Si los que defienden la opción del apruebo tienen alguna posibilidad de revertir la tendencia de crecimiento del rechazo en el plebiscito de salida, los meses que quedan antes del plebiscito tendrán que ser algo muy distinto a esta lógica del espectáculo. Tendrá que anteponerse la política aburrida, la que no logra las primeras planas ni los tweets viralizados.
“Ganadores versus Perdedores”. Luego del rechazo del quinto retiro, el ministro Marcel salió a declarar ante los medios: “esto no es un reality donde nos preocupamos de quién será el ganador o perdedor de la noche. Acá lo que está en juego es el bienestar de las chilenas y chilenos”.
- En general, sus dichos cayeron en oídos sordos y no fueron pocos los que se apuraron en decir que esa es una expresión esperable de alguien que “ganó” esa noche. Las siguientes dos semanas se llenaron de análisis en los medios para definir quiénes era los victoriosos y los derrotado.
- Para ser justos, no tiene nada de extraordinario que el debate público y el enmarque que se le hace tienda a ver el mundo dividido entre personajes ganadores y perdedores. Como explicaba Bourdieu, la lógica de la mediatización significaba crecientemente una forma particular de presentar las disputas entre fuerzas políticas:
- “…el temor de aburrir les induce [a los medios] a otorgar prioridad al combate sobre el debate, a la polémica sobre la dialéctica, y a recurrir a cualquier medio para privilegiar el enfrentamiento entre las personas (los políticos, en particular) en detrimento de la confrontación entre sus argumentos…”
- Por cierto, la tendencia de ver la política marcada por tensiones y disputas individuales no es nueva. Además, que estas disputas se hagan a través de los medios de difusión también tiene poco de novedoso.
Farandulización. Pero dos cosas distinguen la relación actual de la política con los medios y, en alguna medida, marcan nuestros tiempos.
- La primera es la disputa por atención en el contexto de sobrecarga informativa. Estamos rodeados de constantes mensajes informativos que pelean por nuestra atención, en la televisión, en la radio, en los carteles, en las redes sociales. Esta competencia por nuestra atención se traduce en la necesidad de generar mensajes breves y llamativos a un nivel mucho mayor que antes.
- A modo de ejemplo, En 1968 las cuñas –así se llaman las frases de entrevistados que se recortan y difunden por los medios– en la televisión estadounidense duraban un promedio de 42.3 segundos. Para 1988, las cuñas habían disminuido a un promedio de 9.8 segundos. ¿Cuánto de nuestro debate actual se restringe a los 280 caracteres de un tweet?
- El segundo elemento que explica algunas de las particularidades de nuestra política mediatizada es la sustitución de la marca colectiva, de los partidos, por la de marcas individuales. Había un tiempo en que lo más importante que podía hacer una candidato para ganar su elección era presentar el logotipo de su partido.
- Pero en un contexto en que, según la encuesta CEP, entre 1995 y 2019 la identificación con las posiciones del eje izquierda-derecha cayó de cerca del 75% a solo 38%, mientras que la identificación con cualquier partido político cayó de 66% a 22%, las marcas partidarias valen poco. Incluso hay varias que restan más de lo que suman.
- Así, abundan en tiempos electorales afiches de candidatos en que su militancia política se omite. Pero no solo eso.
- Mientras que al menos los partidos grandes son reconocibles por una porción relevante de la sociedad, son muy pocos los que podrían nombrar a los 155 diputados que hoy componen la Cámara de Diputados. En otras palabras, abandonada la marca partidaria, cada diputado se vuelve portador de su marca individual y busca, a veces con algo de desesperación, instalarse, darse a conocer.
- Es en ese contexto que surgen los momentos más patéticos del reality. En las últimas semanas hemos visto diputados con una torta de cumpleaños, a otro presentar un peluche morado en su conferencia de prensa y a varios expresarse por redes sociales con opiniones tan controversiales como inconducentes, tratando de llamar la atención.
