Después del sorpasso ocurrido en el Senado, de la mano de la consolidación institucional de un nuevo bloque de gobernabilidad conformado por el partido Demócratas, Chile Vamos y el Partido Republicano, y que probablemente se reflejará en la Cámara de Diputados, incluyendo también a Amarillos y el Partido de la Gente para evitar así que un comunista presida esta corporación por primera vez en la historia, surge la pregunta sobre cómo el itinerario político del Gobierno se ajustará a esta nueva cartografía política que, sin duda, cambia drásticamente el panorama legislativo.
En uno de los artículos clásicos de la política comparada llamado Crisis, elección y cambio, publicado en 1973 por Gabriel Almond, Scott Flanagan y Robert Mundt, se plantea que las crisis políticas, en lugar de ser siempre desestabilizadoras, pueden ser catalizadoras importantes para el cambio político y social. Siempre y cuando, quienes lideran el gobierno tengan capacidad de adaptabilidad al entorno y la sociedad civil colabore en este proceso.
¿Estará el Gobierno dispuesto a asumir la crisis, elegir un camino e iniciar un proceso de cambio?
La prospectiva política pareciera bifurcarse en dos direcciones, mutuamente excluyentes entre sí.
Una primera vía, más razonable, pero menos probable, sería que el oficialismo viera los acontecimientos del Senado y la sinopsis que se proyecta para la Cámara, como un punto de inflexión para enmendar el rumbo.
Ajustando su carta de navegación, y renunciando así a la lógica del testimonio y la mera convicción, en aras de maximizar la probabilidad de acuerdos y gobernabilidad en las postrimerías del poco espacio real que tiene para la aprobación de proyectos en el Congreso, considerando que, a contar del segundo semestre, el país entrará en modo electoral y las chances de fraguar acuerdos serán prácticamente inexistentes.
Un segundo camino, menos razonable, pero más probable, es que el gobierno adopte la filosofía de emplear la derrota en el Senado y un eventual revés en la Cámara de Diputados como excusa para persistir en los mismos errores, reforzando la lógica maximalista y testimonial de sus proyectos emblemáticos como el tributario y previsional, plenamente conscientes de que no se aprobarán, con la salvedad de que ahora podría ser más fácil culpar a la oposición del fracaso de éstos.
Es lo que el manual del populista diría que hay que hacer: en primer lugar, alimentar y estimular una peligrosa narrativa de contienda de poderes entre el Ejecutivo y el Legislativo, donde este último espacio sería un mero recipiente de intereses espurios contrarios a la voluntad del “pueblo”, para luego, incursionar en una forma más rudimentaria de gobernar, que en algunos casos permite soslayar la vía legislativa: el decretazo, vale decir, gobernar a través de la mera vía administrativa.
La cultura política de la izquierda es proclive a zanjar conflictos políticos con gestos morales o estratagemas retóricos, como ese del “realismo sin renuncia” construido por Pedro Güell durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet. Todos sabemos que el avanzar sin transar es una consigna, porque en la política real y democrática, no existe nada parecido a aquello, como tampoco es cierto que el realismo político pueda sostenerse sin algún grado de renuncia.
El punto es que el Gobierno ya entró en la fase de declive, atrapado en un laberinto, con derrotas políticas como la del Senado y eventualmente en la Cámara; culturales, con alcaldes del Frente Amplio pidiendo intervención militar, o en un plano más pedestre, artistas o agentes del “mundo de la cultura” que progresivamente comienzan a abandonar el barco del Gobierno con tono de desilusión hacia él.
Y sociales, como refleja la protesta de las familias de Atacama ante la indolencia de un Gobierno incompetente que es incapaz de asegurar el ingreso a clases de sus hijos, vulnerándose, de paso, el derecho a la educación por parte de quienes precisamente hicieron gárgaras con ella como “derecho social”.
Frente a todo esto, lo peor es que acá ni siquiera hay un slogan, un artificio retórico, por muy vacío que sea éste, como aquel de Pedro Güell. Para así, al menos, poder fingir o simular que se sale del paso.
El único recurso que parece quedar en las filas de Gobierno es perseverar en el camino del ideologismo y el gesto testimonial, con declaraciones exaltadas, pero vacuas, como la de una senadora oficialista que, tras el revés en el Senado, declaró “ha nacido un nuevo partido: Hipócritas”, en un juego de palabra en alusión a Demócratas. ¿Es éste el nivel de respuesta oficialista frente a la crisis de gobernabilidad por la que atraviesa al Gobierno? ¿Es este acaso el único plan?
En esta crisis política, a la luz de los hechos, lamentablemente, sólo queda esperar que la elección oficialista sea persistir en el camino de las excusas y la mediocridad, sin cambio alguno.
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