La resaca del plebiscito. Por Jorge Schaulsohn

Ex presidente de la Cámara de Diputados
Agencia Uno.

Algunos sacan cuentas alegres porque ganó “su” opción; prefiriendo olvidar que tanto en el “en contra” como en el “a favor” hubo una gran transversalidad y hasta renuncias de figuras de derecha a sus partidos. El dilema que enfrentan los políticos es cómo llenar el enorme vacío que deja el paso a mejor vida del tema constitucional.


  • Cada momento en política crea su propio lenguaje para referirse a las contradicciones, pugnas o dilemas que enfrenta la sociedad y hegemonizan la conversación en el espacio público. Con el transcurso del tiempo lo asimilamos incorporando nuevas palabras a nuestro vocabulario cotidiano de modo de poder participar en la conversación. Podríamos hablar de una “terminología” una especie de “jerigonzo” que desaparecerá cuando otros afanes capturen la pasión de los chilenos.
  • Así por ejemplo nacieron el avanzar sin tranzar, los momios, los upelientos, el proceso revolucionario, irreversible, golpistas y acaparamiento durante la época de la Unidad Popular; la escoba durante el gobierno de Ibáñez para referirse a la lucha contra la corrupción; el cucharón que estigmatizaba al Partido Radical; el realismo sin renuncia en tiempos de Bachelet; y habitar el cargo, superioridad moral y reformas estructurales con Boric.
  • Lo mismo sucedió en estos cuatro años que duró el proceso constituyente. Plurinacionalismo, la casa de todos, partisana, identitaria, habilitante, minimalista, programática, refundacional, mamarracho, bordes, poder constituyente, poder constituido, son algunas de las palabras que tuvimos que aprender a manejar.
  • Pero no es solo la aparición de un leguaje “Ad-Hoc” a lo que hubo que adaptarse. Es el caso que nuestras vidas, nuestros planes y expectativas estuvieron en buena medida subordinadas a los vaivenes del proceso constituyente durante tantos años: ahora que terminó deja un enorme vacío.
  • Eso se acabó y pasamos a una especie de transición hacia otra fase de la vida política que a aún no sabemos bien como será. La única certeza es que no tendrá la misma intensidad porque la experiencia del proceso constituyente fue única e irrepetible en la historia de nuestra república. Un experimento que contó con la participación de la ciudadanía que debió concurrir a las urnas en forma obligatoria cinco veces, algo nunca visto.
  • Hoy muchos se preguntan si valió la pena el esfuerzo. Algunos calculan el costo económico y lo traducen en el número de casas, hospitales o escuelas que se habrían podido construir con los mismos recursos. Todo para concluir en que habría sido un botadero de dinero que nos distrajo de atender las verdaderas necesidades de la gente.
  • En lo personal, nunca estuve de acuerdo con la idea de que existía una relación causa-efecto entre los problemas que agobian a los ciudadanos y el texto de la constitución vigente y por ende que la “solucionática” pasara por escribir una nueva.
  • Lo que no quiere decir que el proceso haya sido un fracaso ni menos una pérdida de tiempo o malgasto de los dineros públicos. Si bien es cierto que no se consiguió el objetivo de aprobar un texto soy un convencido que el proceso constituyente fue decisivo para fortalecer y relegitimar nuestra democracia.
  • Hasta antes de su inicio se había perpetuado el mito urbano de la ilegitimidad de la constitución llegando Incluso a ser usado como pretexto para promover una insurrección violenta que intentó desestabilizar el gobierno legítimamente constituido.
  • Gracias al proceso constituyente ese mito fue desbancado total y absolutamente por la ciudadanía que prefirió en dos ocasiones mantener la constitución actual; algo que habría sido imposible lograr de otro modo. Un proceso que tuvo la virtud de zanjar la cuestión constitucional no puede ser calificado de fracaso.
  • Hoy día los políticos están sufriendo los efectos de la resaca del proceso. Algunos sacan cuentas alegres porque ganó “su” opción; prefiriendo olvidar que tanto en el “en contra” como en el “a favor” hubo una gran transversalidad y hasta renuncias de figuras de derecha a sus partidos.
  • El dilema que enfrentan los políticos es cómo llenar el enorme vacío que deja el paso a mejor vida del tema constitucional. Para la izquierda oficialista no será fácil encontrar otra causa tan convocante y movilizadora como era la de una nueva constitución, en la cual cifró todas sus esperanzas y que fue por décadas su gran bandera de lucha. Conceptualmente, lo ocurrido fue una derrota solo comparable con lo acaecido en 1973.
