-Tú has abogado por la llamada derecha social, bandera que encarnó Mario Desbordes en la primaria de Chile Vamos. Ahora, sin embargo, Desbordes expresó su apoyo a Kast antes que el Consejo Nacional de RN. ¿Fue un error de Desbordes apoyarlo tan de prisa?
-No me parece que en su caso sea necesariamente un error. Mario dio un apoyo personal. Además, es una persona de partido, que debe preocuparse de relaciones de poder internas a RN que escapan a mi ámbito. Sobre la derecha social, desde el inicio sabíamos que era difícil abrirle espacio a una propuesta ideológica nueva -el “republicanismo popular”- en el contexto de una derecha muy determinada aún por las doctrinas de Guerra Fría y por intereses económicos. Es difícil porque requiere cambiar hábitos mentales y alterar entramados de poder. El paso, sin embargo, que se dio con la candidatura de Desbordes, es un primer piso sobre cuya base construir.
-¿Es compatible el proyecto de derecha social con el de Kast?
-Diría que ambos pertenecen a las familias de derecha. En el caso del proyecto republicano y popular de Desbordes, se trata de una tradición que ha estado opacada en Chile desde la dictadura, pero que fue muy importante en el pensamiento y la acción de la centroderecha chilena. Se puede nombrar, por ejemplo, a los socialcristianos de primera mitad del siglo XX, autores de las primeras leyes sociales, fundadores de la primera Federación Obrera de Chile. También a los agrario-laboristas, que gobernaron con el segundo Ibáñez… El pensamiento político de mayor espesor, apto para ampliar el pañol de herramientas conceptuales de la derecha actual, se halla en esas tradiciones que el republicanismo popular pretende acoger reflexivamente.
-¿Qué tradición representa el candidato republicano en la historia de la derecha?
-Se ha caricaturizado a Kast, como una especie de troglodita nazi. Para hacerle justicia, se le debe reconocer su larga trayectoria como militante y parlamentario de la UDI, en la cual ha desenvuelto sus labores apegándose estrictamente a las reglas de la democracia constitucional. Es un libremercadista moralmente conservador o muy conservador, un cristiano-liberal. Es difícil, en este sentido, ligarlo con algo así como un fascismo totalitario, cuando su ideología apunta, precisamente, a limitar al Estado y darle libre curso -demasiado libre, podría agregar por mi parte- a las fuerzas privadas en un contexto de mercado.
-Por tu parte, no has hecho una declaración de apoyo hacia Kast. ¿No te sientes cómodo con lo que representa esa candidatura? ¿Crees que puede ser un retroceso para el sector?
-Así como hay dos Boric, uno el joven de universidad de élite, criticando con algo de frivolidad las décadas en las que Chile logró superar el hambre, el frío y la desnutrición, otro el Boric capaz de sacudirse de sus estrecheces ideológicas y firmar, por compromiso con el país, el acuerdo del 15 de noviembre, así también me parece que hay dos Kast. Uno es el candidato de los últimos tiempos, que parece ser un UDI de los noventa sacado de la cápsula de criogénesis, como si todavía el núcleo de la política nacional fuese el conservadurismo moral de alcoba y un neoliberalismo económico radical. Si prevaleciese ese Kast, estaríamos ante un retroceso de tres décadas, funesto para el país y para la derecha. Pero por momentos despunta también otro Kast, el realista político capaz de pedir perdón por el episodio del Ministerio de la Mujer, de enmendar rumbos, más permeable a la situación. Este segundo Kast podría eventualmente compenetrarse con lo que significa comprender políticamente, sobre todo: atender a la situación concreta del pueblo, sentirla, experimentarla y recién luego intentar brindarle expresión de maneras que permitan el despliegue nacional. Pero, claro, el asunto no está decidido todavía y mientras no lo esté, me siento distante de su candidatura.
-Al parecer, la elección está muy disputada entre Kast y Boric. Para algunos, se trata de la más polarizada desde 1970. Para Mauricio Morales, en tanto, es la peor en términos de calidad de las propuestas desde 1932. ¿Qué paralelos pueden hacerse entre esta elección y otras del pasado?
