-¿Qué te llamó la atención del discurso de Boric sobre el 18-O?
-Primero que nada, es tremendamente oportuno, porque este es un tema que nos está dando vueltas a todos, en especial en estos días. Me parece que hay una suerte de resignificación del 18 de octubre. Como el Presidente dijo, esa mayoría abrumadora que respaldó la rebelión, incluso la violencia que tuvo, hoy día la mira con otros ojos y la rechaza. Así son las sociedades y así somos los humanos: cambiamos.
El discurso es un quiebre con el llamado octubrismo. Se distancia de aquellas personas que tienden a ver en los hechos históricos una reafirmación de sus pocas convicciones. Todo su discurso es una crítica al así llamado octubrismo, a todos aquellos que hicieron una sobre interpretación de un hecho que tuvo muchas causales como fue el estallido, donde convergieron muchas frustraciones, dolores, rabia, resentimiento, asfixia. Algunos le dieron un sentido político total, como si hubiese una revolución anticapitalista.
-El Presidente dijo que no fue una revolución.
-Así es. Está rompiendo completamente con Carlos Ruiz Encina, entre otros. Y con su propio pasado. Aunque Boric nunca planteó que fuera una revolución anticapitalista, le dio una significación política superior a la que tuvo finalmente el estallido. La mejor prueba de que hubo esa sobre interpretación fue el resultado del 4 de septiembre.
-En el tema de la violencia, ¿te pareció convincente?
-Es interesante lo que dice, porque evitar que Carabineros vulnere los DDHH es una manera de proteger a Carabineros, no de atacarlos. Hay un respaldo incuestionable, incondicional a Carabineros. Y también hay una empatía con los dolores que generó el estallido o la revuelta, como quieran llamarlo, que ha afectado a los chilenos y chilenas que viven en esos entornos destruidos.
Algo que se comenta poco es que la violencia significó un sacrificio enorme para algunos de los propios manifestantes, para los propios vándalos, para las propias personas que destruyeron infraestructura que es crítica para sus vidas. Hay un sacrificio que hay que registrar.
-¿En qué sentido?
-O sea, la gente estuvo dispuesta a amputarse un brazo o una pierna, que en este caso fue aceptar que quemaran un supermercado o una estación de Metro, en función de una ilusión poco clara, poco definida. Nadie sabía muy bien cuál. Pero al menos que las cosas cambiaran.
La clase política interpretó eso como una nueva constitución, que es un nuevo pacto social y eso tuvo los efectos que tuvo. Que en principio fueron bastante curativos: se redujo la violencia, permitió encauzar este desborde por vía institucional. A ese aspecto curativo sin duda ayudó la pandemia. Tuvo razón Chile de enfrentarla con tanta severidad, porque fue una manera de reconstruir la paz y la unidad, la solidaridad entre nosotros. La pandemia tuvo un efecto terapéutico. Restituyó un sentido de orden y autoridad, que se había perdido por completo a raíz del estallido.
-En el discurso, recalcó la necesidad de las reformas, para que “no sea en vano” el dolor del estallido.
-Yo estimo que es una buena lectura de la realidad. En cierto modo el mismo triunfo del Rechazo es una protesta contra una clase política que no ha hecho las reformas, que no ha respondido a las demandas que estuvieron presentes el 18 de octubre y las semanas posteriores.
Así como hubo una tendencia a sobre interpretar el 18 de octubre, hay que tener cuidado con sobre interpretar el 4 de septiembre. Así como algunos leyeron el 18 de octubre como la confirmación de una agenda revolucionaria, sería muy, pero muy delicado ahora leer el 4 de septiembre como una confirmación de una agenda restauradora, o contrarrevolucionaria. Lo que hace Boric es interesante: una resignificación de las reformas que recoge las lecciones del plebiscito.
-En una parte, afirma que la gente “quiere un Estado que proteja pero no que ahogue”; quiere igualdad pero a su vez libertad. ¿Ahí hace una lectura del Rechazo?
-Exacto. Ahí está recogiendo con claridad el mensaje del 4 de septiembre.
-¿Esperabas una autocrítica mayor?
-Yo creo que hay autocrítica, lo otro sería pedirle que se autoflagele en público. Hay un nivel de autocrítica mayúsculo para un jefe de Estado. Reconoció que la ola de violencia se volvió contra las propias causas del estallido, al producir una creciente ola de rechazo en la sociedad cansada con el vandalismo, que destruye los barrios, el comercio, el patrimonio. Abriendo de paso a acciones que son delictuales. Este es un parteaguas.
-¿No estás asesorando al Presidente?
-No para nada.
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