¿Qué tienen en común el protagonista de la por muchos considerada mejor serie de la historia Breaking Bad y el líder de Revolución Democrática Giorgio Jackson? Bastantes cosas, más allá de la calvicie.
Justicieros. Tanto Jackson como Walter White irrumpen en escena como adorables personajes llamados a cambiar un entorno colmado de injusticias.
Walter era un talentoso químico, que ayudó a fundar una multimillonaria empresa que parasitó de sus conocimientos, viéndose relegado a la enseñanza de esta disciplina en una escuela, trabajo que complementaba con un precario puesto a tiempo parcial de cajero en un centro de lavado de vehículos de Albuquerque. Un grave cáncer lo afecta y en aras de un objetivo noble como el de financiar su tratamiento de quimioterapia y no dejar a su hermosa familia en bancarrota, White comienza a cocinar drogas sintéticas junto a su entrañable alumno y ahora socio, Jessie Pinkman. La batalla de Walter en principio no es sólo contra el cáncer, es también una batalla contra los poderosos, contra su pasado y contra sí mismo.
Giorgio fue un joven y talentoso estudiante de Ingeniería UC, quien, motivado por las injusticias de nuestro sistema educacional, se volcó a las movilizaciones estudiantiles. Colmado de entusiasmo, ideales y buenas intenciones Jackson tempranamente encandila a la ciudadanía rebelándose contra el abominable monstruo del lucro en la educación. ¿Su única arma para librar esta batalla? el libro de Fernando Atria en la mochila.
Giorgio demostró que con arrojo y un par de consignas se podía poner en jaque a los poderosos. Cerrado el capítulo estudiantil, el joven Jackson percibe que las desigualdades en educación eran el reflejo de injusticias más estructurales, de ahí la necesidad de perfilar una carrera parlamentaria.
Nunca es suficiente. Tanto Walter White como Giorgio Jackson experimentan tempranamente la codicia. Walter por dinero, Jackson por poder. La pelea de Walter ya no era contra el Tuco Salamanca y la batalla de Jackson dejó de ser contra el lucro. Hubo un minuto en que ya no resulta necesario para Walter continuar cocinando metanfetamina porque el costo de su tratamiento contra el cáncer estaba cubierto por el dinero reunido por la venta de drogas, su amigo Jessie se lo advierte.
Sin embargo, Walter sigue produciendo. Es acá donde Walter deja de ser Walter y se convierte en Heisenberg. Jackson, a su vez, pudo perfilarse como un afamado líder de una ONG educacional o un prestigioso ingeniero volcado al análisis de políticas educativas, pero quería algo más, quería entrar en política. Experimentó la adicción al poder y el poder es droga dura, casi tanto como la metanfetamina.
Metamorfosis. Walter White no se convierte en Heisenberg de un día a otro, es un proceso. Del mismo modo, el joven Giorgio no se convierte en el repudiado Jackson de la noche a la mañana. Breaking Bad es eso: una lenta metamorfosis, una gradual pero persistente corrosión del carácter y la ética, mediada por un importante componente de arrogancia y una no menor dosis de mentira. Walter White fue arrogante, se autoconvenció de que sólo él era capaz de producir metanfetamina con ese nivel de pureza y tinte azul. Jackson es arrogante, menoscaba a toda la generación política predecesora al indicar que su escala de valores y principios es moralmente superior.
¿El alma? No hay nada aquí, sólo química. Trazar un plan en el que el fin justifica los medios fue la filosofía de Walter White y es la pragmática mirada con que Jackson entiende la política. La mentira, el engaño y la instrumentalización de voluntades son elementos químicos necesarios en la fórmula política según Jackson.
Todo comenzó con la patraña sobre la donación de la mitad de sueldo como parlamentario, pero recordemos también, que Jackson generó una relación instrumental con la violencia en plena crisis social de 2019, travistiendo esta validación bajo la forma de un mensaje de apoyo “gracias totales cabr@s” a los estudiantes que saltaban los torniquetes del metro. A la par, en programas de televisión aceptaba las barricadas barriales hechas por “los vecinos” y vociferaba en pleno paseo Ahumada con Alameda “no más abusos”; hoy sabemos que su partido elaboró un sofisticado mecanismo de corrupción y abusos.
Al igual que Walter White, si la mentira y la violencia es funcional al objetivo de seguir cocinando, bienvenida la mentira, bienvenida la violencia.
No estoy en peligro (…) yo soy el peligro. Finalmente, Walter White, Heisenberg y Giorgio Jackson comparten una última característica. Son calculadores, ambiciosos, ceñidos a un método, fríos, pero sin aversión al riesgo. White estuvo en múltiples ocasiones cerca de la muerte física, Jackson ha estado extremadamente cerca de la muerte política. Pero ambos son duros de matar, la codicia puede ser un potente vehículo de resiliencia.
Hace meses que Jackson es un estorbo y un dolor de cabeza para el Gobierno del Presidente Boric. La pregunta es, entonces ¿por qué sigue ahí? ¿por qué hace lo que hace? Walter White ofrece una respuesta a esa interrogante. “Todas las cosas que hice (…) las hice por mí. Me gustaba. Era bueno haciéndolo (…) me sentía con vida”. Quienes siguieron Breaking Bad saben el destino de Walter White. Todos quienes seguimos la política tenemos, más o menos claro, cual es el destino de Giorgio Jackson…
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