En 1970 se produjo una explosión abordo del Apolo que puso en peligro la integridad de la nave y la vida de sus tripulantes, quienes al comunicar el incidente a la estación de la Nasa utilizaron la hoy famosa frase “Houston tenemos un problema”. Desde entonces se usa en todo el mundo como señal de alarma cuando ocurre algo grave e inesperado que requiere atención inmediata.
Eso está pasando en Chile con el gobierno encabezado por Gabriel Boric, que tras nueve meses de ejercicio ha demostrado su absoluta falta de capacidad e impericia para manejar los asuntos públicos. Se contradice, se enemista gratuitamente con otros poderes del Estado, adopta malas decisiones, genera incertidumbre.
Desgraciadamente, y más allá de las diferencias ideológicas que naturalmente existen en una democracia, la incapacidad de las máximas autoridades y del propio Presidente nos afecta a todos por igual. No se trata de pedir que Boric deje de ser Boric, sino de exigirle que las cosas se hagan bien.
El presidente Boric señaló a modo de balance de fin de año que había recibido un país en crisis pero que ahora “estaba andando”. Pero eso, que en ningún caso sería una meta muy ambiciosa, ni siquiera es cierto.
El país no está andando, esa cojeando: Tenemos bajísimos niveles de inversión nacional y extranjera, vamos entrando en una recesión, con alto desempleo, inflación y tasas de interés que impiden que la clase media pueda acceder a una vivienda propia y digna; campea la violencia urbana y rural, acompañada de terrorismo.
Hay una debacle en la educación pública donde los liceos emblemáticos y otros han sido destruidos por la violencia política y niveles de delincuencia, en aumento, nunca antes vistos junto a una inmigración fuera de control.
Es efectivo que muchos de estos problemas existían antes de que Boric asumiera, pero bajo su mandato se han agravado porque el gobierno ha sido incapaz de actuar con prontitud y destreza. Está paralogizado por las contradicciones ideológicas y disputas de poder en el seno del gobierno.
Como resultado de ello el Presidente se ha trasformado en una especie de equilibrista que toma medidas no en función del interés superior del país, sino que para evitar que se le venga abajo su coalición.
Ese fue el criterio con que reestructuró su gabinete, tras la derrota del apruebo, y que resultó ser una comedia de equivocaciones, cambios de nombres, designaciones fallidas, incorporación de personas que no estaban contempladas, intercambios de puestos para aplacar a un partido. Todo sin ningún diseño estratégico. Fue una especie de tómbola como la que hoy usamos para adjudicar los cupos en los colegios.
Ese ha sido el estilo Boric de gobernar, atarantado, contradictorio, improvisado, sin un diseño, movido por la angustia de salir del paso, chutear la pelota, ganar unos meses de tranquilidad y tregua.
Por eso el gabinete, salvo honrosas excepciones, está haciendo agua. En un momento tan crucial y delicado como ese el presidente desperdició una oportunidad para haber enrielado su gobierno y hoy está pagando la cuenta porque es un hecho de la causa que hay varios ministros que están en la bandeja de salida.
Resulta inentendible que un presidente que pretende impulsar un proceso constituyente cuyo programa contemplaba otorgar indultos a los condenados por delitos graves cometidos durante el estallido social y bajo cuyo mandato se debía designar al fiscal nacional, no haya designado una ministra de justicia abogada, con experiencia y relaciones con el poder judicial.
Los resultados están a la vista. El presidente metió los dedos en el enchufe, con sus indultos que incluyo personas con prontuarios por haber cometido diversos delitos, incluyendo violencia intrafamiliar.
¿Sabía Gabriel Boric realmente a quien estaba indultando? Quiero pensar que no conocía todos los antecedentes lo que sería solo negligencia y no prevaricación.
En que estaba pensando el presidente cuando salió a ningunear la labor de los tribunales de justicia declarando la inocencia del condenado; asumiendo la tesis de Davor Jaracic uno de los abogados defensores, que después lo contradijo públicamente.
La falta de prolijidad en asuntos tan delicados es asombrosa y es legítimo preguntarse en qué manos esta el futuro inmediato del país que hoy como nunca necesita talento y capacidad para enfrentar un momento muy difícil en lo económico, político y social.
Boric, como Lenin, da dos pasos adelante y uno atrás. Se inmoló por un texto constitucional que el propio gobierno sabía que sería rechazado pagando un enorme costo político que lo dejo de perdedor sin ninguna necesidad; y después asumió con altura de miras la gestión del acuerdo constitucional lo que demuestra que cuando quiere puede hacer las cosas mejor.
Se enredó con lo de las “side letters” y el TPP11 afectando el prestigio de Chile como interlocutor válido a nivel internacional y dejando en una situación incómoda a su ministra de Relaciones Exteriores.
Le quitó el piso a su ministra estrella Carolina Tohá que laboriosamente había construido un acuerdo contra la delincuencia con la oposición improvisando unos indultos mal concebidos y peor fundamentados, desatando un conflicto con el Poder Judicial que se dio el lujo de llamarle la atención nada menos que al presidente de la República que tuvo que tragarse la humillación.
Un error que probablemente le provocará un hemorragia en su alicaído respaldo ciudadano y, desde luego, pérdida de credibilidad en el tema del combate a la delincuencia que es el que más importa a la ciudadanía.
El expresidente Piñera solía meter la pata y hablar demás y de allí surgieron las “piñericosas”; pero sus “gafes” eran más bien humorísticos; nadie nunca puso en duda su capacidad de gestión; pero en éste caso esta dejando de ser “tabú” hablar de una cierta “levedad” presidencial.
Un presidente cautivo de los humores de su propia coalición va derecho al fracaso. Eso fue lo que le paso al presidente Allende.
Guardando el sentido de las proporciones, el grado y la profundidad de los desencuentros, de la pugna ideológica al interior de la coalición de gobierno se parece bastante a lo que vivió la izquierda en los 70.
Creo que los indultos fueron la respuesta del presidente para aplacar la ira de sectores del PC y del FA descontentos con el acuerdo constitucional que consideran un gran triunfo de la derecha.
El presidente lleva años convencido de que las palabras no importan ni tienen consecuencias. Basta leer sus declaraciones como dirigente estudiantil y los juicios temerarios emitidos en el hemiciclo de la Cámara.
Parece que todavía no ha logrado internalizar que como “ocupante” del púlpito presidencial, el más potente del país, todo lo que diga tendrá consecuencias. Tal vez por eso no fue capaz de ponderar el terremoto político que causaría.
Su administración vive su peor momento, en buena medida por su culpa; el gobierno está jugando a la defensiva, atrincherado en su arco rogando que no le metan más goles, sin mística ni entusiasmo porque saben que el proyecto con que llegaron al poder se frustró en buena medida por sus propios errores y carencias.
Nadie puede alegrarse por el actual estado de cosas; no hay espacio para “schadenfreude”. Boric será nuestro presidente por los próximos tres años que serán claves para que podamos superar el deterioro de nuestra economía y convivencia.
Eso pasa por dejar atrás el “octubrismo” que fue un estallido nihilista que quiso arrasar con todo y estuvo a punto de lograrlo.
Pero es el gobierno el que tiene la obligación de entregar señales claras en esa dirección y, lamentablemente, con los indultos y memoriales está haciendo todo lo contrario.
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