-Su libro “La democracia en Chile” plantea que el país siempre se ha hecho la pregunta sobre nuestra democracia, sobre su calidad y cuán democráticos somos. ¿Cómo visualiza la democracia actual, luego del estallido, de la pandemia y ahora preparando una nueva Constitución? ¿La ve enferma o sana?
-Una democracia frágil, cuyos mecanismos se emplean crecientemente para minarla. Como que se vive de rentas y no solo en lo económico, sino que de la solidez relativa de las instituciones de la nueva democracia inaugurada en 1990, pero que al mismo tiempo se van desgastando. Existían debilidades estructurales más allá de las de cualquier democracia consolidada. Pero, ¿dónde no se da el mismo panorama en América Latina? Después de 200 años de repúblicas, estas acostumbran a producir sismos por responsabilidades propias.
-Algunos expertos han dicho que la Convención, al pasar a llevar la regla de dos tercios para las normas constitucionales, no sólo infringe el artículo 133 que dio origen a la misma Convención sino que daña la certeza jurídica que es una de las bases de la república. ¿Es así de grave?
-Gravísimo. Se aproxima un golpe blanco. Es leer los documentos constitucionales al revés, con mala fe. Toda Carta requiere una mínima Buena fe, de que todos la lean (casi) de la misma manera, y que los debates sobre su contenido no alcancen para desfigurarla de manera radical. Es lo que se está haciendo con la reforma constitucional que se acordó el 15 de noviembre.
-Carlos Peña ha dicho que el debate de fondo es si la Convención es heredera de la transición y de la democracia reciente, con todos sus defectos; o en cambio, es una ruptura, un poder constituyente en sí mismo, que no le debe respeto a la constitución actual. ¿Cuál es su opinión al respecto?
-La transición en términos generales estuvo en la tradición de las gravitaciones desde regímenes autoritarios a la democracia, como en tantas partes del mundo. Muchas veces, desde la comodidad de las garantías aseguradas, se desmonta el pasado como traición en nombre de un purismo inexistente. En Alemania fue lo que la generación rebelde del 68 intentó hacer con la república de Bonn, sin éxito, cuando era de mal gusto criticar a la Alemania comunista, la del Muro. Las épocas de consolidación y estabilidad no comprenden a los tiempos de crisis del pasado; existe un olvido interesado y se minimiza lo que fue el desafío totalitario. Por eso no fue ni lo uno ni lo otro, sino que la precariedad intrínseca de la democracia en América Latina. La mayoría de la convención intenta transformarla en una “asamblea popular”, la antesala del César o de Stalin.
-En su columna de El Mercurio, “Cuitas de la derecha”, usted lamenta el desdén, la hostilidad y la desconfianza de la derecha hacia el mundo de las ideas. ¿Cree que eso se ve reflejado en la estrategia de Sichel?
-Fue a raíz de declaraciones quizás casuales de la jefa de campaña, que sin embargo afincan en una antigua tradición de la derecha. En el momento actual, falta “calle”; en el largo plazo, le cuesta explicar para qué existe, aunque no por falta de argumentos. Solo que estos muchas veces no los conoce la dirigencia de derecha.
-En la pregunta “quien cree que será presidente” de la CEP, Boric le saca una ventaja no menor en términos estadísticos a Sichel. En la Cadem también. ¿Por qué este último no logra repuntar en las encuestas? ¿Le falta a su campaña una mayor densidad? ¿Es un candidato que sólo apuesta al marketing?
-La tentación perenne de la derecha ha sido el marketing, desde 1938. Es engañoso. Fue sorprendente la votación de las primarias, hay que reconocerlo. En estos momentos, con todo, se percibe una debilidad en la estrategia de comunicación. Sencillamente, que la posibilidad real, no teórica o de argumentos de peso, de lograr una respuesta positiva en las demandas consiste en una persistencia con reformas del sistema que permitió dar un salto de progreso en Chile. Falta otorgarle un sentido de futuro que no sea solo material.
-A la derecha le fue mal en las elecciones de convencionales y la última encuesta CEP refleja una caída en la gente que se declara de derecha. Usted ha escrito que la derecha a veces se queda paralizada y puede despertar en una “pesadilla”. ¿Eso sería un probable triunfo de Boric, una pesadilla hecha realidad?
-Así es. Si Boric se mantiene fiel a la democracia en su modelo central, aquella representativa y acompañada al desarrollo económico y social, también va requerir de una derecha fuerte. En los 1990 y la primera década del siglo XXI la estabilidad estuvo lograda por una izquierda democrática que gobernaba y una derecha fuerte; cuando los papeles se intercambiaron las cosas se fueron empantanado. También se requiere de una derecha autoconsciente si un Boric triunfante se tienta por el modelo de movilización populista y radical.
-¿Qué daños o riesgos provoca Kast a la derecha y la candidatura de Sichel? ¿Diría que Sichel no convence al voto duro de derecha, que terminaría votando por Kast?
-La de Kast es otra derecha con su legitimidad. Si tiene buena votación parlamentaria sería un suicidio para ambas.
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