Uno de los grandes desafíos que enfrenta la Convención Constituyente es hacer frente a la intolerancia política que encarnan distintos grupos o personas radicalizadas en su interior.
No será fácil el diálogo con quien se considera poseedor de la verdad absoluta y siente que este es su momento de imponerla. Algunos pensarán que si tienen la verdad revelada y que esta es la condición para la prosperidad y felicidad del pueblo, ¿Por qué limitarme con normas formales, por qué no hacer lo necesario para conquistar el cielo (o el Palacio)?
La tentación de pensar que se pueden imponer unas cuantas normas, en este caso una Constitución, y que con ello la sociedad y los seres humanos seremos mejores y lograremos hacer realidad los sueños, se parece demasiado a la idea religiosa de la llegada de un Mesías, que esta vez se llama El Pueblo. La verdad, sin embargo, es que ni la sociedad ni las personas son tan maleables como le gustaría a los hacedores de leyes o a las vanguardias revolucionarias, ni los chilenos han estado esperando al Salvador.
La democracia es diálogo y equilibrios. Equilibrios entre los poderes del Estado por cierto, pero también entre libertad e igualdad, entre lo colectivo y lo individual, entre lo público y lo privado, entre justicia y misericordia, entre yo y el otro. Sólo cuando se pierden los equilibrios en beneficio de uno de los términos de la dualidad, se amenaza la democracia y los líderes caen en la arrogancia de pensar que pueden cambiarlo todo, en la desmesura de creer que pueden moldear a su gusto no sólo a las instituciones sino también a las personas.
El principio básico es que la Convención es -no una lista por importante que sea- la que representa al pueblo chileno en toda su rica diversidad. A partir de ese reconocimiento mutuo de la dignidad de todos los y las constituyentes es posible establecer un principio de diálogo con respeto y disposición a escuchar al otro. Así lo propuso Elisa Loncón en su discurso inaugural.
Esta vez, la democracia no puede fracasar. La Asamblea Constituyente no puede rehuir el deber del diálogo si quiere llegar a buen puerto, con una propuesta que la mayoría de los chilenos y chilenas apruebe.
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