Profesor de Literatura y conductor del programa de entrevistas “Desde el jardín”, de radio Pauta, fundador del diario de poesía “Noreste”, Cristián Warnken analiza el fenómeno de la violencia que se observa en las protestas más radicalizadas, una de cuyas víctimas fue Giovanna Grandón, conocida como Tía Pukachu.
-Supongo que viste la imagen de la Tía Picachu siendo expulsada de Plaza Italia. Fue víctima de una rabia desatada.
-Mira, lo que le pasó a la tía Pikachu es el resultado, de alguna manera, de una postura bastante tibia o indiferente a la violencia cuando surgió en octubre. Hubo una suerte de silencio ante la violencia brutal que se vio en la destrucción del metro, en la destrucción de las ciudades, de los centros históricos, en la destrucción de Valparaíso. Episodios que a mí me tocó ver con mis propios ojos. Es una rabia pura sin límites. Y ahí ha habido un complejo de un sector de la izquierda de no poner un límite esa violencia. En la agresión a Pikachu, eran 300 a 400 personas. No era una gran manifestación; son grupos pequeños que privatizan el espacio público que es de todos. Y creo que alguien escribió sobre esto, una mujer…
-¿Lucy Oporto?
-Oporto apuntó a un tema muy central: lo que surge es una lumpen violencia, que privatiza la ciudad y el espacio público. Además instaura la idea de lo que yo quiero, yo lo puedo; en el fondo, la acción que estás haciendo es la esencia neoliberal. No me importa el otro. Y esa es la gran contradicción fragante, que ha ensombrecido lo que pudo haber sido la épica de octubre.
La tía Picachú está viviendo en carne propia lo que han vivido miles de chilenos anónimos, que sufrieron y siguen sufriendo la violencia en distintas partes del país. Me parece que el drama que tenemos acá es el doble estándar ante la violencia, de lado y lado: no puede haber doble estándar con la violencia como no puede haber doble estándar ante la violación de los DDHH.
-¿Estás diciendo que la tía Pikachú cosecha lo que se sembró? Ella era del grupo de gente que glorificaba a la primera línea.
-Hubo una romantización de la primera línea, en la que se trató de generar la peor de las épicas: convertir esta primera línea en súper héroes callejeros. Una glorificación de la violencia. Y yo creo que sí, que ella fue responsable. Es decir, ella y los líderes de la izquierda más radical tienen una responsabilidad compartida en una suerte de indolencia y de infantilismo, en el sentido de que no son capaces de darse de cuenta que cuando la violencia se desata y no encuentra límites es muy difícil después pararla. Con qué autoridad va a poder ella enfrentar a esos violentistas, a esa gente que la estaba escupiendo, tirándole objetos, insultándola. No tiene autoridad moral. Yo lo lamento, condeno absolutamente lo que a ella le pasó.
-Lo que impacta del video de Pikachú es ver esa imagen cuando un cabro joven la escupe en la cara. Ese signo es el desprecio a la dignidad del otro.
-Ese cabro es el ejemplo. Hay una contradicción absoluta, flagrante, entre un discurso que era por la dignidad, por el derecho de vivir en paz; y resulta que qué dignidad puede haber en alguien que escupe a un adversario. Las redes sociales son un negocio de la polarización. Tenemos mucha gente joven alienada. Sin referentes públicos. Faltó coraje, porque los dirigentes de izquierda radical le tienen terror a los más radicales.
-¿De qué manera?
-En el sentido que hay tipos más radicales aún que la Tía Picachu, que ya era radical. Muchas veces los líderes de izquierda radical actúan atemorizados frente a los más radicales, que además se dan cuenta que no tienen en frente un límite. Eso lo huelen y lo perciben y por eso que son tan pertinaces, porque saben que la fuerza pública está debilitada, deslegitimada, entonces el escenario completo es bien poco propicio para que haya una condena clara y unánime sin distinción frente a la violencia venga donde venga.
-Grandon dijo que “no me van a intimidar, no puedo entender el ímpetu que los lleva al odio hacia una igual”.
-Hay que analizar bien esa frase. ¿Significa que el odio se justifica cuando es hacia alguien distinto? A mí me parece que este tipo de declaraciones son justamente de quienes han ayudado a generar esta suerte de impunidad de la violencia, este doble estándar: si es alguien que piensa distinto, a mí me merece el odio; si es alguien que piensa como yo, no merece ese odio. Esa es una falacia. La Tía Pikachu se hace cómplice de la violencia de la que ella ha sido víctima al hacer una declaración de este tipo.
-¿La Primera Línea también estaba integrada por alumnos de colegios privados?
-Claro. Mucha gente ha alabado o defendido la violencia porque lo hace desde sus cómodos condominios tomando su whisky en la tarde, me ha tocado ver mucho eso en whatsapps y eso me indigna. Gente que si fueran a atacar sus condominios, porque están seguros, tienen guardias, si les tocara a ellos que les destruyeran su negocio o su casa pondrían el grito en el cielo. Es una especie de whiskierda radical, que ha puesto de moda justificar todo esto. Eso lo encuentro deplorable, inmoral.
–Lucy Oporto habla de fascismo satánico.
-Son formas de fascismo. Aquí la palabra fascismo se ha usado mal. A mí me tocado en la calle, un par de cabros jóvenes en la vereda que me dijeron: “Vendido al fascismo”. Entonces yo les pregunto “qué es fascismo para ti”. No tienen idea, no son capaces de sostener una conversación de dos minutos. “Pero yo te invito a que conversemos, porque lo que ustedes están haciendo es fascismo”, les dije.
-En La Segunda hace un año dijiste “Fui marxista radical”.
-Claro, yo fui militante del MAPU Obrero y Campesino, que de obrero y campesino no tenía nada. Y también estuve en el MIR, después me arranqué de ahí. Me siento muy orgulloso de haber participado en la lucha contra la dictadura. Yo estudiaba en la UC en el campus Oriente, pero jamás destruimos algo, jamás funamos a nadie. Estuvimos en muchas manifestaciones y nunca llegamos al nivel de destrucción que hemos visto en las calles, a pesar de que al frente teníamos una verdadera dictadura militar y teníamos servicios de inteligencia. Al final me he dado cuenta que las ideologías han reemplazado a las religiones. Yo tuve momentos de fanatismo, no me cabe la menor duda.
-¿Por qué saliste arrancando del MIR?
-Porque era muy chico. La célula se llamaba Resistencia y después cuando me di cuenta que había que hacer actos de sabotaje que eran ridículos: abrir las llaves, colocar miguelitos en los estacionamientos de los autos del colegio donde estudiaba, pensé: “por qué iba a hacerle eso a mis profesores que estaban en contra de la dictadura”. Había algo raro ahí. Tuve una distancia crítica, algo que le falta a los jóvenes de ahora que están tomados por un delirio refundacional.
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