-¿Cuál es su visión del fallo del caso Silala? El gobierno lo ha visto como un triunfo, pero han surgido posturas divergentes sobre si el tema queda zanjado completamente o no.
-Puede decirse que el caso Silala fue un falso pleito jurídico. La litis no tuvo como meollo una controversia sobre el derecho, sino una diferencia de apreciación -casi surrealista- sobre un fenómeno de la naturaleza: si un río internacional era un río internacional o -como proclamaba Evo Morales- un manantial boliviano, canalizado por Chile, para robarle aguas.
Con razón el entonces canciller Heraldo Muñoz dijo, de inicio, que estábamos ante un pleito técnico. Y si se configuró como demanda ante la CIJ fue para bloquear la estrategia política de Morales, que tendía a instrumentalizar a los jueces internacionales y a internacionalizar su autovictimización respecto a nuestro país.
-¿Es una derrota para el ex presidente boliviano?
-Creo que cualquier nueva controversia o conflicto con Bolivia será inzanjable si Morales es uno de sus protagonistas. Mientras siga en busca del poder político perdido, seguirá buscando motivos para sostener la beligerancia contra Chile. Tal ha sido su plataforma como líder, aunque sus métodos no correspondan al genuino interés nacional de los demócratas bolivianos.
Lo dicho hace comprensible que en Chile se proclame la decisión de la CIJ como un triunfo que, en rigor, sería de tres gobiernos sucesivos. Por mi parte, no quiero olvidar lo que aprendí con Javier Pérez de Cuéllar en la ONU: en diplomacia hay que asumir los éxitos sin jactancia y las derrotas sin amargura.
-¿Fue acertada la decisión chilena de demandar? ¿Bolivia se acercó a la posición de Chile?
-No fue poca cosa sostener que el Silala era un manantial boliviano aviesamente modificado por Chile. Tras esa invención macondiana estaba el pleito, entonces vigente, sobre la presunta obligación chilena de negociar con Bolivia una salida soberana al mar. En lista de espera había una lista de acciones hostiles encadenadas. Por eso, la decisión chilena de demandar tuvo un sesgo más estratégico que jurídico: cortar en seco la peligrosa secuencia impulsada por Morales.
A mi juicio fue una decisión exitosa y esto se vio claro cuando la CIJ falló contra Bolivia en el caso de la presunta obligación de negociar. Entonces, juristas, políticos e intelectuales bolivianos comenzaron a exigir cuentas a su presidente. Como resultado, abogados y asesores oficiales debieron admitir que un río internacional es un río internacional y, de hecho, el pleito llegó hasta ahí.
-¿Por qué no hubo acuerdo para retirar el caso de la Corte?
-Lo lógico habría sido acordar bilateralmente el fin de la litis y negociar los puntos técnicos sobre el uso compartido y razonable de las aguas. Tengo entendido que fue lo que propusieron nuestros expertos, liderados por Ximena Fuentes, actual subsecretaria de nuestra Cancillería. Pero, según mi información, no hubo receptividad de la contraparte. De ahí que en ambos países seguimos invirtiendo recursos importantes, en un pleito que ya no tenía razón de ser.
-Analistas plantean que el fallo constata lo que las partes dijeron en el juicio, más que las decisiones de la Corte. ¿Cuál es el valor de estas declaraciones si las posiciones pueden cambiar en el futuro?
-Los jueces de la CIJ tratan de lucir lo más neutrales posibles en lo político y, de hecho, tratan de quedar bien (o mal) con todas las partes. Para ese efecto, negocian sus fallos entre ellos, supliendo la negociación diplomático-jurídica que las partes no supieron producir. Fue lo que sucedió en el pleito con el Perú: dieron la razón a Chile, fijando como límite marítimo el paralelo del hito 1 y dieron la razón al Perú, recortando ese límite a la altura de la milla 80, para convertirlo en bisectriz.
Quizás por eso, la Carta de la ONU no es muy entusiasta respecto a la solución judicial y la menciona como el último de los recursos para la solución pacífica de controversias. Dicho en corto: rara vez un fallo judicial soluciona completa y definitivamente un conflicto internacional. En el caso con el Perú, dejó colgando el tema del “triángulo terrestre”, técnicamente aún en disputa.
