“El resultado del plebiscito en nuestro país nos ha enseñado a ser más humildes, la democracia debe ser humilde, y asumir que la construcción del Chile que soñamos no está en las recetas de ningún sector en particular, sino en la síntesis que podamos hacer combinando lo mejor que cada uno puede aportar”, fueron parte de las palabras que el presidente Gabriel Boric expresó en la 77º sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas.
Un discurso centrado en Chile, pero desde fuera de Chile. Como si el Mandatario hubiese necesitado salir, tomar aire, mirar las cosas con algo de distancia para hablarle al país que dirige y donde en el subtexto dejó entrever que le hablaba a tres interlocutores al mismo tiempo: al mundo quiso contarle de nuestro proceso y sus resultados; a los chilenos nos contó de sus reflexiones en torno a la derrota, y a Gabriel Boric le expresó la necesidad de abuenarse con el sopetón de realidad y encontrar un nuevo tono.
La necesidad de un nuevo tono para un segundo tiempo que tan adelantado le llegó a su gobierno. O quizá hallar finalmente UN tono, aquello que en los albores de su gobierno etiquetó como el aprender a “habitar el cargo” presidencial y que no llegó a terminar de plasmar al asumir una nueva campaña a muy poco andar, esta vez por el apruebo.
Ese habitar el cargo que se esbozó en su primera Cuenta Pública, “no partimos de cero…estamos escuchando con ánimo de aprender, con menos soberbia, con más humildad”, donde se abrió a un sentido republicano al reconocerse a sí mismo como el Presidente de todos y no ya como el joven revolucionario, desafiante, partisano que había sido.
Proceso de “habitación” que quedó stand by con el inicio de la campaña plebiscitaria y con un gobierno que se afanó en convencer al país de que la opción finalmente descartada era la mejor para el país. El fracaso no sólo fue un golpe duro para la actual administración por la pérdida de capital social y político, sino también porque “la calle”, la movilización social, aquella en la que el dirigente estudiantil, diputado y luego candidato Boric basó su apuesta impugnadora, esta vez le dio la espalda. Y se la dio cuando explícita e ingenuamente el ahora Presidente le salió a pedir ayuda para su causa. La ciudadanía que el imaginaba dócil a sus encantos, disponible para acompañarlo electoralmente como siempre lo había hecho, esta vez se mostró veleidosa desmarcándose de la propuesta constitucional y, de paso, de él mismo como santo patrono del apruebo.
Por lo mismo, encontrar ese nuevo tono no parece fácil. Es más, puede tornarse una tarea en extremo compleja si el Mandatario no logra saldar cuentas en serio y rápidamente con la derrota e instalar un nuevo propósito para los tres años y medio que le quedan al mando del país. Es que si la carta de navegación original del gobierno, su programa, era de contornos difusos, más basada en ideas abstractas que en ofrecimientos concretos, al menos tenía en la propuesta de Nueva Constitución un ideario, una referencia que le daba sentido y orientación programática.
Nada de eso queda. Ahora el gobierno y particularmente Boric deberán establecer nuevos objetivos y proponer un relato al país sobre cómo, porqué y para qué gobernarán el tiempo que les queda. Pero ello no será posible si Gabriel Boric queda emocionalmente preso de la frustración y del enojo, si se mira en el espejo y se ve descontento con el rol que desde ahora le tocará jugar.
La autocrítica no necesariamente supone una renuncia total, pero sí el llamado a concentrarse en realizar una buena gestión y aceptar que lo que hoy tendrá que hacer no es necesariamente lo que alguna vez imaginó haría si fuese Presidente de Chile.
Como bien lo expresó en su discurso ante la ONU, el país le ha pedido altura de miras. La pregunta ahora es si tendrá el liderazgo para ordenar a su coalición en torno a un nuevo propósito y relato de gobierno o seguirá gobernando el mañana desde el ayer. Al menos yo, confío que sí. Y la buena noticia es que aún está a tiempo.
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