De todas las reuniones, tertulias, desayunos, almuerzos, cenas, juntas, pactos, sesiones constituyentes, y eventos variopintos que se celebraron desde el estallido social en adelante con el esfuerzo de destrabar problemas, conseguir soluciones o generar consensos, el que se hizo entre los partidos oficialistas a favor del Apruebo el jueves recién pasado fue el más triste de todos. Pues, no solo pareciera que se hiciera a pesar de la voluntad de los firmantes, sino que, además, lejos de conseguir el objetivo propuesto de unir fuerzas para potenciar las posibilidades del Apruebo en el plebiscito de salida, parecen haber conseguido justamente lo contrario.
La triste foto tras la presentación del acuerdo habla volúmenes sobre la difícil posición en la que tuvieron que ponerse los firmantes para llegar a la instancia. Primero, tuvieron que aceptar la cruda realidad de que la Convención Constitucional fracasó, en tanto el texto que presentaron simplemente no gustó. Segundo, tuvieron que aceptar que la única forma de poder siquiera optar a ganar el plebiscito sería escoger algunos pilares fundamentales del texto y meterle mano, pues sin eso, sin una agenda de reforma profunda, el acuerdo simplemente no se justificaría, y el balance ciudadano a favor del Rechazo se mantendría inalterado.
El acuerdo, que es deficiente en su esencia, no solo destaca los problemas del texto que se propone, sino que además ilustra cómo se desgrana el oficialismo por dentro. Pues, para siquiera llegar a la instancia de un acuerdo se tuvo que excluir a mundos políticos enteros de la conversación. Ni los constituyentes que redactaron el texto, ni parlamentarios independientes vinculados a la centroizquierda socialista o izquierda oficialista pudieron participar. Las críticas más fuertes al acuerdo no vinieron de la derecha ni del centro: vinieron directamente de la izquierda dura, que dice no sentirse representada por el giro al centro de los firmantes.
De cierta forma, es difícil entender que el barco del Apruebo siga a flote. Pues, con el amplio consenso de que el texto es malo, y la clara división entre quienes están por alguna variante del Apruebo, es sencillamente increíble que el castillo de arena no se haya ya disuelto. A ratos pareciera ser que lo único que mantuviera al barco sobre el horizonte fuera la noción de que perder el plebiscito constituiría el fracaso político más estridente de los últimos treinta y tantos años de democracia. Es cierto: nunca antes, en la historia de la democracia reciente, se había visto a un sector político completo farrearse una victoria tan fácil.
Votar Apruebo hoy es fundamentalmente diferente a lo que significaba votar Apruebo en el plebiscito de entrada. De partida, en ese entonces, en 2019, votar Apruebo era un voto de esperanza, un voto alegre y un voto de confianza en que inevitablemente vendrían tiempos mejores. En ese tiempo, se pensaba que era imposible tener algo peor de lo que ya había. Se pensaba que con el “despertar del pueblo”, despertarían también los políticos, y que, con eso, se escribiría una constitución capaz de garantizar estabilidad política, desarrollo económico, paz social y una plétora de oportunidades que naturalmente vienen con las sociedades de bienestar.
Pero, no fue así. Hoy, en 2022, queda claro que no fue así. El voto en el plebiscito de entrada terminó siendo un voto a favor de uno de los grupos legislativos (constituyentes) más ineptos, ambiciosos, y miopes que el país jamás ha visto. Teniendo todo para ganar, lo echaron a perder. Se quedaron dormidos en los laureles. No supieron aprovechar la oportunidad histórica que les dieron los chilenos. En vez de haber hecho algo mejor de lo que había, hicieron algo peor. Algo tan incoherente que es casi ilegible. Hoy, el Apruebo no se vincula ni con esperanza, ni con alegría, ni con confianza. Hoy, el Apruebo es un portal que conduce a lo desconocido.
Por lo mismo, no se puede culpar a quienes votan Rechazo por votar Rechazo. Hoy, votar Rechazo no es ser de derecha, no es estar en contra de los cambios, y menos es comulgar con una constitución diseñada e implementada en dictadura. Votar Rechazo es votar en contra de un texto inexplicablemente mal hecho. Y si bien es verdad que votar Rechazo llevaría al país a un escenario de incertidumbre, también es verdad que no causaría más incertidumbre de lo que causaría votar Apruebo. Votar Apruebo no solo abre preguntas sobre cómo funcionaría el texto, esencialmente experimental, sino que además sobre cómo y cuándo se le harían mejoras.
El resquicio de esperanza viene de algunos senadores que han demostrado entender el difícil escenario en que se pondría al país en caso de aprobarse la propuesta constituyente. Esta semana, gracias a la iniciativa de los senadores Demócrata Cristianos Ximena Rincón y Matías Walker, se aprobó la ley de rebajar el quórum para reformas constitucionales a 4/7. Con esto, la posibilidad de que se puedan hacer cambios estructurales crece significativamente. Es un cambio importante. Por lo pronto, no solo facilita reformar la constitución vigente, sino que además incentiva, y garantiza, hacerlo con una transversalidad que nunca se dio en la Convención.
Que no queden dudas de que el Apruebo puede ganar. Puede ganar en tanto el gobierno completo está movilizado contra la derrota. Pero que tampoco queden dudas que la opción avanza fatigada y descalza por un desierto ancho y seco. Quedan cada vez menos formas de defender el texto como un todo, y por lo mismo las discusiones se han reducido a pequeños detalles legales que a ningún ciudadano de a pie le puede, o debe, importar. Lamentablemente, la campaña del Apruebo se ha desplazado al chantaje emocional, apelando cada vez más a fantasmas del pasado, y alejándose cada vez más del debate sobre la utilidad comunitaria que traería lo que propone.
Será difícil para muchos chilenos que tradicionalmente han votado por la centroizquierda, o que votaron Apruebo en el plebiscito de entrada, votar Rechazo en el plebiscito del 4 de septiembre. Pero a todas luces, parece ser el único de los dos males sobre la mesa que permite esquivar el puerco en el camino. Votar Apruebo es votar por un texto notoriamente malo. Votar Rechazo al menos permite votar con la conciencia tranquila de que no se está votando por un texto que todos—incluso quienes patrocinaron el proceso, incluso el actual oficialismo e incluso expertos de todos los sectores políticos—han advertido que está peligrosamente mal hecho.
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