El castillo de arena. Por Kenneth Bunker

Ex-Ante

La lectura obvia para cualquier persona que está observando cómo se derrite el castillo de arena es que los que llegaron en sus caballos portando banderas de probidad y dignidad, no eran más que una banda de maleantes. Llegaron, se instalaron, han visto como los propios han saqueado y se han enriquecido a costa de la gente honesta, y se han negado a actuar para corregir la injusticia.


El caso Fundaciones es catastrófico para el gobierno. No hay ninguna manera de volver atrás después de lo que se ha conocido hasta ahora, y ciertamente no habrá ninguna manera de volver atrás después de que se conozca lo que queda por conocerse. El caso Fundaciones es un escándalo de corrupción de proporciones históricas.

Para ponerlo en contexto, es legalmente al menos tan grave como el caso MOP-Gate y políticamente al menos tan decisivo como el caso Caval.

Como el MOP-Gate, que le pegó fuerte a la Concertación a la vuelta del siglo, el caso Fundaciones es, en esencia, un mecanismo para desviar fondos del Estado a los bolsillos de los políticos. Pero a diferencia de ese caso, que tuvo como centro de operaciones el ministerio de Obras Públicas, y que se terminaron de encontrar desvíos por 1.253 millones de pesos, este caso tiene como centro de operaciones el ministerio de Vivienda, y el Ministerio Público ya investiga traspasos irregulares que suman 14 mil millones por lo bajo.

Al mismo tiempo, el caso Fundaciones tiene una similitud innegable al caso Caval, en tanto también simboliza la caída de facto del gobierno de turno. No es controversial decir que después de Caval, Bachelet hizo poco, y ciertamente no es un trecho anticipar que, después del caso Fundaciones, Boric tampoco podrá hacer mucho. La diferencia, sin embargo, es que la expresidenta sí había logrado pasar varias reformas importantes en el primer año de su gestión, entre ellas la tributaria. El presidente Boric ha brillado por lo poco.

Por lo anterior, es evidente que las consecuencias del escándalo afectarán más al gobierno de Boric de lo que afectaron el gobierno de Lagos o al de Bachelet.

Esta idea ya se ha barajado en el segundo piso de La Moneda, que entiende el calibre histórico de lo que está pasando. Pero su intención de cerrar la compuerta con el agua en movimiento ha sido fútil. Si algo ha logrado desde la planificación estratégica es dejar a la vista de todo el país el intento desesperado por explicar lo inexplicable.

La incompetencia se dejó ver por primera vez en todo su esplendor en la vergonzosa conferencia de prensa de Catalina Pérez en que negó conocer cualquier detalle del asunto. La diputada acusó machismo, le echó la culpa a “los hombres” y acusó que todo era una operación solo para después suspender su participación como vicepresidenta en la mesa de la Cámara y desaparecer por completo de la escena pública.

No es el único ejemplo. Casi todos los que se han involucrado han salido trasquilados también. Ciertamente es el caso del presidente de RD, Juan Ignacio Latorre, quien dijo no haber sabido nada del asunto, solo para después contradecirse y decir que en realidad supo 10 días antes de que se supiera por la prensa. El senador Latorre también dijo que le avisó al ministro Montes y después se retractó. Montes, por su parte, ha sido lento y errático, sembrando serias dudas sobre su capacidad de detectar, contener y castigar la corrupción.

Hasta el presidente Boric quedó atrapado en la contradicción. Dijo, en un punto de prensa, que supo de Democracia Viva antes de que el caso de corrupción siquiera explotara. Luego, tuvo que salir el ministro de Justicia, Luis Cordero, a explicar y contextualizar las palabras del presidente para prevenir una escalada mayor.

Lamentablemente, el daño ya está hecho. El asunto entero se ha convertido en una bola de nieve y un circo. Mientras los políticos dan manotazos de ahogados, tratando de cerrar el escándalo antes de que la sangre llegue al río, se siguen conociendo casos. La contención ha sido vergonzosamente ineficiente, y salvo un par de ministros, como Cordero, el resto se ha contradicho y corregido dos veces antes de rectificarse y equivocarse otra vez.

Si el problema es la corrupción se deben investigar los hechos a fondo y sancionar a los responsables con penas ejemplares. Hasta ahora lo único que se ha visto son explicaciones burdas y propuestas para dar vuelta la página y seguir adelante. El país se merece más que eso.

El gobierno no sabe. De lo contrario, ¿cómo se explica que hasta ahora nadie salvo un funcionario menor haya sido despachado de su cargo? El país está rendido ante un volcán de corrupción y los que tienen que actuar se están desgastando en justificaciones. Un mal precedente, entendiendo que no le conviene ni al gobierno ni a la oposición ni a la política en general.

Son varios los que debiesen tener la prestancia de renunciar. No solo están arrastrando el nombre del gobierno por el barro, sino que además el de toda la generación política que representan. Después de esto, nadie volverá a confiar en un joven idealista de izquierda que diga que tiene las manos limpias.

La lectura obvia para cualquier persona que está observando cómo se derrite el castillo de arena es que los que llegaron en sus caballos portando banderas de probidad y dignidad, no eran más que una banda de maleantes. Llegaron, se instalaron, han visto como los propios han saqueado y se han enriquecido a costa de la gente honesta, y se han negado a actuar para corregir la injusticia.

La lectura a la larga será sobre lo que significó el Frente Amplio en perspectiva comparada. Allí, el cuento se leerá como la triste historia de quienes pudiendo hacerlo todo, hicieron nada. En vez de haber reconstruido el país de mejor manera, hicieron lo mismo que quienes los antecedieron, pero con menos afecto y más ambición.

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