Esta semana se emitió el informe final de la comisión investigadora de la Cámara de Representantes sobre el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, mediante el cual una turba incitada por el entonces Presidente Donald Trump intentó impedir la transferencia pacífica del poder.
Como resultado final del trabajo de casi un año, la comisión resolvió solicitar al Departamento de Justicia que considere imputar a Trump por los delitos de sedición, obstrucción a la justicia, traición al juramento de defender la Constitución y promover una insurrección para impedir la transición pacífica del poder.
Además, y sin perjuicio de las imputaciones delictuales señaladas, el Comité pide que se decrete su inhabilidad perpetua de por vida para ocupar el cargo de Presidente de la República.
El informe de casi 1.000 páginas del Comité es la culminación de una investigación minuciosa donde la mayoría de los testimonios fueron de miembros del Partido Republicano, entre ellos algunos de los más cercanos colaboradores de Trump. Las sesiones, transmitidas en vivo por los canales de televisión, cambiaron radicalmente la percepción de lo ocurrido ese 6 de enero y el rol de Trump en los luctuosos acontecimientos.
Por su parte el Departamento de Justicia tiene abierta una investigación penal sobre los mismos hechos en la que ya han prestado declaración numerosos ex colaboradores de Trump, además de la que se refiere a la apropiación indebida de documentos secretos encontrados en varias residencias del exmandatario.
A eso se suma que el fiscal general del estado de Georgia ha convocado a un gran jurado para formalizar cargos contra Trump por la presión ejercida por éste sobre el gobernador de ese estado para alterar el resultado de la elección. Lo hizo mediante una llamada telefónica en la que le pedía “encontrar” los 11.750 votos que le faltaban para obtener los delegados de Georgia. Es altamente probable el Gran Jurado termine formalizando a Trump.
Como si esto no fuese suficiente, un jurado de Nueva York declaró al holding que maneja las empresas de la familia de Donald Trump como una organización criminal, ordenó su disolución por fraude reiterado al fisco y el encarcelamiento de su principal ejecutivo.
El Comité Investigador también ha logrado establecer fehacientemente que Trump y su equipo más cercano sabían perfectamente que habían perdido la elección y que, a pesar de tener conciencia de ello, orquestaron una campaña para engañar a la población y obtener miles de millones de dólares para recaudar dinero para un fondo de defensa que al final terminó siendo de uso discrecional del expresidente.
La imagen de Trump se disolvió y un segmento muy importante de la población entendió que todo había sido una manipulación maligna, que él es una figura peligrosa, que antepone la lealtad personal ante cualquier otra consideración, infringe las leyes y representa una amenaza para la democracia.
El repudio al trumpismo se manifestó con fuerza en las últimas elecciones parlamentarias donde todos los candidatos apoyados por Trump por su lealtad incondicional a la “gran mentira”, tanto a la Cámara como al Senado como gobernaciones y sobre todo a cargos que tienen la responsabilidad de manejar las elecciones, fueron derrotados incluso en estados en que los republicanos habrían triunfado con mejores candidatos.
Trump tenía previsto un escenario muy diferente, ya que todos los pronósticos anunciaban una “ola republicana” , la que pretendía adjudicarse como un triunfo personal para beneficio de su candidatura. Pese a que las cosas no pasaron como él esperaba, insistió, contra el consejo de sus cercanos, en lanzar su candidatura presidencial a los pocos días.
Lo hizo con un discurso atrapado en el pasado, autoreferente, presentando una visón lúgubre de la realidad del país, la misma que los ciudadanos habían rechazado en la elección, insistiendo en el tema de la elección fraudulenta.
Pese a todo, Trump sigue contando con el apoyo incondicional de por lo menos un tercio de la base republicana fanatizada y movilizada que sale a votar en masa en las primarias y que, haga lo que haga o diga lo que diga, jamás lo abandonará. Lo que en un escenario de varios contendores a la nominación del partido podría darle la victoria en la interna.
Hay conciencia entre los propios republicanos que, si Trump llega a ser el candidato a la presidencia, lo más probable es que resultaría derrotado por segunda vez.
Es una figura del pasado cuyo estilo confrontacional ya no interpreta a los sectores moderados de la población que son la gran mayoría. Su comportamiento abyecto e irresponsable le está pasando la cuenta.
La administración de Joe Biden ha provocado un cambio del estado de ánimo en la población que ve que con un Presidente “normal” es posible, aún en este clima toxico, lograr acuerdos con los adversarios políticos que se traducen en proyectos de ley que benefician al conjunto del país y que han sido aprobados de manera bipartita. Entre ellos, el fortalecimiento de las relaciones con los aliados, enfrentar la crisis climática, disminuir el costo de los medicamentos y reducir drásticamente la dependencia de China y Taiwán en la fabricación de microchips.
En su decadencia a Trump le han salido varios contendores de peso al camino; pero todos proponen una especie de “trumpismo sin Trump”, para no enajenarse a sus partidarios. Es decir, rebaja de impuestos, control estricto de las fronteras, mano dura con China, defensa incondicional al derecho a portar armas y una agenda valórica ultraconservadora.
Entre ellos está su ex vicepresidente Mike Pence, quien rompió relaciones con él a raíz de la invasión al capitolio y el popular Ron DeSantis, gobernador reelecto de Florida con un 60% de los votos y una coalición diversa de hispanos, afroamericanos y blancos. Según las últimas encuestas, DeSantis tendría una ventaja de 10 puntos sobre Biden mientras que el actual Presidente se impondría por igual margen frente a Trump.
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