El “whataboutismo”. Por Noam Titelman

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Imagen de un acto de conmemoración el pasado 11 de septiembre frente al ex centro de torturas de Londres 38. Foto: Agencia UNO.

Un mundo dominado por el whatabaoutismo es uno en que impera el cinismo total y en que nadie puede condenar el horror, porque todos son igualmente culpables. En algunos casos, para relativizar la barbarie del régimen de Pinochet, se la compara con los atropellos de otras dictaduras, pero el whatabautismo más repetido es intentar suavizar el horror hablando sobre el período previo al golpe y los problemas que trajo la polarización y que antecedió el 11 de septiembre de 1973.


El whatabaoutismo es una falacia argumentativa en que se intenta desacreditar las aseveraciones de un oponente acusándolo de hipocresía, sin refutar el argumento planteado.

Se dice que el término fue acuñado originalmente para describir una estrategia de propaganda empleada por la Unión Soviética. Así, cuando se acusaba a la potencia comunista de estar perpetrando atrocidades y atropellos a los derechos humanos tras la cortina de hierro, los jerarcas soviéticos contestaban con “what about” (y qué sucede con), en el que invocaban los males de la sociedad estadounidense como el racismo y la pobreza.

En algún sentido, esta estrategia es aún peor que el negacionismo, pues no busca negar la existencia del acto, sino relativizar su condena moral. Un mundo dominado por el whatabaoutismo es uno en que impera el cinismo total y en que nadie puede condenar el horror, porque todos son igualmente culpables.

En realidad, esta estrategia no se circunscribe solamente a los enfrentamiento de la Guerra Fría. Cotidianamente, los tiranos de diversas latitudes han empleado mecanismos similares. Incluso, a una mucho menor escala, en las disputas democráticas se ven candidatos que, a veces exitosamente, logran sortear escándalos propios apuntando alrededor.

En el Chile actual, el negacionismo puro de los horrores de la dictadura es relativamente escaso. Son pocos los que hoy se atreverían a negar los miles de detenidos desaparecidos, ejecutados políticos, torturados y exiliados. Tampoco son muchos los que negarían la responsabilidad directa y clara de las autoridades de la dictadura en estos hechos.

En cambio, lo que parece sobrevivir es el más sutil y tanto o más dañino relativismo del horror. Escondido en un mensaje de “ponderación”, como lo llamó el consejero Luis Silva, se observa asomar la justificación.

En algunos casos, para relativizar la barbarie del régimen de Pinochet, se la compara con los atropellos de otras dictaduras, pero el whatabautismo más repetido es intentar suavizar el horror hablando sobre el período previo al golpe y los problemas que trajo la polarización y que antecedió el 11 de septiembre de 1973.

Por supuesto, hay mucho que discutir sobre las causas del golpe y la irresponsabilidad de varios liderazgos de la UP. Buena parte de la reflexión de las izquierdas después del 73 se trató de eso mismo. Estas reflexiones y autocriticas son las que dieron luz a la renovación socialista y su férreo compromiso con la democracia.

Pero explicar no es justificar. Nunca, en ninguna circunstancia, se justifica un quiebre democrático y los que lo llevaron a cabo deberán cargar con la responsabilidad de haber tomado esa decisión.

Insistir en que no existe justificación posible al golpe de Estado es, en última instancia, el único remedio para no repetir los errores y horrores del pasado. No es coincidencia que en un período en que, según las últimas encuestas CEP, ha caído fuertemente la valoración de la democracia, también ha aumentado la justificación del golpe, como lo muestra la encuesta CERC-MORI.

Las democracias son mucho más frágiles de lo que parece. A la democracia hay que defenderla todos los días. Eso incluye no permitir que se imponga el whatabaoutismo y el relativismo moral.

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