No le pareció nada mal a Republicanos, y a la derecha en general, que un grupo de ex convencionales y figuras de la “izquierda radical” definieran, aun antes de conocer el texto, su rechazo a la propuesta constitucional a plebiscitarse en diciembre. Especialmente, ha trascendido, les complace que la oposición esté liderada, o al menos identificada, con el Partido Comunista.
La gran dificultad que ha enfrentado la derecha a cargo del renovado proceso constituyente ha sido convencer a sus bases de que un esfuerzo que se presumía ocioso (“para qué diablos elaborar una nueva constitución si la que tenemos funciona bien, mejor preocupémonos de los problemas reales de la gente”) puede terminar efectivamente en una constitución que legitime democráticamente las ideas del sector. Puede ser más fácil persuadirlos si en la vereda del frente están los comunistas. Si no les gusta a los comunistas, piensa la mentalidad republicana, debe ser bueno para Chile.
Por el contrario, si la propuesta constitucional se ofrece como un acuerdo transversal que incorpora a todo el espectro político relevante, incluyendo a la “izquierda radical”, la gente la votará en contra porque sospecha de cualquier cosa que venga del establishment. Timeo danaos et dona ferentes: presente griego, regalo envenenado. En tiempos populistas, para ganar se necesita un buen villano. Sin villano la contienda electoral no tiene mística. Sin villano no hay contra quién votar.
Aunque los protagonistas han invertido sus roles -la que hoy es mayoría antes era minoría, la que hoy es minoría antes era mayoría-, este es el mismo espíritu adversarial que caracterizó el trabajo de la pasada Convención Constitucional: la legitimidad del nuevo orden política debía construirse sobre la derrota de los villanos, en ese caso, de los poderosos de siempre, de los representantes del “privilegio” (Loncón dixit).
En palabras de Fernando Atria, la Convención ofreció “una constitución plebeya, y a los patricios eso les parecía una derrota cultural insoportable”. Aunque Atria esgrime ese argumento como explicación parcial del resultado adverso, podemos interpretar que la derrota de los patricios era condición necesaria para la fundación del nuevo orden. El propio Atria lo sincera con elocuencia: por su integración, la Convención entendió que su misión era elaborar la constitución de los excluidos, “pero para que fuera genuinamente de los excluidos de siempre, era fundamental excluir a los incluidos de siempre”.
Mirando hacia atrás, Atria -y muchos otros en el Frente Amplio y el Socialismo Democrático- reconocen que esta estrategia de exclusión fue un error fatal, y que por lo anterior el nuevo proceso fue diseñado con una intención “pedagógica”: que la próxima empresa constituyente no cometiera la misma torpeza. Y sin embargo, dada la (insólita) integración del Consejo Constitucional versión 2023, se está replicando la misma lógica excluyente: la legitimidad del texto se busca cimentar sobre la derrota explícita del adversario.
Podría replicarse que es imposible incluir a todos. Alguien tiene que perder, alguien tiene quedar afuera. De lo contrario, hasta las minorías más irrelevantes adquieren poder de veto. De hecho, en los primeros meses del trabajo de la pasada Convención, hubo un intento -no demasiado entusiasta ni sistemático, la verdad- de incluir a la derecha moderada en los acuerdos, excluyendo a la derecha más dura que desde el primer día pareció aportillar el proceso.
En otras palabras, de sumar a los Hernán Larraín Matte y excluir a las Teres Marinovic. En la posibilidad de “quebrar” a la derecha, piensan algunos, radicaba la única chance de construir una mayoría política amplia que asegurara la aprobación del texto. Eso no ocurrió, pero si hubiera ocurrido también habría significado excluir a un sector.
Republicanos podría argüir que, con la misma lógica, ahora se hace necesario “quebrar” a la izquierda y excluir al PC. Pero es un quiebre muy improbable: los comunistas son el riñón del oficialismo. No es un grupo que pueda aislarse sin altísimos costos internos. Si la derecha quiere excluir al PC, posiblemente termine alienando también a sus socios en el poder. Con eso, la constitución pasa a ser (vuelve a ser) el arma de la derecha contra la izquierda, esfumándose cualquier ilusión de casa común.
Pero además, no es cierto que no pueda elaborarse un texto de consenso, donde nadie resulte humillado. El Anteproyecto de la Comisión Experta es justamente eso: bueno o malo en su contenido, hizo un esfuerzo encomiable por no dejar heridos en el camino, para que todos tuvieran sus huellas digitales en el texto, para incluir en lugar de excluir.
Desde Republicanos, el consejero Silva ha reivindicado el derecho del Consejo Constitucional de operar con una lógica distinta “porque son un órgano democráticamente electo”. La paradoja es que el órgano designado a dedo parece haber entendido mejor que la democracia no es la mera agregación de preferencias y aplicación de la regla de las mayorías, sino que la construcción de un orden político que comienza con una base normativa compartida.
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