-Hay una discusión sobre la autocrítica del Presidente en su discurso. ¿Fue suficiente? ¿Era necesario ir un poco más allá, tomando en cuenta las posturas de Boric durante el estallido?
-Es cierto que en la declaración del Presidente hay una autocrítica, pero es bastante tímida. Diría, además, que es vaga: no está formulada en primera persona, como si el Presidente no quisiera asumir ninguna responsabilidad en todo lo ocurrido. ¿Por qué no pedirle disculpas al carabinero de Panguipulli al que acusó de homicidio sin tener ningún antecedente? ¿No fue eso un abuso de poder respecto de quien no podía defenderse? ¿Cómo querer terminar con los abusos sin corregir los propios?
En todo caso, quizás sea iluso esperar que la autocrítica del mandatario vaya más lejos, considerando que se encuentra en una posición política muy delicada, y que le quedan cada vez menos puntos de apoyo. Con todo, para que esto tenga sentido y tenga destino, el mundo de Apruebo Dignidad debe proseguir el camino trazado por el Presidente: sus intelectuales, sus parlamentarios y todos quienes los rodean deberían reflexionar seriamente su papel en el denominado estallido social. Dicho de otro modo, el Presidente formula una intuición correcta, pero está por verse si su propia coalición está en condiciones de asumirla de modo fructífero.
-Francisco Covarrubias dijo que el mandatario fue “muy conciliador, este es el mejor Boric… intenta transitar por el camino del medio, yo creo que quedan heridos en ambos extremos”. ¿Cuál es tu impresión?
-Entiendo el argumento, pero para poder determinar si estamos frente a la mejor versión del Presidente habría que saber quién es Gabriel Boric. Yo, al menos, no lo tengo claro. Demasiados personajes cohabitan en él, y no estoy seguro de que haya tomado una decisión clara respecto del camino a seguir. En general, esos “mejores momentos” de Boric han sido seguidos de momentos mucho menos buenos, y todo queda neutralizado. ¿Es este un discurso que fija una línea y termina con los bandazos? Puede ser, pero confieso que me cuesta creerlo.
-La última Cadem refleja que crece el rechazo a métodos violentos para protestar. Con todo, la primera línea (aplaudida en su momento por el “monstruo” en el Festival de Viña) aún tiene un 26% de apoyo, lejos eso sí del 55% de 2019. Boric no la mencionó y criticó que la ola destructiva terminó jugando en contra de los cambios. ¿Hay un giro del Presidente? ¿Cuán profundo es?
-Es un giro profundo, sobre todo si consideramos que una de las promesas de su campaña fue la amnistía para los supuestos “presos políticos”; y que hace no tantos meses Fernando Atria defendía la idea según la cual esa violencia estaba justificada por haber sido necesaria para abrir el proceso constituyente (sic). El quiebre es evidente, pero será estéril si no está seguido de política, esto es, si sus huestes no lo siguen.
Lo que está en duda hoy es el liderazgo del Presidente sobre sus propias filas, y basta recordar que su propio partido lo derivó al tribunal supremo cuando firmó el acuerdo del 15N. El Presidente siempre ha sido un lobo solitario más que alguien que ejerza liderazgo sobre los suyos. Como diputado funcionaba, como Presidente se convierte en un problema.
-Eugenio Tironi dice que Boric ha resignificado el estallido social hacia la necesidad de reformas, pero no a una refundación. ¿Crees que el Presidente lee acertadamente el plebiscito?
-Diría que el Presidente, por primera vez, da una tímida señal de estar leyendo el plebiscito. Quiero decir, recién seis semanas después hay algo así como un atisbo de recoger lo que ocurrió ese día. Pero me temo que, para que tenga sentido, debe ir mucho más lejos. Hace pocos días, Diego Ibáñez, hombre clave del partido del Presidente, hablaba de proceso revolucionario en curso y de pulsión destituyente. Ese tipo de cosas son muy disonantes, y enredan todo: no hay un coro que siga al Presidente, sino que éste siempre está más bien solo en su postura. Es raro considerando que la Presidencia es un lugar donde, ante todo y sobre todo, se ejerce poder.
-El proceso constituyente, que surgió del estallido social, está en una etapa incierta. ¿Cuál debería ser la estrategia de la derecha para no volver a repetir el fracaso de la Convención anterior, donde fue casi irrelevante?
-Parto por lo más obvio: llevar sus mejores candidatos a la eventual elección de convencionales. La derecha fue irrelevante porque la elección de convencionales fue un desastre. Ahora bien, debe tener además una propuesta constitucional más o menos coherente y defenderla con unidad. En un escenario de fragmentación, la unidad se vuelve muy valiosa. Por último, debe seguir dando muestras de que su compromiso con el cambio constitucional es sustantivo.
-Si el nuevo proceso funciona, el texto estaría firmado por Boric, pero la derecha tiene la opción de acordar, con más incidencia que en el anterior escenario, algunos temas, como el mecanismo (una comisión mixta con expertos, por ejemplo) o los famosos bordes. ¿Dónde debe poner sus fichas el sector, tomando en cuenta la baja aprobación del Gobierno?
-Me parece que, en lo grueso, el sector lo ha hecho bien hasta ahora. Hay que ajustar dos variables: que el proceso esté dotado de legitimidad, y que evitemos todos y cada uno de los delirios que se apoderaron de la Convención. En ese sentido, el proceso mixto que parece estar cuajando, al integrar muchas variables y no jugarse el todo o nada en una sola instancia, va en la dirección correcta.
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