Desde el giro que inició el gobierno tras la derrota en el plebiscito constituyente, en los intersticios de los sectores afines a éste se viene agudizando la grieta que separa a ciertos sectores de izquierda de la agenda oficial. Y aunque en un principio esos resquemores tuvieron, fundamentalmente, motivos partidarios y/o generacionales, las decisiones que se vienen sucediendo desde entonces los han ido transformando en una distancia cada día más programática y política.
No es un misterio que desde hace varios meses el reordenamiento de piezas y las señales políticas -y también las de inversión- se han venido alineando, siguiendo un vector que ha fortalecido las agendas de los ministros de Interior y Hacienda, como tampoco es ciencia oculta que casi en paralelo ha resurgido la invocación al “programa” como espacio de disputa al interior de los socios de las coaliciones oficialistas: mientras unos sugieren que hay que actualizarlo para ajustar la promesa hacia la ciudadanía, otros lo erigen cual línea Maginot.
Así, por ejemplo, los más puristas en Apruebo Dignidad apelan al programa como único espacio de encuentro del oficialismo, al tiempo que amenazan que alejarse de él es también alejarse de ellos. Particularmente crudo fue al respecto el gobernador de Valparaíso, Rodrigo Mundaca, quién señaló en una entrevista a El Mercurio que eran leales al programa, pero no obsecuentes con el gobierno. En esa misma entrevista, el dirigente de Modatima tildó a la otra coalición oficialista de “socios tácticos” y de “entusiastas de segunda vuelta”, lo que sugiere que el oficialismo no goza de un grato ambiente laboral en su interior.
Pero más allá de los ripios en su implementación y comunicación, el gobierno y el Presidente parecen convencidos del curso adoptado y la máxima concesión que se ve hasta ahora para sus socios a la izquierda es la de intercalar algunas señales identitarias hacia ellos cada tanto, por lo que nada hace presagiar que la incipiente grieta entre las coaliciones vaya a cicatrizar en el corto plazo. Por el contrario, el calendario electoral en ciernes sugiere que ésta se seguirá profundizando.
Así las cosas, una fuerza de izquierda crece al costado del gobierno y no sabemos aún cuanto de ella lo habita por dentro. Frases como las vertidas por el gobernador Mundaca se van apilando, la queja acusatoria gana terreno en los cafés y sobremesas del oficialismo y en los whatsapp se comparten antiguas aprehensiones de personajes que ya desde antiguo veían en el proyecto del Frente Amplio y en sus figuras principales el germen de una nueva Concertación: tal vez la más dura al respecto fue Roxana Miranda que, en 2017, los llamó cachorros de la elite.
Es muy probable que esas acusaciones pesen en las conciencias de algunos en el gobierno e incluso en el propio Presidente, pero sería una muy mala estrategia de su parte echar pie atrás a estas alturas. Ya mucho le ha costado el desandar lo andado en una diversidad de materias y las nuevas prioridades de gestión podrían dar algunos frutos en el mediano plazo.
Ya no se trata de merecimiento, sino de un asunto estrictamente demográfico: las dos generaciones hoy en el poder son las llamadas a seguir gobernando por varios años y cuando se ajusten las alianzas y proyectos en el amplio arco político, Boric y su gobierno probablemente no calificarán para el concurso del más izquierdista, pero tendrán -si son medianamente exitosos- dos o tres activos a su haber: experiencia, redes y el esquivo atributo de la gobernabilidad.
No es poco, menos aún si logran que parte de esos activos sean aún atractivos para una porción de la izquierda que, guste o no, es la llamada a dotar de energía y épica a los proyectos políticos del sector, sin los cuales, no pasan de ser un acto de administración.
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