Transcurrido ya un mes desde el inicio del año escolar, aún hay 880 niños de nuestro sistema educacional que no han podido ingresar a clases. Un bochorno descomunal.
La cifra exacta recién se pudo conocer hace un par de días. Cuando, en marzo, se supo que había niños del sistema de educación pública sin matriculas por “exceso de demanda”, y se estimaba un número cercano a 3 mil estudiantes afectados por esta situación. Por ese entonces, la Subsecretaria de Educación indicó con una insoportable levedad que “la cifra debe andar por ahí”. No aclares, que oscurece. Indolencia política y educativa, especialmente gravosa para una generación como la del Frente Amplio, que hizo de la educación su gran causa para arribar al poder.
Este problema de “exceso de demanda” se habría provocado por la interacción de dos componentes del sistema: la oferta insuficiente de matrículas que proveen los establecimientos para dar cabida a la demanda por admisión en algunas zonas del país y la tómbola -porque eso es- conocida eufemísticamente como Sistema de Admisión Escolar (SAE).
Un sistema fracasado, en parte, por el ideologismo que impide a los autores del SAE reconocer que ningún sistema que pretenda centralizar las postulaciones de los padres y apoderados en el Ministerio de Educación, podrá reemplazar el rol de los padres en determinar la mejor opción educacional para sus hijos.
El tema es más profundo de lo que parece y, como diría Hayek, remite a esa fatal arrogancia del planificador central, algo similar a lo que aconteció en el Transantiago: un grupo de técnicos iluminados estima que, desde un escritorio, sus modelos predictivos y de agregación de preferencias son capaces de reemplazar la coordinación espontánea que se produce entre un oferente y un demandante de un bien o servicio. ¿El resultado? El mismo: implementación desastrosa y puesta en marcha costosa, muy costosa. Miles de millones de dólares en el Transantiago y, días, semanas y finalmente un mes, quizás más, de pérdida de clases, conocimiento y estimulación temprana de miles de niños.
Pero el problema no es tan solo de la tómbola, sino también de falta de matrículas que antes proveía el sector particular subvencionado. Antaño, si los apoderados consideraban que la oferta de educación pública era insatisfactoria para sus requerimientos y expectativas, al menos estaba la opción de matricular a los niños en un colegio particular subvencionado, pero la desastrosa reforma de educacional de Michelle Bachelet II, ha tornado prácticamente imposible, por la infinidad de restricciones legales que impone, la apertura de nuevos establecimientos educacionales de ese tipo, por más que éstos se necesiten.
De más está decir que la gran mayoría de los “expertos” que validaron la idea de la tómbola, también promovieron con entusiasmo la reforma educativa de Bachelet II, que cercenó la educación particular subvencionada. ¿Cuándo se harán responsables del engendro educacional que construyeron? Los niños no son ratas de laboratorio para experimentar sus modelos de planificación central encubiertos de justicia social. Porque por supuesto, los hijos de los expertos estudian en la educación particular pagada. En esto, la experimentación, corre siempre para los más pobres.
Fue en este contexto de desesperación, rabia y frustración que las familias víctimas de la negligencia estatal confrontaron al Seremi de Educación de Atacama, una de las regiones donde el problema de la falta de matrículas se expresaba con mayor intensidad. Gracias a una grabación de uno de los participantes de la manifestación, fuimos testigos de una de las escenas más dantescas de la administración gubernamental frenteamplista.
Mientras un joven y su madre exigían una explicación al Seremi por el hecho de que, pese a contar con excelentes calificaciones, la tómbola sólo le ofreció un cupo en un colegio malo, colmado de delincuentes y muy distante de su hogar, el Seremi ofrecía como respuesta una batería de frases hechas respecto a temáticas como el “efecto par”, la segregación, la exclusión y la desigualdad. Poniendo énfasis en la idea de que su deber es asegurar la “igualdad”.
Pocas veces la frase de Lord Acton “La más sublime oportunidad que alguna vez tuvo el mundo se malogró porque la pasión por la igualdad hizo vana la esperanza de libertad”, cobró tanto sentido.
De las múltiples decepciones que ha dejado este Gobierno del Frente Amplio, la educacional, es, probablemente, la más irritante de todas. Ésta pasará a ser la real “deuda histórica” de un sector político con la educación del país.
Pensar que fueron los dirigentes frenteamplistas y los manifestantes en Plaza Italia y Plaza Ñuñoa, quienes vitoreaban y cantaban con alto parlamente esa canción de Los Prisioneros relativa a las injusticias de nuestro sistema educacional: El baile de los que sobran.
Sin embargo, hoy son los 880 niños a quienes han impedido su derecho a la educación, quienes con total propiedad podrían cantarle al Gobierno, la misma canción: “A otros dieron de verdad esa cosa llamada educación”.
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