La metáfora del presente griego proviene de la Guerra de Troya y alude a aquellos regalos envenenados que, como aquel caballo, contienen devastadoras sorpresas para los obsequiados.
Un regalo griego fue precisamente lo que recibió el Partido Republicano el 7 de mayo pasado. Si bien se había adelantado que los pupilos de José Antonio Kast obtendrían una alta votación, nadie -ellos menos- vislumbró el 35% de los votos que obtuvieron.
El 7M, quienes no habían firmado el acuerdo para un nuevo proceso constitucional e hicieron campaña denigrando la necesidad de un cambio a la constitución, quedaron a cargo y, al igual que el gobierno con el primer proceso, abrazados al resultado de la segunda intentona.
Pero como el mal de alturas no discrimina políticamente, los Republicanos se equivocaron cuando diseñaron que su misión seguiría siendo la misma: atentar contra la posibilidad de concordar una nueva Constitución. Trancar los acuerdos parecía convocar a las dos almas republicanas: los pragmáticos o más políticos que sentían que eso les rendiría electoralmente y los doctrinarios que veían en ello un espacio para reforzar su identidad. Dos almas que, por lo demás, también habitan y tensionan al mismo Kast.
Dominados por el alma doctrinaria e inmunes a aquello de que “otra cosa es con guitarra”, dedicaron buena parte del primer tiempo constitucional a relevar su agenda ideológica e identitaria, a hablarle a su tribu (suena conocido), antes que a buscar alcanzar acuerdos y llegar a puerto.
Incluso buscaron acentuar aún más sus distancias con sus “amigos” de ChileVamos a los que dejaron tiritones con algunas de las enmiendas republicanas tan chauvinistas (¡constitucionalizar el rodeo!), como populistas (eliminar constitucionalmente las contribuciones) y conservadoras (dejar abierto el espacio para terminar con el aborto en causales). En palabras del nada izquierdista Hernán Corral, “quisieron pasar máquina”.
Y tanto estiraron el elástico los republicanos que su promesa de orden y el progreso que tanto sentido hace en el electorado se fue diluyendo para reflotar su esencia más identitaria: la de ser los representantes de un mundo de valores conservadores en un país mayoritariamente liberal.
El ala política del partido pareció tomar nota de que jugaban con fuego cuando José Antonio Kast empezó a pagar los costos como opción presidencial en desmedro de una mujer liberal como Evelyn Matthei. Pero la presión de los doctrinarios, de aquellos que dentro del partido no aspiran al gobierno, sino que, a cambiar la matriz cultural de la sociedad, se impuso una vez más. La nueva tesis fue la atrincherarse en el rechazo siguiendo aquella máxima de que, si nada resulta, todos pagarán por igual los costos y las cosas volverán a estar como antes.
Una idea tardía y peregrina para quienes dentro del partido apuestan a ganar la presidencial: si todo fracasa, serán ellos quienes pagarán los mayores costos y los apuntados como responsables principales de una segunda farra constitucional y del aumento de la incertidumbre. Como recientemente han dicho exministros y académicos, si el proyecto de Constitución se rechaza, la inestabilidad seguiría afectando las inversiones. “Tenemos que resolver el proceso constitucional si no va a ser un tema en la próxima elección presidencial”, dijo recientemente Felipe Larraín, exministro de Hacienda de Piñera.
Claro, para los doctrinarios eso no sería un gran problema, más bien el triunfo de morir con las botas puestas, pero para quienes miran con ansias La Moneda, sería una dura derrota.
Visto así, hoy Republicanos está tensionado entre sus dos almas y si no resuelven pronto esa tensión en favor del alma pragmática, José Antonio Kast y los cientos de candidatos que se preparan para disputar alcaldías bajo banderas republicanas, terminarán como víctimas del presente griego recibido el 7M.
Es que, si el fracaso constitucional se repite, el triunfo Republicano de mayo no habrá sido otra cosa que el Caballo de Troya por medio del cual Evelyn Matthei y ChileVamos lograrán recuperar la hegemonía electoral en la derecha.
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