Visto así, en este caso del Silala los jueces lo tuvieron fácil. Desde el momento en que la parte boliviana asumió su realidad como río internacional, su trabajo jurídico se hizo superfluo y tampoco tuvieron que negociar entre ellos para producir un fallo salomónico. Bastaba con emitir un certificado, reconociendo la ahora incontrovertida naturaleza del Silala. Paradójicamente, este certificado con formato de fallo está destinado a producir un efecto más duradero que cualquier fallo con base en el Derecho Internacional. Respondiendo la pregunta, me atrevo a decir que su valor es total.
-Entonces, ¿más que hablar de un mérito jurídico chileno debiéramos hablar del mérito de usar el formato de la demanda como recurso político?
-Concuerdo con la pregunta. En definitiva, la demanda por la condición del río Silala fue una hábil jugada política liderada por el canciller Muñoz. Sorprendió a Morales y terminó desnudando su aventurerismo en materia de relaciones vecinales. De ahí en adelante, fue más fácil vincular su beligerancia contra Chile con su afán de mantenerse indefinidamente como presidente. Su causa supuestamente patriótica aparecía como una causa electorera de interés individual.
-Paz Zárate dice: “Lo más notable del caso Silala no es lo que la sentencia decide, sino lo mucho que no decide en absoluto”. ¿La Corte no concedió a las partes nada de lo que pedían?
-En cuanto jurista connotada, Paz tiene razón: la sentencia no decidió nada. La naturaleza ya había decidido el tema de la naturaleza del Silala desde el inicio de los tiempos. Por eso, no hay que leer el fallo como cosa juzgada en una controversia de derecho, sino como una certificación calificada del máximo tribunal de la ONU.
-El diputado boliviano Rolando Cuellar dijo que iban a “iniciar juicio de responsabilidades contra el señor Evo Morales y todo su equipo jurídico por el daño económico al Estado boliviano”. ¿Cómo afecta este fallo a las pretensiones políticas del ex presidente?
-Puedo equivocarme, que no es mala costumbre, pero creo que Morales no tiene la capacidad necesaria para reinventarse. Al parecer, se considera una especie de sucesor por default de Fidel Castro y Hugo Chávez, con todo lo que eso puede implicar. Ya hemos visto como trató de juguetear con la Presidenta Bachelet: un “diálogo sin exclusiones” entre “el primer indio presidente de Bolivia y la primera mujer presidenta de Chile”… que él interpretó a su pinta, como que ella se comprometía a cederle soberanía marítima.
Luego, vimos como atacó al “hermano Presidente Piñera”, por no aceptar negociar sobre soberanía marítima: declaró muerto el tratado de 1904, constitucionalizó tal defunción y demandó a Chile ante la CIJ. En tiempos actuales, ya sabemos hasta qué punto intervino en la política chilena para endosarnos su estrategia “América Latina plurinacional”. La misma que, según connotados diplomáticos peruanos, perseguía configurar una franja étnica que interrumpiera la contigüidad geográfica chileno-peruana. Es decir, planteaba liquidar el tratado chileno-peruano de 1929.
-¿Cómo impacta al presidente Arce y al canciller Rogelio Mayta de Bolivia? “El fallo de la Corte nos debe dejar varias enseñanzas, como que países vecinos, antes de llegar a esas instancias, deben dialogar más”, dijo Mayta.
-Lo principal es la certificación de la CIJ de que Morales condujo a su país a otra aventura y que Chile tenía la razón en cuanto al tema de fondo. Tras este segundo traspié judicial es previsible que Morales y los suyos entren en un juego de acusaciones, defensas y contracusaciones mutuas. Lo que sí debiera interesarnos es la posibilidad de que ahora se abra una vía para una mejor relación con Bolivia, la que debiera partir con relaciones diplomáticas plenas e incondicionadas. De hecho, importantes personalidades bolivianas ya reconocen un mejor espacio para sortear el irredentismo disfuncional de Morales y para reconocer que el estatuto de paz entre tres países no es modificable sólo por la voluntad de uno.
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