  • La derecha por su lado tendrá que asumir el error fatal que cometió al no exigir un plebiscito de entrada para el segundo proceso constituyente que la abrumadora mayoría de su electorado -y de los ciudadanos- no querían, como quedó demostrado el domingo recién pasado.
  • Error que la llevó a una derrota que termina relativizando el efecto político letal que sobre el gobierno había tenido el gran triunfo del rechazo el 4 de septiembre, dándole oxígeno a un régimen que estaba con respiración artificial.
  • Mientras la derecha literalmente se divide y recrimina, el resultado del domingo energizó a la izquierda, le insufló un dejo de optimismo de que podría ver la luz al final del túnel; una nueva oportunidad de empujar sus reformas y mirar con más esperanza las elecciones decisivas que se avecinan.
  • Lo que pase en el futuro, quien será gobierno u oposición dependerá de muchos factores porque la política es una lucha continua por el poder que tiene ciclos, alto y bajos, momentos de calma y agitación.
  • La etapa que termina nos confrontó de una manera brutal porque estaba en juego un rediseño completo de nuestra sociedad, algo que probablemente no se repetirá por mucho tiempo.
  • Justamente por eso no nos pudimos poner de acuerdo, por la profundidad de las diferencias. Porque unos aspiraban a transformar el sistema económico y social y otros a mantener el estatus quo con mejoras.
  • Porque un proceso constituyente se sale del marco normal de la confrontación política desde el momento que todo está sobre la mesa, en manos de una asamblea plenipotenciaria y todo poderosa que no tiene límites. Salvo el control ciudadano mediante el plebiscito, que es lo decisivo.
  • Cuando las diferencias sobre el nuevo orden institucional son insalvables el mecanismo clásico es el del “default”; de dejar que los temas “peludos” sean resueltos por el parlamento a posteriori, señalando solo ciertos principios y valores generales en el texto constitucional. Esa fue la estrategia de la Comisión de Expertos.
  • Lamentablemente, los expertos no entendieron que algo así no podía funcionar en un país en donde entre la derecha y la izquierda reina la más absoluta desconfianza, fruto del recuerdo de comportamientos antidemocráticos del pasado, como el golpismo del 73 y la asonada revolucionaria del 2019. Todo ello aumentado por las ínfulas refundacionales con que irrumpieron en la política las nuevas generaciones que se instalaron en La Moneda.
  • Reforzado, además, por lo que ocurrió con la conmemoración de los 50 años del golpe que el gobierno decidió utilizar no solo para relevar la figura del expresidente Allende sino también para reivindicar el proyecto político de la Unidad Popular; lo que sumado al texto de la convención terminó por encender todas las alarmas.
  • Entonces, para la derecha se hizo indispensable constitucionalizar ciertos derechos, valores y principios que para la izquierda son anatema. Metamorfoseando la constitución en una especie de “estatuto de garantías”, una vacuna de que ciertas cosas solo se podrán modificar vía reforma constitucional. Como por ejemplo la consagración del sistema privado de salud y las cuentas individuales heredables gestionadas por entes privados en previsión.
  • El proceso constitucional se acabó, pero la lucha continúa. Las reformas estructurales a que aspira, legítimamente, la izquierda las volverá a plantear con matices en el próximo congreso, donde ya no existen las leyes orgánicas constitucionales y basta con cuatro séptimos para modificar la constitución. Una vez más los ciudadanos tendrán la última palabra, pero ya no en un plebiscito, sino que en las elecciones parlamentarias y presidenciales.
  • Ahí se jugará el partido clasificatorio y toda la energía político-partidista estará destinada a ese único objetivo. El gobierno tiene una agenda que consiste en sus reformas entrampadas en pensiones, pacto fiscal y salud. La derecha tiene un problema. ¿Negocia ahora que tiene el control del congreso o chutea los temas apostando a conquistar el gobierno?
  • Hay que prepararse para aprender el nuevo lenguaje que traerá consigo el nuevo ciclo de nuestra política que con toda seguridad incluirá palabras como experiencia, sabiduría, templanza, vieja guardia, renovación, repetirse el plato, los mismos de siempre, nuevos liderazgos, retroceso, estabilidad, confianza e improvisación, tsunami, Transantiago y tráfico de influencias.

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