a Santiago su domicilio electoral. El seguir conectado con su electorado de origen en Punta Arenas bien valía el esfuerzo del viaje. Al fin y al cabo, con tanto vértigo en el cuerpo, cómo podría anticipar los desafíos políticos que lo motivaran cuando abandone La Moneda.
Por lo demás, aparte de algunos afiebrados, quién podría criticarle a un político, más al Presidente, por votar en su región. Esa era una buena razón pública. Privadamente, de seguro el mandatario tenía otras motivaciones, menos confesables, para viajar. Menos racionales y profundamente emocionales.
El viaje era un maravilloso pretexto para volver a sus orígenes, a arroparse con su familia, con los regaloneos de su madre, las conversaciones con amigos y el entorno de su infancia. Qué más que volver por un momento al útero podría querer por esos días Gabriel Boric cuando en su fuero interno ya sabía que sería apaleado por segunda vez, y en menos de ocho meses, en las urnas.
Apaleado por quienes imaginaba eran los mismos, o muy parecidos a ese 56% de ciudadanos y ciudadanas que lo había elegido, hacía tan poco, como el Presidente más votado de la historia. Que hasta antes de asumir había ovacionado sus discursos, su poesía, su ética y su estética de joven de clase media alta rebelde.
¡¿Cómo pudo cambiar todo tan pero tan rápido?! Hacía tan poco que todo en él significaba esperanza, cambio y futuro. Al menos eso le repetían adláteres.
La respuesta a tanto caos, a tanta dificultad interpretativa ya no estaba, si alguna vez lo estuvo, en los columnistas ni en los orejeros de turno. Menos en los sesudos análisis de su equipo de asesores que con grados académicos mundiales, más que aclararlo, terminaban confundiéndolo.
Confundidos, lo habían llevado a empujar un nuevo proceso Constituyente, que ahora le pasaría la cuenta electoral a su gobierno y, como si eso no bastara, también abriría un nuevo conflicto entre las almas ya enconadas de la coalición.
No, ya no. Había que buscar respuestas en cosas más simples. Entre los vientos del sur del mundo, recordando los paseos de niño donde tantas cosas aprendió “cuando era chico, mi nono siempre me llevaba a pasear por nuestra ciudad mientras me contaba historias de Magallanes antiguo y me mostraba con su voz pausada y profunda la historia de los lugares que pisábamos”. A esos paisajes había que preguntarles.
Ahí sí sería posible encontrar la calma para reflexionar, “desde entonces, siempre que estoy en Punta Arenas pienso en él (su abuelo) cuando cruzo un puente o veo un tobogán vacío, y nunca voy a dejar de cruzarlos o recorrerlos”.
En la vuelta a la niñez, “la infancia que todos llevamos dentro”, habría más claridad que entre esa sombra palaciega que lo encastillaba, que lo hacía creer que nunca en Chile la ultra derecha, el pinochetismo o como se le apareciera en ese momento, arrasaría en una elección.
Desde el sur ahora lo veía con más claridad. Era tan previsible. ¡Sí, el momento constituyente se había evaporado! La votación inevitablemente sería un plebiscito sobre su gobierno como tan groseramente había planteado Chahuán. ¿Cómo no lo vieron venir? Y tanto que se burlaban de la ceguera de Piñera.
En fin, había que pensar en cómo seguir porque de seguro la votación que se avecinaba lo dejaría en ese estado de pato cojo, tan incómodo para un mandatario, más con el tiempo que le quedaba. Con menos poder aún que tras el plebiscito, con una derecha envalentonada y, lo más probable, con el mundo de Apruebo Dignidad esperando para, con resultados en manos, cobrar cuentas pendientes al Socialismo Democrático.
¿Cómo sostendría su giro al centro tras la elección? Con menos poder, ¿podría controlar las ganas de Apruebo Dignidad de volver al programa original? ¿Podría seguir mirando a Aylwin o volcaría la mirada hacia la Colombia de Petro? ¿Y si, además, como imaginaba ahora, tenía que firmar una nueva Constitución de gramática y caligrafía republicana?
Esas y otras cavilaciones rondaban al Mandatario durante su paseo por Magallanes cuando llegó a la plaza de juegos de su infancia y se deslizó por uno de los toboganes para evocar al niño que lleva dentro y tanta paz le trae.
Y aun cuando quedó atrapado, logró salir y poco magullado. Visto así, si algo aprendió el mandatario en su travesía por su Punta Arenas querida es que, del atolladero electoral en que quedó atrapado tras el 7M, no saldrá sin dolor. Y que la respuesta al cómo salir, habita esencialmente en él.
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