Diciembre 1, 2023

Juan Emilio Cheyre: “No me gusta cuando uno dice no me arrepiento de nada”

Marcelo Soto
Foto: Agencia Uno.

El ex comandante en jefe, Juan Emilio Cheyre, firmó en 2003 uno de los documentos más importantes de la transición. El “nunca más”, donde condena la violación de los DDHH por parte de las FFAA, pero también responsabiliza a la sociedad civil. Por estos días lanza un libro de conversaciones con Alejandro San Francisco, “Para que nunca más” (Planeta). En esta entrevista, dice que el Ejército no ha vuelto a vulnerar las garantías fundamentales ni aún en el estallido social.


-¿Por qué decidió escribir este libro?

-Quise dar un testimonio de 50 años de vida en el Ejército. Espero que sea un aporte al conocimiento de una institución que es más compleja de lo que se cree.

-El primer capítulo tiene datos curiosos: su bisabuelo era dueño del famoso Gran Hotel de Francia, el “más elegante de Sudamérica”. Su abuela y su madre eran intelectuales, quienes le legaron el interés por la lectura. ¿Cuáles fueron las lecturas que lo marcaron siendo niño?

-Las aventuras de Julio Verne; David Copperfield. El Principito me marcó. Las historias de los héroes nacionales. Coloane. Martín Rivas (de Blest Gana). Y por supuesto, Adiós al 7.º de línea, que leí a los 13 años.

-¿Por qué decide una persona como usted ser militar, pese a que su padre, que pertenecía al Ejército, no estaba convencido?

-Su preocupación era que yo conociera la complejidad de la vida militar y no deslumbrarme con lo que él hacía como militar. Yo tenía la imagen de él en Coyhaique, recorriendo los escenarios a caballo, después estudiando tres años en París. O mandando unidades. Creo que buscó oponerse a que tuviera una visión idealizada.

Entré el año 62 a la escuela militar. Eran tiempos de obediencia absoluta. A mí lo que me atrajo fue una vida de aventuras, de la defensa de Chile, de estar en la naturaleza, de ejercer el mando.

-Usted repite varias veces que era un niño débil, muy flaco, después un poco gordo, malo para los deportes. ¿Cómo pudo superar esa limitación física?

-Me costó harto, porque era yo el penúltimo de los 200 y tantos que entramos. El fusil era más grande que yo. Ahí no hay privilegios para nadie (mi padre fue director de la escuela en mis tres últimos años de alumno) y hay que auto exigirse. Hay que vencerse a sí mismo y después, por ejemplo, logré ser paracaidista. Un militar tiene que tener condiciones no solamente físicas, sino que también intelectuales.

-Cuenta que en ese tiempo la escuela militar no tenía rejas, la gente entraba y salía, y los aplaudían. ¿Cómo ha cambiado el rol del uniformado?

-La misión del Ejército estaba muy vinculada con las crisis con los vecinos. La guerra se entendía como una forma de mantener nuestra soberanía. La escuela militar no tenía rejas porque estaba dentro de un potrero.

Debo decir que en mi tiempo de Comandante en jefe yo también eliminé todo lo que fuera rejas en todos los regimientos que se pudo, para buscar transparencia. El ejército es el mismo siempre, pero tiene diferentes misiones porque el país va demandando diferentes tareas.

-¿Ese sistema forzoso de obediencia fue cómplice del quebrantamiento de los DDHH desde 1973?

-Por eso le propuse al ministro Jaime Ravinet y al Presidente Lagos un nuevo código de conducta de los militares. Nosotros vivimos con el concepto de obediencia forzada, en que usted no tenía espacio para disentir. Hoy día, se dispone lo que se llama una obediencia reflexiva. Se dispone que los fines, aunque lícitos, no pueden ser obtenidos por medios ilícitos. Y que todo actuar tiene que enmarcarse dentro de los conceptos del derecho internacional.

