El notable historiador italiano Enzo Traverso, publicó su último libro con el sugerente título “Melancolía de izquierda”, obra que busca proponer una nueva inspiración para la izquierda mundial, y que ha sido duramente comentado por la cientista política argentina Claudia Hilb, autora de diversos textos entre los cuales el muy recomendable “Usos del Pasado. ¿Qué hacemos con los setenta?”.
Cuando en el país se empiezan a conmemorar los 50 años del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, resulta interesante acercarse a esta discusión que toca aspectos claves sobre la manera en que la izquierda puede o no conmemorar un evento fundamental en la construcción de su identidad actual.
Por más nostalgia que la vieja y nueva izquierda sientan por la épica los sesenta y parte de los setenta, no puede eludir el hecho histórico del fracaso del socialismo realmente existente, hecho que tras una larga serie de errores y horrores se verificó en 1989 con la caída del muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética y de todo el llamado campo socialista de Europa central y del este.
Entonces, Traverso propone que la izquierda conserve el sufrimiento por la pérdida (el duelo) junto con el recuerdo vivo del placer militante pasado. Si la izquierda puede sentir satisfacción, es por las muchas luchas que ha protagonizado y los muchos descalabros en que sus gestas la han dejado del lado correcto, o al menos del lado de las víctimas. O sea, en otras palabras, quedarse con el recuerdo placentero de haber sido actores de una lucha épica por la justicia y la igualdad, haciendo, sin embargo, en una operación intelectual un tanto cínica, la vista gorda del resultado concreto de esas luchas allí donde fueron exitosas.
Porque, digámoslo derechamente, no hay de qué sentirse orgullosos de regímenes totalitarios como el estalinista o de dictaduras personalistas como las de Corea del norte, Cuba o Nicaragua. Pero sí se puede estar orgullosos de las luchas por la democracia, la defensa de los trabajadores y en el caso particular de Chile, de la historia del movimiento popular y el martirio del presidente Allende.
Al decir de Hilb, esto “nos llevaría a la extraña situación de poder reivindicar solamente las derrotas y los derrotados, porque solo ellos -si no sobrevivieron a ellas, si no pueden ser cómplices de los regímenes de opresión a los que dieron lugar las victorias- son inalcanzables por el destino feroz de las utopías comunistas, convertidas en regímenes de dominación total”.
De acuerdo a esto, la reivindicación melancólica de la Unidad Popular -dado su fracaso o derrota- puede -y de hecho está siéndolo- ejercerse en plena forma. La “nueva” izquierda y posiblemente parte del gobierno puede terminar apostando a encontrar en ella (en la reivindicación melancólica de la UP) el combustible para hacer frente al presente y proyectarse al futuro.
Las conmemoraciones oficiales del “once” quizás vayan por ese lado. La tentación de reivindicar “otro Chile que pudo ser posible”, no sujeto a la prueba ni a la evidencia, pero que otorga una sensación de superioridad moral, de haber estado en el lado correcto de la historia, de pertenecer a esa humanidad que marcha de frente y con la vista en alto hacia un destino ejemplar, esa tentación es demasiado encantadora, nos hace sentir demasiado cómodos, como para desecharla.
La cuestión entonces es si, en este cincuentenario del golpe, la izquierda debe refocilarse en esa melancolía autocomplaciente o, por el contrario, las nuevas generaciones de la izquierda tienen el deber de volver a pensar, de definir caminos que si llevan al éxito no terminen en dictaduras opresivas y si llevan al fracaso, no sean fuente de renuncias.
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