Ganarle a la desconfianza. Por Ricardo Brodsky

Ex-Ante
Imagen: Agencia Uno

El mundo político -y muy especialmente el gobierno- tiene la obligación de devolverle la confianza a Chile y, gane el Apruebo o el Rechazo en septiembre, buscar nuevas vías para que podamos contar por fin con un acuerdo constitucional apropiado, que abra camino a las justas demandas sociales e identitarias expresadas en la Convención, pero que también fortalezca la gobernabilidad y garantice de mejor manera la igualdad, la libertad y la democracia.


¿Volverá a atrincherarse la derecha en su espacio de confort de imponerse el Rechazo a la propuesta constitucional en septiembre?

¿Dejará el PC y el Frente Amplio que, después de ganar todas las batallas, modifique el parlamento una Constitución que los interpreta, facilita su programa y estaría legitimada democráticamente por un plebiscito?

Son las dos preguntas claves, casi existenciales, que se hace la mayoría de los chilenos y chilenas que impelidos a pronunciarse sobre una propuesta binaria, y observando la las críticas y autocríticas de la Convención, dicen que quieren “aprobar para reformar” o “rechazar para reencauzar”.

Entonces, quizás sería hora de que los actores políticos digan sobre qué base textual se debería trabajar y qué se quiere reformar, cuáles son las normas aprobadas en la Convención que deberían asegurarse, cuáles modificarse y cuáles serían las alternativas al texto propuesto. Y entonces, quizás, si lográramos vencer el ánimo saturado de sentimientos tribales que nos encaminan al precipicio, podría el gobierno del presidente Boric ver la necesidad de liderar un movimiento, un giro transversal que reconociendo los avances de la Convención recoja las críticas y apunte certezas sobre los cambios que debieran venir en Chile después del 4 de septiembre, gane quien gane el plebiscito.

Esa sería la manera para el gobierno de aprovechar una crisis para reforzar su liderazgo, que de lo contrario quedaría muy dañado. Una manera pertinente de contener la grieta que separa a los chilenos y que la Convención, animada de una voluntad exaltada, no quiso o no supo hacer. Para ello sería bueno escuchar las palabras de los ex presidentes Ricardo Lagos y Eduardo Frei, que invitan a profundizar el debate constitucional después del plebiscito.

El asunto que nos mantiene en un diálogo de sordos es la desconfianza: la izquierda dice que es ingenuo suponer que la derecha va a concurrir a un acuerdo de reformas importantes si parte de su identidad ha sido bloquear todos los intentos de superar la constitución del 80. Por otro lado, también se cree que es una candidez pensar que se podrá reformar una constitución repleta de candados y legitimada por un plebiscito.

Los chilenos no deberíamos sentirnos condenados a la polarización. Es cierto que en Chile hay heridas y dolores que no sanan, pero siempre hay opciones, y si no se ven, hay que buscarlas por caminos imaginativos y razonables que permitan construir un denominador común, un sentido compartido para todas y todos. No se pide un milagro, no se pide una conciliación que ha fracasado por más de 30 años, se pide construir un texto mínimo satisfactorio que nos permita vivir juntos.

El mundo político -y muy especialmente el gobierno- tiene la obligación de devolverle la confianza a Chile y, gane el Apruebo o el Rechazo en septiembre, buscar nuevas vías para que podamos contar por fin con un acuerdo constitucional apropiado, que abra camino a las justas demandas sociales e identitarias expresadas en la Convención, pero que también fortalezca la gobernabilidad y garantice de mejor manera la igualdad, la libertad y la democracia.

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