-Sea cual sea el ganador enfrentará un gran desafío de gobernabilidad. Según Sebastián Edwards, “va a quedar la escoba”. ¿Ves un panorama así de complejo?
-Es efectivamente un escenario adverso el que recibirá el próximo presidente de Chile, con una fuerte desaceleración económica, efectos de la pandemia, demandas sociales urgentes, una ciudadanía con una “paciencia colmada”, y una convivencia al interior de la clase política muy deteriorada. Eso debiera obligar a que esa misma noche el presidente electo sea capaz de convocar a todos, de mostrar humildad ante un triunfo que no implica hegemonías, y moderación para emprender reformas que se requieren, por demanda ciudadana y necesidad democrática, acuerdos y consensos amplios. Si no, el riesgo es solo profundizar y perpetuar tanto la crisis social y económica como el deterioro de nuestra política.
-Esta ha sido una elección polarizada, tensa, a veces sucia. ¿Hay una fractura en la ciudadanía o es más bien un fenómeno de la elite?
-La mayoría de los estudios indican que la polarización es de la clase política y que la fractura es entre ella y la sociedad (aunque nada asegura que no pueda expandirse a la larga hacia esta última). Esa fractura sigue tan vigente como el 2019, y la polarización al interior de la elite política solo la profundiza. Se dijo que “Chile despertó” para el 18 de octubre, pero la verdad es que los únicos que han tenido que despertar a la fuerza una y otra vez son los políticos que, de forma transversal, no logran aún entender qué moviliza e inspira a una ciudadanía muy esquiva y cambiante, y muy desleal.
-¿La clase política ha sido miope?
-La derecha pensó, con Piñera, que su triunfo era señal de conformidad con el modelo, y la izquierda después del estallido asumió que el descontento coincidía enteramente con su propio proyecto. Pero la primera vuelta mostró que la candidatura de Boric tenía su propia fractura territorial y social. Nadie sabe bien por qué gana ni por qué pierde, por qué la ciudadanía da señales que parecen tan cambiantes, y qué produjo que en las últimas semanas los dos candidatos tuvieran que moderar sus discursos, cayendo incluso por momentos en la impostura y en contradicción con sus propias propuestas, y llegando ambos a reivindicar la denostada herencia de los llamados 30 años. Quien llegue a la Moneda deberá actuar sabiendo que existe esa fractura y que eso obliga a desplegar una política humilde, apostando a acuerdos transversales, a reformas graduales, porque hay un agotamiento ciudadano que no admite margen de error.
-Los dos candidatos no vienen de los bloques tradicionales de centro derecha y centro izquierda. ¿Es el comienzo de un nuevo escenario político y el fin de un ciclo?
-Yo creo que el cambio de escenario ya ocurrió, luego de la crisis del 2019. Desde ahí que está todo el tablero político desordenado, al menos en su dinámica previa. La centro-izquierda y centro-derecha en un proceso de caída electoral, el alza sucesiva y efímera de figuras y liderazgos nuevos, y la sensación de que pasamos en poco tiempo de supuestas “izquierdizaciones” a “derechizaciones”, que en verdad son señal de que las personas se están moviendo por adhesiones más contingentes, y que las inspira fuertemente el enojo con la clase política.
-¿Cuáles serán sus ejes?
-Juan Pablo Luna ha señalado que el eje determinante está siendo el que en general se identifica con los liderazgos populistas: la confrontación entre elite y pueblo. Habrá que ver cuánto logra instalarse y perpetuarse esa retórica y con qué efectos, que sin duda pueden ser muy problemáticos. Pero otro eje fundamental es el que ya han reflejado las dos candidaturas que pasaron a segunda vuelta: la demanda transversal de certidumbre, con todo lo que eso implica en materia social pero también de seguridad y orden. La forma en que se dio esta elección dividió en dos alternativas opuestas esa única gran demanda, y creo que quien logre articularlas en un solo proyecto político podrá ofrecer a la larga algo convocante.
