-¿Altamirano estaba conciente del efecto que tuvo su discurso?
-Claro. El 8 de septiembre en la noche, Carlos me pidió transcribir el famoso discurso en una máquina Olivetti. El discurso era bastante ultra. Al día siguiente lo acompañé al Estadio Chile, que estaba enardecido. Parecía el Coliseo romano, porque la gente lo que quería era sangre. Entró Carlos, lo pifiaron y gritaban: “Avanzar sin transar, es la hora de luchar”. Y Carlos, en la medida que él iba avanzando en un discurso que fue relativamente corto, se fue entusiasmando. Carlos defiende la idea de asaltar el poder. Es decir, tenía una postura bolchevique.
-¿Allende se indignó con el discurso?
-Yo pensé que se iba a enojar, que el discurso iba a dejar la escoba. Esa noche fuimos a la celebración del cumpleaños de su hija Beatriz Allende y fuimos con mi mamá (Paulina Viollier) y Carlos a la casa del Cañaveral. No me pareció que estuvieran enojados. Esas cosas quizás las dejaban para la conversación política. Pero eran amigos hace mucho tiempo. De hecho, Salvador apoyó a Carlos Altamirano para ser secretario general del Partido Socialista. Socialmente, Salvador y Carlos se entendían. Yo sé que Carlos tenía confianza en Salvador y lo quería entrañablemente, pese a sus diferencias.
-¿Ese discursó lo marcó para siempre, se arrepentía?
-Fue parte de un momento político que era revolucionario, no solo en la izquierda. Pero es cierto que la primera impresión es la que prevalece. Y en el caso de Carlos lamentablemente lo que prevalece es su discurso del 9 de septiembre. Fue una persona prisionera de sus palabras, que difícilmente pudo borrar. Le decían el Termocéfalo y Mayoneso.
-¿Por qué Mayoneso?
-Porque es lo que acompaña a los locos. Así lo llamaban en diarios de derecha como el Tribuna. Es un concepto creativo, que tiene mucha chispa y mucho humor. El arma de la crítica en política está asociada al humor. Y Termocéfalo le decían porque tenía la cabeza caliente.
Son dos imágenes que se contraponen absolutamente a la impresión y al recuerdo que yo tengo de Carlos. Por un lado, era una persona extremadamente tolerante, de criterios muy amplios y con un gran discernimiento por el tipo de vida que había llevado. Y estoy hablando no del 73, sino cuando tenía 96 años. Tenía mucha libertad y amplitud de espíritu. Era una persona muy culta, probablemente una de las personas más inteligentes y más interesadas en el otro que yo he conocido. A Carlos le gustaba escuchar más que opinar.
-¿De qué manera influyó en Altamirano el caso cubano?
-Bastante. Carlos siempre quiso ser un intelectual. En cambio, Salvador Allende no leía marxismo leninismo porque la verdad es que no le interesaba. Yo creo que lo encontraba una pavada. El PS estaba en esa época conformado por puros ultras, los elenos (facción armada del PS), trotskistas. Se inspiraban en este loco que era Guevara de la Serna y en lo que decía Castro.
La Revolución Cubana fue extremadamente dañina por todo su intervencionismo en Chile y su influencia ideológica: fue muy dañina en todo el continente. La Revolución Cubana tiene sobre sus espaldas una cantidad de jóvenes idealistas muertos. Es algo innombrable.
-¿Altamirano estaba realmente por una guerra civil o una guerra de guerrillas?
-Nunca quiso una guerra civil. De hecho le advirtió a Allende que las Fuerzas Armadas no se iban a dividir. Y alguna gente del PS tenía dudas sobre la lealtad de Pinochet. Carlos Lazo también se lo advirtió. Había una corriente revolucionaria muy fuerte, influenciada por el libro de Regis Debray Revolución en la Revolución. Es un libro que inspiró a decenas de miles de jóvenes que partieron con los ojos vendados a la carnicería en los distintos frentes de batalla de América Latina. Ciertamente se perdió mucha gente de talento y que habrían sido un aporte en Chile.
-¿Altamirano fue cercano a Elmo Catalán, socialista que murió en la guerrilla de Bolivia?
–Los Elenos no tenían un mártir y lograron un mártir cuando murió Elmo Catalán. Yo recuerdo que se fue a la casa a despedir un día domingo. Se hizo un almuerzo y Carlos trató todo el rato de convencer a Elmo de que era un disparate irse a Bolivia. Elmo no le hizo caso y se fue a Bolivia a combatir con Guevara en 1969. Apenas duró unos días vivo. Si Allende hubiese hecho su experiencia sin Castro, capaz que habría terminado su mandato. Pero es evidente que fue desbordado por la izquierda.