-Hay quienes comparan nuestra época con la del 70-73, pero son distintas. La del 70-73 responde a un enfrentamiento horizontal: de bandos en disputa, articulados desde las bases a las cúpulas. Nuestra crisis es más bien vertical: entre el pueblo y las instituciones y discursos políticos. En este sentido, podría ser, por el tipo de crisis en que nos hallamos, por lo estrecha que fue la elección y por lo que representan los candidatos, más parecida a la de Aguirre Cerda contra Gustavo Ross, aunque Boric no es Aguirre Cerda y Kast no es Ross. Entonces el país venía saliendo de la Crisis del Centenario y se enfrentaban un candidato de derecha con un discurso fuertemente económico y de orden, y un candidato de izquierda más atento a las demandas sociales.
Matizaría un poco el diagnóstico de Mauricio Morales. Ciertamente las propuestas iniciales eran muy defectuosas. El programa FA-PC parecía una mezcla perfecta de inmadurez de jóvenes ricos del FA y fanatismo PC. El de Kast era bien esperpéntico. Pero ambas candidaturas han hecho esfuerzos importantes por corregir, que deben ser valorados. A mi, por lo menos, me tranquiliza saber de las modificaciones del programa tributario de Boric o de las modificaciones en el de Kast sobre el tema de la mujer.
-Tú estuviste por el Apruebo en el plebiscito, pero hoy la Convención parece dominada por la izquierda. La derecha es mera espectadora. ¿Te ha desilusionado la Convención? ¿Cómo ves su trabajo en estos cincos meses?
-Tengo importantes grados de desilusión. No tanto de lo estrafalario y pintoresco, sino de las leguleyadas para intentar saltarse la palabra empeñada. A diferencia de lo anecdótico, la parte de leguleyada es obra de personas con altos grados de educación. Me suena más a una combinación de erudición y tosco fanatismo, el tono de jurisperito iluminado de Fernando Atria con el estreñimiento mental de sus discípulas y discípulos radicalizados.
-¿Cambia el panorama la nueva proporción del Congreso, donde la derecha obtuvo un 50% en la cámara alta?
-La conformación actual del Senado viene a poner coto severo al radicalismo irresponsable. Dicho esto, sin embargo, me parece que el proceso constitucional es imprescindible. Los caminos eran dos: o una agenda de reformas económico-sociales estructurales o una nueva Constitución. El ideal hubiese sido avanzar en ambas, bajo conducción del Gobierno. La parálisis filistea del Gobierno obligó al parlamento a tomar la iniciativa. Chile necesita cosas en común, eso es una res-pública: cosas en común. Y como país tenemos muy pocas cosas en común. Claramente la Constitución de 1980 no es una de ellas. ¿A qué podemos acudir como símbolo en el que todos nos reconozcamos? En este sentido, es una irresponsabilidad querer anotarse un triunfo partidista con la nueva Constitución. Ella debe ser una instancia en la que todos podamos en principio sentirnos reconocidos. Aún dentro del contexto de fuerzas actual en la Convención, ella debe llevar la firma al menos de los convencionales más moderados de la centroderecha, el lote de Monckeberg. Sin esa firma, que excluiría a casi la mitad de la ciudadanía activa, el proceso entero arriesga ser un fracaso colosal.
-Tu último libro, Pensadores Peligrosos, revisa el legado de Francisco Antonio Encina, Alberto Edwards y Mario Góngora. ¿De qué manera dan luces sobre el presente?
-Son fundamentales. Los tres reflexionaron sobre qué significa comprender en los asuntos históricos y políticos. Piensan que se trata de atender a las pulsiones y anhelos populares, para darles expresión en discursos e instituciones pertinentes, en los que el pueblo pueda sentirse reconocido. Eso es justo lo que se halla en crisis hoy. Comprender exige no desatender ni a la situación del pueblo en su territorio, ni a los discursos e instituciones.
-¿Observas esa incomprensión en el panorama actual?
-La izquierda FA-PC ha levantado un discurso moralizante, que denuesta al mercado de antemano como “mundo de Caín” o alienación; y la derecha economicista tiende a desconocer la dimensión comunitaria y participativa de la vida. La crisis actual, entonces, puede ser entendida, a la luz de Encina, Edwards y Góngora como una crisis eminentemente de comprensión. No se está logrando articular adecuadamente la situación del pueblo en su territorio y así el malestar aumenta y el pueblo deviene rebelde. O protesta o no participa y cae inveteradamente la adhesión a las instituciones. En el caso de Encina y Edwards, además, sus consideraciones son especialmente relevantes porque su reflexión sobre la comprensión nace a propósito de una crisis tremenda que les tocó experimentar, la llamada “Crisis del Centenario”.
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