Octubre 19, 2021

Arturo Fontaine y el régimen político: “Hay más pesos y contrapesos al poder bajo el presidencialismo”

Marcelo Soto

La Convención Constituyente ha comenzado a debatir los temas de fondo y entre ellos uno de los más importantes es el cambio de sistema político. Arturo Fontaine, cuyo último libro -“La pregunta por el régimen político”- trata precisamente sobre este tema, analiza los riesgos del  parlamentarismo y semi presidencialismo y aboga por mantener, con reformas importantes, el actual presidencialismo.

-Uno de los temas más complejos y sensibles que deberá decidir la Convención Constituyente es sobre el sistema político. Varios plantean girar hacia un parlamentarismo o semi presidencialismo. ¿Qué riesgos le ves a esa idea?

– No hay régimen político perfecto. Todos tienen defectos. Y todos pueden colapsar. En última instancia, todos dependen de la vocación democrática, la racionalidad y el realismo de sus ciudadanos. Todos dependen de que sus élites cumplan su papel de liderazgo con cierta inteligencia, visión de largo plazo y sensatez.

Bajo el parlamentarismo y el semipresidencialismo, el jefe de gobierno — primer ministro o premier— emerge de una mayoría parlamentaria. No del jefe de estado, que es un rey — en casi todos los países parlamentaristas— o un presidente elegido por los ciudadanos —bajo el semipresidencialismo—.Ellos reinan o presiden, pero no gobiernan. Son sólo jefes de estado; no gobernantes. Los proyectos de ley los prepara, presenta y negocia el primer ministro. Quien gobierna es el o la primer ministro. En Gran Bretaña gobierna Boris Johnson; no la reina Isabel. En Alemania gobierna Ángela Merkel; no el presidente Frank Walter Steinmeier. (¿Cuántos lo conocen?)

– Está bien. Esos son conceptos generales. Pero, ¿cuáles serían las consecuencias del cambio de régimen?

-Es decisivo entender qué queremos conseguir al cambiar de régimen. Perdona que me alargue un poco. Se esgrime como argumento para cambiar de régimen que tenemos un hiperpresidencialismo, ¿no es cierto?

Los primeros ministros pueden disolver el parlamento  y llamar a nuevas elecciones. Aunque formalmente lo haga el rey o el presidente. Esa arma da inmenso poder a los gobernantes. Aunque no la ejerzan, esa posibilidad está siempre ahí. Un síntoma de ese gran poder es que los parlamentos son más dóciles y legislan menos bajo el parlamentarismo que bajo el presidencialismo. Por tanto, tienen más poder los primeros ministros que los presidentes. Eso es lo que plantean los propios partidarios del parlamentarismo. Arturo Valenzuela, por ejemplo, ha dicho que Reagan tenía menos poder que Thatcher. Los más diversos especialistas sostienen lo mismo.  Por tanto, si queremos disminuir el poder del presidente no podemos querer darle al primer ministro todavía más poder que el que tiene el presidente. El parlamentarismo y el semipresidencialismo concentran más poder en manos del gobernante que el presidencialismo. Si queremos reducir el poder del gobernante no podemos querer aumentarlo.

-Este poder del primer ministro, ¿puede volverse un peligro?

-De ahí surge un riesgo serio: el autoritarismo con disfraz parlamentario-legal. Es el gran peligro de nuestro tiempo. No ya el golpe militar sino la autocracia enmascarada como democracia legal. El líder de una coalición mayoritaria puede transformarse en un autócrata porque todo el poder emana del parlamento. Quien controla el parlamento, controla todos los demás poderes. Es lo que ha hecho Orbán bajo el régimen parlamentarista de Hungría. Y ha sucedido en la Rusia con Putin, en Polonia con Kaczyński, en Turquía con Erdogan. En estos tres casos se trata de regímenes semipresidenciales. Hay que pensar que Hitler llegó al poder legalmente  en  la Alemania de la República de Weimar, un régimen semipresidencial. Evitar esa deriva autoritarista es un desafío muy propio de nuestro tiempo.

Hay también otros problemas que analizo en mi libro “La pregunta por el régimen político”. Lo que pasa es que conocemos en vivo y en directo los problemas del presidencialismo. Pero no imaginamos bien los problemas nuevos que acarrean el parlamentarismo y el semipresidencialismo. Comparamos el presidencialismo real con todas sus imperfecciones con un parlamentarismo idealizado o con un semipresidencialismo idealizado.