-¿Cómo fue para ustedes el 11 de septiembre?
-Desde hace unas semanas había una cierta resignación. Yo me acuerdo que mi mamá le decía todos los días a Carlos: “Qué espanto, Carlos, lo que está pasando. Se toman todo”. Una vez comiendo con Allende, alguien le estaba hablando de las masas populares y él dijo: “¿Cuanta masa se necesita para detener un tanque?” Tenía toda la razón. Pero Allende sabía que al morir, en toda ciudad del mundo, iba a haber una calle, una plaza, una escuela, con su nombre. Eso Salvador lo sabía.
El once recuerdo que hubo telefonazos toda la noche. Altamirano le imploró a Allende organizar una defensa armada, pero el Presidente ya tenía decidida su opción. Con todo el respeto que merece, fue una opción personal, no colectiva. Al final, le pidió a la gente que se fuera de La Moneda. Carlos estaba molesto por la indecisión de Allende. Y puede ser duro decirlo, pero quizás era preferible, para los que estaban ahí, morir peleando que torturados horriblemente en el Regimiento Tacna, que estaba a 12 cuadras del palacio.
-¿Altamirano tuvo que esconderse inmediatamente?
-Carlos salió de la casa donde vivíamos a las 07:30. No habían llegado los gapitos (del GAP). El 29 de junio fui yo el que lo llevé a al centro. Ahora me salvé porque si no, no estaría contando esto. Lo llevó Carlos Lazo; se fueron ellos a una reunión con Arnoldo Camú, que era el jefe militar del Partido Socialista. Y no tenían armas. No tenían armas. Hay un amateurismo.
La dirección decidió que debía esconderse y pasó dos o tres meses dando tumbos de casa en casa. Con un costo enorme: él se iba y llegaba la policía. Hubo detenciones y muertes. ¿Y tú crees que Carlos durmió tranquilo con eso? No. Eso fue algo que lo torturaba. ¿Tú crees que Carlos no sintió una responsabilidad sobre la derrota de la UP? Por supuesto.
-¿Y cómo fue tu experiencia?
-Me detuvieron, estuve un par de días preso, porque era el hijastro del hombre más buscado de Chile. Por suerte, Carlos no nos dio ninguna información. No me gusta hablar de eso, no me torturaron, pero me hicieron un simulacro de fusilamiento.
-Estuvo exiliado en RDA y en Francia, ¿ahí vivió un proceso de renovación?
-Hay muchas cosas que empieza a percibir. Y empieza a cambiar por dentro. Decide que lo primero es sacar el leninismo del PS, rechazar la vía armada Y luego buscar un entendimiento con la DC.
En la RDA, que no era democrática para nada, se distancia del socialismo real. Un tipo de la Stasi le dice que van a matar a Prats. Carlos lo llamó, pero no lo encontró. Después se van a París y ahí Carlos observa otro nivel de sociedad. Se hizo cercano a Mitterrand, quien le mandó una carta muy bonita cuando murió mi madre.
-¿Y decide volver a Chile, pese a que estaba marcado por sus palabras?
-Todavía hay gente que dice que por el discurso de Carlos el 9 de septiembre fue o se apuró el golpe. Cuando vuelve a Chile nos veíamos mucho, todas las semanas. Yo le tengo, mientras estaba vivo y en la otra vida también, mucho cariño y admiración a Carlos y así le tienen mis hijas, que tienen la suerte de tener tres abuelos.
Pero fue curioso porque la verdad es que mi madre no quería regresar. Ella estaba feliz en París. Tenía muchas aprehensiones, muchos temores, porque la verdad es que mi madre después del golpe no lo pasó bien. No lo pasó bien siendo la mujer de Altamirano. Durante diez años, le daba miedo andar en auto pensando en que hubiera una bomba. Siempre andaba asustada. Quedó con secuelas de todo lo que fue el golpe.
-¿Por qué regresa, entonces?
-Carlos pensó que tenía el deber moral de regresar sabiendo que él no iba a jugar ningún rol político. Dio un paso al costado y siguió siempre muy cercano y como consigliere de algunos dirigentes como Ricardo Núñez, Jorge Arrate, Carlos Ominami.
Él siempre traía el debate a la mesa, y no era para nada una persona obcecada. Carlos era lo menos termocéfalo y lo menos mayoneso que yo haya visto.
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