En el siglo 8 antes de Cristo, Homero describe en la Odisea el mito de Ulises. Finalizada la Guerra de Troya, Ulises se embarca en su travesía de regreso a su natal Itaca. En su periplo, tuvo la desventura de pasar por los dominios de las sirenas. Éstas, a través de su canto, hechizaban a los navegantes, con el propósito de hacerlos naufragar.
Para evitar caer en el embrujo de los cantos de sirena, Ulises siguió el consejo de la diosa Circe y ordenó que todos los hombres de la tripulación taparan sus oídos con cera para evitar oírlas. Por su parte, Ulises no tapó sus oídos, pero ordenó a su tripulación ser atado a un mástil, para así también resistir el embrujo.
Ulises al escuchar el canto, experimentó la tentación, por momentos quiso ir junto a las sirenas, pero fue capaz de ordenar a sus tripulantes que reforzaran las amarras de su atadura al mástil. Gracias a esto, se sobrepuso a la melodía de las sirenas, sin sufrir daño alguno y pudo continuar su destino: el retorno a Itaca.
¿En qué se relaciona el viejo mito de Ulises con el rol del Partido Republicano y el Consejo Constitucional? La lección del mito es que en determinadas circunstancias “atarse a sí mismo”, como lo hizo Ulises frente a las sirenas, es una estrategia adecuada cuando la debilidad de la voluntad puede impedirnos alcanzar nuestras metas. Como señala el filósofo político noruego John Elster: “atarse a sí mismo es llevar a cabo cierta decisión en el tiempo T 1 para aumentar la probabilidad de llevar a cabo otra decisión en el tiempo T 2 ”.
Los republicanos, al ser la fuerza política eje del Consejo, deben entender -a la usanza de Ulises- su rol en el órgano constitucional como un test de auto restricción, con el fin de protegerse a sí mismos contra la previsible tendencia humana a sucumbir ante los excesos y abusar del poder.
Sin ir más lejos, los convencionales constitucionales del fracasado proceso, rechazado por un 62% de los chilenos, no fueron capaces de atarse al mástil, en forma y fondo. Fueron esclavos de sus propias pasiones. Pensaron erróneamente que una mayoría electoral circunstancial los dotaba de legitimidad para impregnar el texto constitucional de las pulsiones refundacionales más radicales, alentados por los cantos de sirena de un cúmulo de colectivos y agrupaciones de corte identitario.
Sucumbieron al embrujo y no fueron capaces de arribar a puerto. A consecuencia de la falta de autocontrol, hoy los liderazgos de izquierda de la fallida Convención 1.0 habitan en una suerte de purgatorio político.
Para botón de muestra, la nueva causa de Jaime Bassa pareciera reducirse a denunciar los presuntos privilegios que implica que a un consejero se le sirva un simple café en el hemiciclo, mientras Baradit intenta contrastar el origen familiar y social de Elisa Loncon con el de Beatriz Hevia y la propia Loncon se aboca a justificar administrativamente su controvertido año sabático acusando discriminación. En definitiva, pura frustración, resentimiento y victimización.
Por cierto, caer en el embrujo de las sirenas, no es una falta privativa de los liderazgos de izquierda. A modo de ejemplo, señalar que Pinochet fue un estadista digno de admiración, como lo hizo Luis Silva, uno de los mejores cuadros de los consejeros electos por el republicanismo, ad portas de que se iniciara el trabajo del nuevo Consejo Constitucional fue, sin duda, desviarse del camino de Ulises.
De hecho, en menos de una semana, la confianza en los consejeros del Partido Republicano descendió de un 49% a un 40% conforme a datos de Plaza Pública Cadem. Abriendo de paso, una ventana de oportunidad para que el Ejecutivo pudiera revisitar el añejo clivaje autoritarismo/democracia, el que estaba siendo ampliamente superado por una nueva configuración política derivada del plebiscito de salida Apruebo/Rechazo.
Ahora bien, el ejercicio de auto restricción de Ulises no debe en ningún caso ser homologado a impostura o falta de convicciones. Todo lo contrario, la convicción de Ulises era tal, que fue capaz de mitigar el efecto de sus instintos y deseos. La política no es otra cosa que la adecuación de principios a una realidad contingente. Pero para que esa adecuación sea eficaz, debe racionalizarse: evitar que el fundamento de decisión sea la mera voluntad, no deliberada.
Para finalizar, no viene mal, recordar que las propias constituciones debieran ser entendidas como cadenas con las cuales las sociedades se atan a sí mismas en momentos de sensatez para evitar perecer, cuando en un futuro se pudiera extraviar la lucidez. Adicionalmente, las cartas magnas, no son otra cosa que una restricción al poder político, para así evitar que éste sea usado de manera arbitraria en el futuro.
La metáfora de Ulises, entonces, es una guía u orientación que vale la pena recordar. En los textos clásicos, a menudo encontramos, a raíz de las grandes interrogantes del pasado, las mejores respuestas a los desafíos del futuro.
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