-En tu libro defiendes el modelo actual presidencialista. ¿Por qué?

-Porque hay un Congreso bicameral e independiente del gobernante. Es decir, el gobernante no puede disolver el congreso o parlamento. Eso le da mayor autonomía a los parlamentarios.  Y hay una cámara que se elige por partes. Lo que permite tener un parlamento que refleja tendencias políticas sostenidas un cierto lapso de tiempo. Es decir, se trata de ideas y tendencias que han estado sometidas a la discusión y crítica durante un tiempo mayor. Esto en oposición a un parlamento que se elige de una sola vez y sólo refleja las posiciones políticas de ese momento. La combinación de dos cámaras permite una pausa, una reflexión más detenida, una deliberación más acabada y racional. Eso estimula la necesidad de persuadir a otros para aprobar los proyectos de ley. En otras palabras, ayuda a una deliberación racional de las políticas públicas. Esto es de particular importancia en nuestro tiempo, en el que las redes sociales intensifican y masifican estados de ánimo político-emocionales con gran rapidez.

Hay proyectos de ley que mejoran mucho en el Congreso. En el libro se da un ejemplo: las normas para combatir la colusión. Hay un anexo escrito por el profesor Julio Pellegrini sobre el tema. Por supuesto, también puede ocurrir lo contrario. Pero ese es el desafío del presidente: persuadir a legisladores independientes, ¿ves tú?

La segunda cámara, además, podría ser un espacio con mayor presencia de representantes de regiones. En suma, hay más pesos y contrapesos al poder bajo el presidencialismo. Se resguardan mejor los derechos de las minorías.

-¿Lo dejarías tal cual o necesita reformas?

-Necesitamos reformas políticas profundas. Sobre todo, el sistema electoral requiere reformas. 16 partidos más polarización hacen que la gobernabilidad sea difícil bajo cualquier régimen político.

-Has citado al sociólogo español Juan Linz, quién alabó la “claridad” del presidencialismo chileno. ¿Dirías que es fácil de entender comparado con otros modelos?

-El profesor Juan Linz fue una autoridad mundial en el tema de los regímenes políticos. Sus ideas han tenido enorme influencia. Era un crítico del presidencialismo y un elocuente defensor del parlamentarismo. Después se ha escrito mucho en sentido contrario. Hay toda una literatura posterior que matiza o derechamente refuta sus tesis principales. Se trata de trabajos empíricos con bases de datos que no estaban disponibles cuando Linz desarrolló sus planteamientos. Con todo, cuando Linz estuvo en Chile afirmó que si lo hacían escoger entre el presidencialismo y el semipresidencialismo, que si lo ponían entre la espada y la pared, él se quedaba con el presidencialismo por su “claridad.” Lo que Linz objeta es que el semipresidencialismo es confuso.

Bajo el  semipresidencialismo, el pueblo vota por un presidente quien, una vez elegido, no será el gobernante. El gobernante será el primer ministro elegido por el parlamento. Eso confunde. ¿Te imaginas en Chile una campaña presidencial para elegir a un presidente que presidirá, pero no gobernará? Una vez elegido es posible que el parlamento elija a un primer ministro de la coalición derrotada en la elección presidencial, es decir, a un opositor del presidente. ¿Qué sentirá el pueblo en esa situación? ¿No sentirá que le tomaron el pelo, que la campaña y elección presidencial fueron un tongo?

-En una columna de El Mercurio, José Antonio Viera-Gallo, advirtió a la Convención que debe respetar la “evolución política y cultural del país” al hacer los cambios. En tu libro hablas de que las tradiciones crean expectativas “que no pueden arrancarse de cuajo”. ¿Cuáles son los aspectos que deben ser tomados en cuenta para definir el régimen político?

-Mira, a mí me parece que no se puede pasar por alto el hecho de que la elección directa del gobernante es un aspecto sustancial de la democracia tal como se la entiende en Chile. Renunciar a nuestro derecho a elegir en voto directo a quien nos gobierna me parece insensato e irreal en Chile; si se establece no va a funcionar, no va a durar. Transferir del pueblo al parlamento el derecho a elegir al gobernante, me parece un escollo insalvable para la instalación del semipresidencialismo y el parlamentarismo en un país como Chile. Los países donde hay regímenes parlamentarios afincados no han estado acostumbrados a elegir a sus gobernantes por votación directa y nacional, como nosotros. ¿Queremos hacer del parlamento el lugar donde se elige a quienes nos van a gobernar? ¿Esa es la democracia que queremos?

 

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