Boric no es Aylwin. Nunca lo será. No porque la gente no lo quiera recordar como recuerda a Aylwin, ni tampoco porque los analistas no lo quieran ver como ven a Aylwin. Es porque el mismo Presidente nunca lo quiso así. Boric construyó su carrera política criticando a Aylwin. El Frente Amplio lo apoyó criticando a la Concertación. El Presidente y su coalición se ocuparon específicamente de desmantelar y descartar todos los elementos políticos, sociales y culturales que le permitieron a Aylwin llegar a ser Aylwin y a la Concertación llegar a ser la Concertación.
Por lo mismo parece tan fuera de lugar, tan excéntrica la participación del actual Presidente en el evento inaugural de la estatua de Patricio Aylwin frente a La Moneda. Quién hubiera dicho, dos o tres años atrás, que el entonces diputado Boric—el que trataba a la socialdemocracia de los noventa de cobarde y complaciente y a sus líderes de títeres de la derecha, los militares y los empresarios—, le estaría hoy rindiendo pleitesía a la misma persona al que consideraba promotor del golpe de Estado.
Es absurdo. Se desvía del sentido común. O Boric no es lo que todos pensaban que era, o Boric se disfraza de algo que no es. Lo cierto es que no hay consistencia a lo largo del tiempo. Es cómico. Es una torpeza innecesaria. Boric pasó de sindicar a la Concertación como el punto de origen de todos los males del país, a admirar a la Concertación por todo lo positivo que logró. Es tan absurdo y cómico como saltarse los torniquetes un día solo para exigirle a los demás pagar el pasaje del Transantiago al día siguiente.
A los pies de la estatua de Aylwin, frente a La Moneda, el actual Presidente tuvo incluso el valor de proponer que su legado eventualmente llegaría a ser equiparable con la del expresidente. ¿A quién siquiera se le ocurre decir algo así? No solo es de mal gusto, y fácticamente imposible de sentenciar, pero además es absolutamente innecesario. ¿Cuál es la idea? ¿Qué se gana? Al final, lo único que se logra es darle razones para desertar a los propios y argumentos para criticar a los adversarios.
Una idea que permite entender lo del paralelo forzado hecho por Boric (entre Boric y Aylwin), es que es parte de una estrategia mayor. En esta versión, sería una estrategia para reescribir la historia para reinterpretarla, para que favorezca lo propio. Si para el Frente Amplio la recuperación de la democracia de 1989 es análogo a lo que ocurrió en octubre de 2019, y la violación de los derechos humanos en la dictadura es análogo a lo que pasó en el Estallido Social, entonces es obvio que para ellos es lógico que Boric es análogo a Aylwin.
Todo esto tiene sentido visto desde dentro. Empaquetar victorias de antecesores como propias, irrelevante de lo ocurrido en el pasado, es parte del libreto. De hecho, es una estrategia milenaria: vencer, llegar al poder y adoptar los emblemas y significados de los perdedores salientes. Pero esto que parece ser tan obvio desde adentro, no tiene sentido visto desde fuera. Para la gente común y corriente, que tiene problemas comunes y corrientes, parece esquizofrenia. Muchos se preguntarán si lo que ven es siquiera real: “¿ahora Boric admira a Aylwin?
Desde el oficialismo lo único razonable para explicar la vuelta-en-U es proponer que la gente razonable tiene derechos razonables a revisitar sus opiniones pasadas para recalificar sus posiciones. Ahora, normalmente eso ocurre cuando cambian las premisas, pero en este caso, nada ha cambiado. Lo que hicieron Aylwin y la Concertación precedió incluso el ascenso de Boric. Cuando Boric asumió como diputado ni Aylwin era un político relevante en la política coyuntural ni tampoco existía la Concertación.
Por lo tanto, lo único que parece haber cambiado es la perspectiva de Boric. Y, en esa línea, lo lógico parece ser entender que el cambio de Boric es forzado y no voluntario. No puede decir lo que de verdad piensa. La verdadera explicación a la inconsistencia, si es que se presume que no es una contradicción aleatoria, es simplemente que ya no conviene pensar lo mismo. Es decir, confrontado con la realidad de gobernar, Boric se habría visto obligado a entender que ser exitoso se debe necesariamente avanzar en la medida de lo posible.
En cualquier caso, el evento sirve para entender por qué la gente rechaza tanto al Presidente. Pues, ¿cómo pueden aprobarlo si no lo entienden? Un día Boric dice una cosa y al otro día dice otra cosa. En el intertanto, lee un poema y un epígrafe, y se le olvida que lo que le interesa a las personas son resultados, no procesos. Y de eso, hay poco. Mientras todo empeora, las personas ven que el Presidente anda más preocupado de definir su legado político que de combatir la inflación o la delincuencia.
Ese es el punto débil de Boric: la credibilidad. La gente no aprueba a Boric porque no lo entiende. Y porque es impopular, el Presidente no puede gobernar. Es lo que ocurrió esta semana, por ejemplo, cuándo el Senado rechazó su propuesta de fiscal nacional. No hay otra explicación: se rechazó la carta de Boric porque Boric es débil. Si Boric fuera popular, no se hubiese rechazado a José Morales. Pero, porque carece de poder blando, fracasó. Y seguirá fracasando hasta que se haga cargo del flanco.
Para ser exitoso, Boric debe hablar menos y gobernar más. Debe pasar más tiempo en su oficina y en terreno, y menos frente a los micrófonos y las cámaras. Debe ocuparse menos de su lugar en la historia y más en asegurarse que la gente llegue a fin de mes con dignidad. Boric debe mediar menos y delegar más. Cuando se está en una situación crítica, no hay nada menos importante que el largo plazo, y, lamentablemente, es allí donde el Presidente parece estar atrapado: esperando que lleguen los resultados sin haber hecho el trabajo previo.
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