No era el propósito del gobierno, pero el cincuentenario del golpe de Estado permitió debatir sobre sus causas. Esto parece explicar la queja de la senadora Isabel Allende en el acto oficial del lunes 11: “En estos últimos meses hemos visto con dolor, con preocupación, que se promueve un revisionismo histórico, se ha intentado invertir las responsabilidades de la tragedia que vivimos en los últimos 17 años más oscuros en nuestra historia”.
“De manera insólita, se busca tergiversar los hechos y culpar a la Unidad Popular y al presidente Allende del golpe de Estado. Los verdaderos responsables son quienes quebraron la institucionalidad, bombardearon este palacio, persiguieron, torturaron, asesinaron y desaparecieron a miles de chilenos”.
La senadora Allende describe fielmente lo que significó la dictadura en el campo de los derechos humanos. Esos crímenes nunca tendrán justificación, y así lo entiende hoy la mayoría de los chilenos. Pero necesitamos comprender cómo llegó Chile a ese punto. Y no hay forma de bloquear ese examen. En una sociedad abierta, no hay ni puede haber capítulos de la historia sobre los cuales “es mejor no hablar”. Es inadmisible la coacción moral para inhibir el debate sobre la experiencia de la Unidad Popular y el papel del presidente Allende.
Acaba de aparecer un libro titulado “Allende y la preparación de la lucha armada” (Tajamar Editores, septiembre de 2023), de los investigadores Juan Pablo Alessandri y Pablo Cancino. Aporta amplia información sobre la ambivalencia político/ideológica de los partidos de la UP y del propio Allende respecto de la lucha armada para avanzar hacia lo que entonces se llamaba “el socialismo”.
Es el resultado de una investigación de más de 10 años, con sólidas fuentes, y deja en evidencia la duplicidad de la izquierda chilena respecto de las vías de acceso al poder. Por ejemplo, queda documentada la dudosa relación de Allende con el MIR, agrupación a la que, desde sus años como senador, apoyó con dinero y casas de seguridad, como lo ha relatado su sobrino Andrés Pascal Allende, miembro de la cúpula del MIR, citado en el libro.
El primer capítulo se titula “¿Quién es Allende?”, y configura un perfil del mandatario más cercano a los hechos. Los acápites dan cuenta de ello: El embrujo continental de la guerra de guerrillas/ Allende, la conferencia de La Habana y OLAS/ Allende y su compromiso con la guerrilla/ Triangulo guerrillero en el Cono Sur: el caso argentino/ La gente de Allende/ La tribu en todo su esplendor”. Los otros dos capítulos son De la vía político/institucional a la vía insurreccional, y La caída del régimen. El epílogo se titula La agonía de la democracia.
El libro relata cómo Allende, luego de su tercera derrota electoral, en 1964, adoptó una actitud receptiva hacia la línea que tomaba cuerpo en el PS en cuanto a abandonar el camino legal hacia el poder. Los congresos partidarios de Linares, en 1965 (el mismo año en que se fundó el MIR), y de Chillan, en 1967, expresaron sin ambages el objetivo de tomar el poder por las armas. En el clima de entonces influyó decisivamente la muerte del Che Guevara, en octubre de 1967, en Bolivia.
En esos días, cuenta el libro, Allende, había viajado a los actos del cincuentenario de la Revolución de Octubre en la URSS, luego de lo cual fue a Cuba. “Él y su hija Beatriz no solo aprovecharon la instancia para dar el pésame correspondiente a Fidel, también ratificaron la persistencia de su compromiso con la política de internacionalizar la revolución en el Cono Sur. Para estos fines se convocó una cita en la ciudad de Manzanillo, cuna del comunismo isleño, la que terminó siendo un hito de suma relevancia para la continuidad de la guerrilla en América Latina”.
“La reunión contó con la presencia de Fidel Castro, Demid Crespo y Manuel Piñeiro, este último funcionario del Ministerio del Interior y encargado «de las labores de inteligencia cubana para exportar la revolución». En aquella instancia, Allende comprometió a las huestes de la sección chilena del ELN en la misión de propiciar el camino para «volver a las montañas»”.
“Los ‘elenos’ chilenos pasaban de ser una fuerza exclusivamente logística a una hueste con agentes operativos en la región, listos para abultar las columnas de los focos guerrilleros del continente. Según Tanya Harmer, «es la reunión más importante entre Allende y Castro» y de acuerdo al parecer de Demid Crespo, fue el momento en que la amistad entre ambos líderes maduró y se intensificó” (pág. 58).
Es útil precisar que Demid Crespo es otro nombre de Luis Fernández Oña, agente de la Dirección General de Inteligencia (DGI), quien se casó con Beatriz Allende en diciembre de 1970, y que se instaló en la embajada de Cuba en Santiago, en la que ejerció una autoridad superior a la del embajador. Fernández estableció relaciones de extrema confianza con el mandatario, al punto de entregarle documentos que debía destruir en caso de golpe, como el propio agente cubano relató mucho después. Se trata del padre de la actual ministra de Defensa, Maya Fernández Allende.
El libro entrega nutrida información sobre lo que podría llamarse “la intromisión consentida” de Fidel Castro en Chile durante los años de Allende. Los cubanos querían asegurar que la revolución chilena avanzara por el “camino correcto”, vale decir, según las pautas que Castro vino a enseñar a fines de 1971 durante su gira de 24 días por el territorio nacional. En los años de la UP, numerosos asesores cubanos se movieron con soltura en diversos ámbitos, incluida La Moneda.
