Parto por decir que voté por el Presidente. En parte porque comparto, en términos generales, el imaginario socialdemócrata de un estado laico y garante de derechos sociales. También porque la alternativa del frente me parecía claramente menos atractiva.
Cuando me ha tocado evaluar su gobierno, he sido más bien crítico de su gestión. Dicho lo anterior, desde mi punto de vista, Gabriel Boric es indudablemente el personaje político más relevante del año.
Elegido como el Presidente más joven de la historia en 2022, sobre su figura se sembraron múltiples y diversas expectativas (muchas las sembró solito), al punto que un 69% de la población proyectaba en esos días que al nuevo gobierno le iría bien. Aunque cuesta recordarla, la emoción predominante frente a su llegada a La Moneda era alegría.
Sin embargo, ni siquiera tuvo la ansiada luna de miel con la sociedad a la que todo gobernante aspira durante su primer año. Esta le fue arrebatada a los pocos días por los errores no forzados de sus propio equipo y compañeros de ruta. Siches y Jackson, a quienes por apuesta y lealtad nombró en los ministerios más relevantes y visibles, demostraron al poco andar no tener preparación para sus cargos.
La improvisada aventura en Temucuicui de Siches y aquella teoría empujada por Jackson de arrastrar los pies para empezar a gobernar recién una vez aprobada la nueva Constitución, contribuyeron a sepultar en 30 días la esperanza que la ciudadanía depositó en el recién elegido Boric y su gobierno.
A sólo un mes de partir, se convirtió en el primer Presidente desde la transición en no tener luna de miel. De un plumazo, los errores no forzados borraron la narrativa de origen con que Boric había conquistado el poder, la misma con que se ganó el corazón de un país desesperanzado ante tanta incertidumbre y que hablaba de su hazaña como una gesta épica, articulada en torno a un joven desafiante que había partido de cero, juntando firmas para una improbable candidatura cargada de sueños.
Para más abundancia, la apertura post pandémica desnudó la crisis económica y de violencia que latían en el país para transformarse en las urgencias que coparían en adelante la agenda de preocupaciones de la ciudadanía.
Asediado por la opinión pública, la misma sensibilidad que le permitió al entonces candidato sintonizar con los sueños ahora desdibujados le permitió ahora como Presidente asumir que debía girar, y girar en serio. En el hacer, en el habitar, en sus propias palabras, entendió lo que era ser Presidente de esta República.
Y aún faltaba el escollo mayor y que forzaría el giro definitivo: el plebiscito de salida. Embarcado como estaba en el proceso constituyente y en su compromiso original con una nueva Constitución, no se podía desentender de la aparatosa debacle de la Convención sin dinamitar su coalición y afectar aún más su liderazgo.
Tras la implacable derrota, mientras sus compañeros de ruta se lamían las heridas luego de la previsible paliza recibida por el Apruebo, el mandatario saldó rápidamente sus cuentas. En el momento de mayor debilidad, cuando ya se comparaba la fragilidad de su posición con la del expresidente Piñera tras el estallido social, emergió el líder capaz de retroceder, reconocer errores, corregir el rumbo y avanzar.
“El resultado del plebiscito en nuestro país nos ha enseñado a ser más humildes, la democracia debe ser humilde, y asumir que la construcción del Chile que soñamos no está en las recetas de ningún sector en particular, sino en la síntesis que podamos hacer combinando lo mejor que cada uno puede aportar”, expresó en la 77ª sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas.
En paralelo, hizo un cambio de gabinete profundo que movió en 180 grados el eje de poder de su gobierno. No es casual que, cuando se revisa el año político, destacan figuras de gran tonelaje en el gabinete: Carolina Tohá, Mario Marcel, Manuel Monsalve, Camila Vallejo y Ana Lya Uriarte. Detrás de todas está la mano de Boric, que los y las empoderó para que se desplegaran como tales.
Concesiones y giros políticos profundos, acompañados de una nueva agenda que prioriza la seguridad y el orden público, algo normalmente difícil para la izquierda e impensado en los días que asumía el cargo. Visto así, Boric también tuvo la sensibilidad para captar que cuando la vida se vuelve tan incierta para las personas, la búsqueda certidumbre se releva como una necesidad subjetiva de primer orden.
Sí, es evidente que hay ripios, contradicciones, idas y vueltas (volteretas, si se quiere) y hay un indulto de última hora que puede tirar mucho por la borda. Sin embargo, Boric cierra el año habiendo reencauzado el proceso político constitucional que, con los riesgos que conlleva un nuevo capítulo, es una apuesta por cerrar brechas y recuperar el pacto social perdido en el país.
No es poca la resiliencia del Presidente en este primer año turbulento. Y, en tiempos tan inciertos, es un logro mayor cambiar estratégicamente el rumbo, buscar un nuevo relato y sostener el timón.
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