- El derrumbe de los partidos trae la personalización de la política y, en el contexto de la disputa por atención mediática, la farandulización del debate público.
Los límites de la política de espectáculo. La relación de la política con las lógicas del espectáculo llegó para quedarse. Hechos recientes, como la masificación de las redes sociales y la debilidad de nuestro sistema de partidos significa que deberemos aprender a convivir con esta realidad.
- Sin embargo, convivir con la política performatica no es lo mismo que someterse a ella. Hay dos grandes peligros si esta forma de hacer política se vuelve hegemónica.
- El primer peligro es que, si la política es “algo que pasa en la tele”, se quiebra el vínculo significativo entre ciudadanía y sus representantes. Si los políticos se perciben como personajes de un reality en la Moneda o en el parlamento, entonces concitarán el mismo apoyo fervoroso y efímero que generan las celebridades pasajeras de la industria del espectáculo. Un día serán admirados y reverenciados, y al siguiente despreciados y vilipendiados.
- Una política hidropónica, sin raíces en la sociedad, sin militantes ni inserción en las organizaciones sociales, está condenada a los vaivenes del rating. Qué duda cabe que esa es parte de la crisis que hoy vive Chile.
- El segundo peligro es lo que puede ocurrir cuando la política de farándula llega al poder. Nuestra sociedad enfrenta grandes y complejos desafíos que, muchas veces, no se pueden resolver en peleas de cuñas. La lógica de este tipo de política hace muy difícil llegar a acuerdos y presentar medidas de largo plazo.
- Un ejemplo de estas dificultades puede observarse en la convención constitucional. En la convención los partidos son particularmente débiles, aún más que en el congreso.
- Además, persiste un ethos de la movilización social, que permea de un sentido performático y simbólico varias de las acciones que se ven en la convención. La derecha de la convención no ha quedad atrás, por cierto. Con puestas en escena de entrega de galletas para protestar por la cultura “políticamente correcta” o uso de lenguaje soez, varios de los convencionales de ese sector político han terminado pareciéndose bastante a lo que critican.
Necesitamos un poco de política aburrida. Sin embargo, una de las máximas del mundo del espectáculo es que nada es popular por siempre. Rápidamente llega el hartazgo y hastío y cosas que podrían haber sido pintorescas y llamativas hace seis meses hoy solo producen desazón.
- Es difícil pensar en una mejor campaña para el rechazo que la funa, ante las cámaras, de algunos convencionales contra el colectivo socialista. Un espectáculo que no genera ninguna simpatía y desprestigia a la Convención.
- ¿Cuánto de la caída de popularidad y confianza en la convención tienen que ver con hechos como este?
- Según la última encuesta Criteria, desde enero, la aprobación de la Convención ha caído desde 33% a 25% y la desaparición se ha incrementado desde 44% a 57%. Según la CADEM, la segunda mayor razón que entregan los que se inclinan por el rechazo para tomar esta posición es la desconfianza con constituyentes, ligada a percepción de desorden (26%).
- Si los que defienden la opción del apruebo tienen alguna posibilidad de revertir la tendencia de crecimiento del rechazo en el plebiscito de salida, los meses que quedan antes del plebiscito tendrán que ser algo muy distinto a esta lógica del espectáculo. Tendrá que anteponerse la política aburrida, la que no logra las primeras planas ni los tweets viralizados.
- La política aburrida no logra captar la atención del televidente. No tiene la energía de las peleas de la pantalla chica y las redes sociales, en forma de cuñas entre personeros públicos. Es lenta, aburrida, a ratos exasperante.
- Pero, cada tanto, los países se ven enfrentados a desafíos que nos recuerdan que a veces lo más revolucionario que puede hacer un municipio es gobernar adecuadamente, recoger la basura a tiempo y que las luminarias funcionen.
- Hoy más que nunca necesitamos un poco de política aburrida.