La crisis final del gobierno de la UP, graficada en la decisión de Allende de incorporar a las FF.AA. al gabinete, en noviembre de 1972, es analizada en detalle en el libro. Fue entonces que se acentuó en los partidos gobernantes la disposición de prepararse para la confrontación. Luego, vino el levantamiento del regimiento de blindados, en junio de 1973, y la ansiedad cundió en las filas de la izquierda.
Se dice en el libro: “Según Tony López, exfuncionario del Departamento América y miembro del Partido Comunista cubano, los caribeños habrían enviado un barco con armamento militar a nuestro país, todo ello a mediados del año 1973 y de manera clandestina. El primer mandatario habría pedido este tipo de apoyo a la isla: «a última hora». Quizás fue la respuesta lógica ante la misiva incendiaria que Castro le enviara. En ella el líder caribeño cerraba su mensaje preguntando al chileno: ¿Cómo podía ayudar La Habana? Y La Habana ayudó”.
“La información facilitada por López, que data del año 2018, es confirmada por el revolucionario cubano Manuel Graña, combatiente del M-26544. En este escenario específico, y tal como hemos dicho anteriormente, parecen coexistir múltiples líneas de acción para un mismo evento. Sin lugar a duda, hubo más de un plan, lo que confirma la idea de que las fuerzas unipopulares no pudieron generar un mando único y uniforme debido a sus constantes disputas hermenéuticas en torno a su doctrina”.
“Según el historiador Rafael Pedemonte, Juan Carretero habría trazado un plan de seguridad para defender al primer mandatario en caso de una sublevación, la que los cubanos pensaban inminente e inevitable. Carretero fue designado jefe de las operaciones secretas de La Habana para Chile y estuvo activo como agente desde los inicios del gobierno popular en 1970”.
“En las planificaciones elaboradas, consideró la entrega de armamento cubano a las estructuras armadas de los partidos de la Unidad Popular, las que incluían a la masa obrera. Bajo esta perspectiva, la existencia del barco y su arribo a mares nacionales cumple con la táctica expuesta y los objetivos trazados. Dentro de las directrices de Carretero se incluyó «la preparación de la escolta personal del presidente y el entrenamiento militar en la isla de más de mil militantes (…)”.
“Los hechos expuestos aquí encuentran su confirmación en el testimonio del analista político y agente cubano Domingo Amuchástegui, quien también menciona la existencia del polémico buque. «Chomi», como le llamaban sus cercanos, fue miembro del equipo de Manuel Piñeiro y estuvo activo en Chile durante parte del gobierno de la Unidad Popular (…)”.
“En conversaciones con nuestro equipo, ratificó la anuencia de Salvador Allende con respecto a este envío y corroboró el arribo de la nave a costas nacionales: Esa cantidad de armamento tenía que llegar por alguna vía y no podía ser por vía aérea. Por vía aérea ya se había mandado armamento, en cantidades pequeñas. Pero para equipar los cordones industriales ¿qué cantidad de armamento hacía falta? Había que mandar un señor barco, no un barquito […] Y se mandó un barco” (pág. 215).
El libro incluye algunos documentos anexos, entre ellos la versión de una reunión entre Volodia Teitelboim, dirigente del PC chileno, y Hermann Axen, miembro del buró político del Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA), el partido gobernante de la RDA, efectuada el 9 de agosto de 1973 en Berlín Oriental. Según, el texto, los comunistas alemanes recibieron de Teitelboim la información de que los revolucionarios chilenos contaban con el apoyo de un sector del Ejército encabezado por el general Prats.
Otro anexo es un artículo de Regis Debray, publicado en Le Nouvel Observateur, el 17 de septiembre de 1973, en el que relata su último encuentro con Allende y sus colaboradores cercanos, el 19 de agosto: “Allende veía hundirse uno a uno todos los medios para gobernar sustituyendo su soledad con puñetazos en la mesa y gritos monumentales hacia los generales que desfilaban uno tras otro, por separado, en su oficina. Cualquier otro que él habría caído hace mucho tiempo. Caminaba con descaro y mantenía de pie un poder que ya no era, mostrando un aplomo y una fuerza que ya no tenía”.
“Pero el rey estaba desnudo, tenía que terminar por saberse. Embriaguez fúnebre u obstinación sarcástica, Allende se dedicaba, con una flema de jugador de ajedrez, a sus maniobras tácticas que empezaba de nuevo todos los días. No me atreví, tampoco nadie lo hacía, a preguntarle: ¿de qué sirve? ¿Y cuál es la estrategia en todo esto? Hubiera sido de mal gusto. Cada uno sabía que se trataba solamente de ganar tiempo para organizarse, para armarse, para coordinar los aparatos militares de los Partidos de la Unidad Popular”.
La obra de Alessandri y Cancino reafirma la necesidad de que la izquierda mire la historia de frente. Eso es, finalmente, lo único que puede servirle. Taparse los ojos ante las verdades incómodas, o rendirse a la mitología, que adormece la capacidad crítica, es perfectamente inútil. El culto a la diosa Revolución fue una forma de ceguera que tuvo un costo devastador. El gobierno de la UP no es precisamente un ejemplo a seguir. Es lo que deberían entender quienes están gobernando.
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