Pero un clima de respeto a los derechos humanos exige a la política, a la sociedad, erradicar la violencia, apoyar a las Fuerzas Armadas y a las fuerzas de orden y seguridad. Evitar los enfrentamientos y la falta de cohesión.

-¿Es realmente profunda esa convicción a favor de los derechos humanos de las nuevas generaciones de militares?

-Absolutamente. Porque usted ve que desde esa fecha hasta hoy día, en el caso del Ejército, no hay ninguna duda de su compromiso con la democracia y el respeto a los derechos humanos. No hay ninguna vulneración.

-Le pregunto porque en el estallido social hubo violaciones a los derechos humanos, según organismos internacionales. ¿Usted cree que no hubo?

-No conozco, en el caso del Ejército, ninguna vulneración al respecto.

-¿Que lecciones saca de su propia experiencia en La Serena, cuando le tocó recibir a la Caravana de la Muerte en octubre de 1973 y luego fue acusado de encubrimiento?

-En mi propia experiencia en La Serena, y en lo que conocí posteriormente mi conclusión es que los derechos humanos exigen que sean inviolables en toda circunstancia y por lo tanto su respeto debe ser exigible a todos. Hoy, el ejército ha incorporado la educación de DDHH, para no solamente pensar así, sino que actuar en consecuencia. Es un gran paso pero debe ir acompañado por una sociedad en la que no tengamos esta fragmentación actual. Esa polarización nos hace mal.

-Mirando hacia atrás, ¿de qué se arrepiente de ese episodio en La Serena?

-No me gusta cuando uno dice no me arrepiento de nada. Es una experiencia fuerte, pero mi episodio en la escena se limita a entregar un sobre con un bando militar que debería ser publicado en el diario. El juez Guzmán nunca consideró que eso constituyera un delito, por cuanto daba cuenta de los crímenes que se habían cometido. Y el comandante que me lo entregó, Lapostol, lo que quería era reunirse con los parientes de las víctimas; recibirlos y compartir lo que había sucedido.

Yo podría arrepentirme de haber cometido un delito. Sinceramente, el acto de la entrega del sobre no es un encubrimiento en lo más mínimo y jamás lo vi así.

-En una parte del libro usted dice que Lapostol enterró algunas víctimas, pero que nunca le aclaró el tema…

-El libro lo que dice es que él tomó una decisión que yo no participé en lo más mínimo. Yo no vi a la gente ni antes, ni durante ni después.

-¿Y cómo está su caso judicial? ¿Qué espera de él?

-Yo he aportado a la justicia, tanto institucional como personalmente, sin privilegio alguno, todo lo que me ha sido requerido. Y espero la justicia sin más, como le corresponde a todo ser humano. Ahora bien, en los casos del pasado y del juicio a militares, desgraciadamente hay claros signos de un sistema que solo se aplica a los uniformados. Un juicio a 50 años de los hechos, y que tampoco afectó a los actores verdaderamente responsables de sus decisiones.

Como dijo un expresidente de la Corte Suprema, don Urbano Marín, la Justicia que es tardía, prácticamente, no es justicia. Más aún cuando se da en un sistema de doble estándar para el resto de los chilenos y para esta parte que obedece a un sistema antiguo donde se termina evaluando fuera de un contexto y también con una prueba que se confunde con apreciaciones personales de convicción o presunción de aquellos que juzgan y condenan. Por lo tanto hay un sistema vigente hoy para todos los chilenos con resguardo de sus derechos, que en el caso de los militares no se da.

-Usted me decía que le preocupaba la polarización. ¿Cree que el plebiscito que viene ahora se está dando un escenario un poco álgido?

-Yo creo que se está dando el desenlace que tiene un proceso complejo como este. Ojalá que termine este proceso como los chilenos resuelvan.

-¿Usted va a votar?

-Yo siempre he creído que el voto es personal. Y lo he respetado siempre.

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