A estas alturas, las referencias a “los 30 años” se han vuelto un lugar común. Es más, muchas de las discusiones sobre el juicio histórico que tendría el período entre 1990 y 2020 parecen inconducentes y repetidas hasta el hastío. Lo que partió como unas pancartas y rayados en las paredes en el contexto del estallido social de 2019 (“no son 30 pesos son 30 años”) fue primero elevado al estatus de una tesis política y, sobre todo después del resultado del plebiscito de 4 septiembre, denunciado y reemplazado por una reivindicación de los 30 años.
Más aún, mucho del debate sobre estas décadas se ha fundado en hacer una separación entre las fuerzas políticas que serían parte de aquel ciclo y las que no, entre la experiencia y la juventud. En esta separación, parece olvidarse que el PC y parte del Frente Amplio (Revolución Democrática) fueron parte del gobierno de la Nueva Mayoría.
Lo que caracteriza este enfrentamiento, interminable y estéril, sobre el significado de este período es la aceptación, por parte de ambos bandos, de que las tres décadas después del fin de la dictadura pueden ser vistos como una unidad homogénea. Un supuesto no menor que engloba a cuatro gobiernos de la Concertación, dos gobiernos de centroderecha y uno de la Nueva Mayoría. Este supuesto, además, hace pocos años hubiera sido duramente combatido por varios de los protagonistas de estos gobiernos.
Partamos por el hecho de englobar en una sola unidad los dos gobiernos de la centroderecha con la Concertación y la Nueva Mayoría. ¿Era esa la visión que tenía la centroderecha de sí misma antes del 18 de octubre de 2019?
“De una cosa estoy seguro: de esto va a surgir algo muy distinto de la Concertación antigua. Si no, significa que no han aprendido nada”. Eso decía sobre el futuro de la centroizquierda un recientemente electo Sebastián Piñera, el año 2010, en una entrevista al diario argentino La Nación. En esa misma entrevista declaraba el agotamiento de la Concentración y se hacía cargo de su anuncio de una “nueva forma de gobernar” que supuestamente comenzaría con su mandato.
Si ya en su primer gobierno Piñera quiso mostrarse, y a su gobierno, como algo distinto de los que lo precedieron, siete años después su juicio sobre la Nueva Mayoría sería aún más brutal. En su programa (titulado “construir tiempos mejores”) denunciaba el “oportunismo político” de la coalición de centroizquierda, su “error de diagnóstico” y que se había perdido la senda de “los 20 años” de la Concertación: “Estamos perdiendo el rumbo porque el gobierno de la Nueva Mayoría ha conducido a Chile por el camino equivocado…Hoy en Chile tenemos un mal gobierno…”.
¿Qué habría dicho Piñera y su coalición si hubiera sabido que a los pocos años estarían reivindicando los gobiernos de “los 30 años”, incluido el de la Nueva Mayoría e, incluso, estarían lamentándose no haber apoyado varios de sus intentos de reformas?
Pero no era solo la centroderecha la que reclamaba la pérdida de “los 20 años”. Lo reclamaban algunos insignes líderes de la Concertación, descontentos con el programa de reformas y la incorporación del PC a la coalición de centroizquierda. Por ejemplo, en una conferencia Oscar Guillermo Garretón reclamaba: “Debemos estar orgullosos de que una vez finalizados los gobiernos de la Concertación, dejamos un país mucho mejor al que heredamos en 1990”. De forma parecida a la que lo haría la centroderecha, el entonces militante socialista denunciaría que la Nueva Mayoría habría errado en su diagnóstico por estar demasiado pendiente de las movilizaciones de 2011.
Por otro lado, es cierto que sectores importantes de la Nueva Mayoría no querían ser un gobierno más de “los 20 años”. Como declaró el entonces presidente del PPD, Jaime Quintana, “lo riesgoso es que con la excusa del fin del mundo terminemos haciendo un nuevo gobierno de la Concertación”.
¿Se habrían imaginado los que peleaban por la continuidad o quiebre con la Concertación que pocos años después todo ese período se englobaría como simplemente “los 30 años”?
En definitiva, habría que reconocer que, al menos, la idea de los 30 años es una construcción realizada después de estos, ya sea como crítica o reivindicación, y que guarda poca relación con la forma en que se vivieron las disputas políticas de esos años. Más aún, quizás valdría la pena reconocer la heterogeneidad y tensiones, con lo dulce y agraz, de la época.
En el corto plazo, la asimilación de todos los gobiernos después del de 1990 puede tener rentabilidad electoral, debido al reflujo que trajo el tono excesivamente refundacional de la Convención Constitucional, pero, más temprano que tarde, borrar las diferencias generará su propio reflujo y aumentará la rentabilidad de las candidaturas que se presenten por fuera de una dirigencia política percibida como homogénea y sin espacio para reflejar las tensiones sociales.
Por cierto, hay muchas cosas rescatables de este período y de las que sentirse orgullosos, así como graves errores y falencias que evitar para el futuro. Después de todo, no vaya a ser que se repita el mismo patrón y, en algunos años más, nos encontremos discutiendo sobre el significado de “los 40 años”.
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