El segundo round del proceso constituyente está en pleno desarrollo. La sensación de alivio que sintió la mayoría de la ciudadanía con el rechazo va dando paso a nuevas angustias y preocupaciones. El gobierno, repuesto ya del shock inicial de su derrota vuelve a la carga para revivir su proyecto al que en ningún momento ha renunciado.
Lo primero que hay que rectificar, es que las negociaciones en curso no son entre Chile Vamos y los partidos oficialistas, sino entre el gobierno y el “mundo” del rechazo. Chile Vamos está administrando y representando un capital político que no le pertenece enteramente.
En segundo lugar, que la refundación de Chile solo está en pausa “táctica”. Todos los huevos del gobierno están puestos en la nueva convención. El sabotaje al TPP11 es una advertencia que no se debe ignorar. No se puede confiar en la capacidad de “contención” del socialismo democrático. No tiene poder.
Tercero, el gobierno actúa sibilinamente pretendiendo ser “prescindente” al mismo tiempo que articula un discurso que le permite olímpicamente relativizar y minimizar las consecuencias políticas del fracaso de la convención. No fueron sus ideas ni su programa lo que se rechazó sino un texto escrito en un lenguaje que resultó demasiado “adelantado” para los tiempos y que no fue bien comprendido por la ciudadanía.
Cuarto, hay que tomarse muy en serio este segundo round porque si nos descuidamos podríamos terminar en el peor de lo mundos; con una constitución radical que termine siendo aprobada.
Quinto, con la experiencia vivida esta vez hay que ser mucho más precisos e inclusivos. La correlación de fuerzas existente en el congreso avalada con el pronunciamiento categórico de la ciudadanía que señaló con meridiana claridad lo que no quiere, así lo permite.
Sexto, la propuesta del gobierno, formulada a través de los partidos oficialistas, es insuficiente y parte de un supuesto jurídico-político equivocado.
Séptimo, en este contexto, la propuesta de “principios” o “bordes” del gobierno no garantiza que los errores del pasado reciente no se repitan ya que se limitan a repetir las mismas materias contenidas en el acuerdo anterior donde, según ellos “encontramos el derecho a la libertad de religión, propiedad y a la igualdad”.
Octavo, que si se opta por elegir a los redactores de la nueva constitución por votación popular, ello tendría de todas maneras que ser con voto obligatorio; algo tan fundamental que debe ser intransable para el mundo del rechazo. Porque sabemos que el gobierno no lo quiere ya que tiene todas sus esperanzas puestas en que con voto voluntario se podría revivir su agenda constitucional.
José Antonio Kast no necesita ser el más simpático, ni el más dialogante, ni el más versado en corrección política. Su ventaja radica precisamente en lo que lo separa del resto: su disposición a romper con el statu quo sin ambigüedades.
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No es solo un tema de números y exportaciones; es una cuestión de futuro, de cómo queremos vivir y trabajar en las próximas décadas. O definimos hoy dónde queremos llegar y planteamos una estrategia, o seguiremos atrapados en debates cortoplacistas.