-Uno de los actores protagónicos del nuevo escenario es la Convención Constituyente. ¿Cuán compleja será su relación con el nuevo presidente?
-Sea quien sea el ganador del domingo, deberá buscar la manera de aportar al cuidado del trabajo de la Convención. ¿Qué significa ese cuidado? Defender su autonomía, pero también sus límites ya establecidos, apoyar con las condiciones necesarias para que lleve adelante su tarea en los tiempos fijados, y no tensionar el ambiente, porque el desafío esencial es que ese nuevo texto tenga la aspiración de representar a todo Chile. Si no hay preocupación por eso, el riesgo de que el plebiscito de salida se transforme en un mecanismo de evaluación del gobierno en curso será muy alto.
-¿La tensión puede venir de uno u otro candidato?
-Sí, ya sea porque trate de torpedearlo, o de adherirlo a su propia agenda, con el consecuente peligro de la concentración de poder. En cualquier caso, la responsabilidad de que ese trabajo avance bien se juega también en cómo se comporte la propia Convención –algo que muchas veces algunos de sus liderazgos olvidan– y en que predomine en todos el mismo ánimo: cuidar su autonomía, sus límites y su vocación por escribir un texto que sea la casa de todos.
-Imaginemos que gana Boric, hay una fuerte presión por hacer reformas, pero el parlamento las paraliza. ¿Deberá apostar por la economía y postergar las transformaciones?
-Sí o sí tendrá que apostar por recuperar la economía, y eso debieran empezar a advertirlo algunos de sus asesores, que han hecho un despliegue comunicacional lamentable estos últimos días. Sin esa recuperación no podrá implementarse ninguna transformación social. Eso exigirá que estén dispuestos a modificar su programa y a ceder para lograr acuerdos transversales en el Congreso, pero también para no profundizar la crisis económica.
-¿Hay voluntarismo en algunas de las propuestas de Apruebo Dignidad?
-El mundo de Boric por momentos ha instalado la idea de que sólo basta la voluntad política para emprender las reformas sociales, retardadas simplemente por intereses mezquinos de quienes se oponen a ellas. Si llegan al gobierno descubrirán a golpes que las cosas son más complejas y que la realidad es un escollo ineludible. En cualquier caso, ese no será el único frente de Boric. Lo será también asegurar gobernabilidad haciéndose cargo de problemas urgentes como el narcotráfico, la violencia en La Araucanía o los efectos de la inmigración, cuyo control no son materias que le quedan cómodas a su sector.
-Si gana Kast, tendrá una difícil prueba en temas de orden público. La izquierda le hará una oposición dura y saldrá a la calle. ¿Cómo debe manejar este escenario?
-No sólo tendrá un escenario difícil porque parte de la izquierda probablemente decida movilizarse, sino también porque deberá cumplir las expectativas que el mismo generó en esta materia. Kast identificó una demanda relevante, que es la de orden y seguridad, pero no es claro que su propuesta esté a la altura de esa sintonía. La mano dura puede tener eficacia retórica, pero otra cosa es implementarla y los problemas de orden, como recordaba antes en materia económica al hablar de Boric, no se resuelven por pura voluntad, “poniéndose los pantalones”. No ha sido sólo la falta de mano dura lo que ha impedido controlar la violencia en La Araucanía, y no bastará mandar más carabineros o implementar medidas que vulneren el estado de derecho para resolverla. No todo vale.
¿Qué otros flancos enfrentará?
-Kast armó un programa para salir tercero, y está hoy en una segunda vuelta que lo obligará a mejorar sus propuestas si es que gana. En ese sentido, deberá cuidarse no sólo de la izquierda, sino de sus propias huestes más vociferantes, y mostrar si es posible imponer orden y reivindicar el uso legítimo de la fuerza por parte del Estado, sin que eso implique abusos o tensionar aún más la convivencia en esos lugares críticos. Como sea, gane Boric o Kast, tendrán que enfrentarse con una realidad que, espero, los obligue a la humildad y al realismo.
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