Julio 2, 2022

El espíritu constituyente: Una oportunidad perdida. Por Kenneth Bunker

Ex-Ante

El texto fue escrito desde la revancha, y con actitudes seudo autoritarias. Se excluyó a sectores políticos completos del proceso y se adoptaron reglas que no se adoptaría en ninguno de los países de los cuales se ha mencionado que podrían servir de modelo para Chile. Es, para efecto de toda evaluación técnica, un fracaso.


El proceso constituyente tuvo todo a su favor para llegar a buen puerto. Partió con el apoyo de toda la clase política en noviembre de 2019, lo fue confirmado por la gran mayoría de las personas en el plebiscito de entrada de octubre de 2020, y se comprobó por tercera vez en la elección de constituyentes de mayo de 2021. Tres hechos que en secuencia retrospectiva muestran la fuerza detrás de la demanda de la gente por cambios reales y profundos.

Nadie en ese entonces hubiese creído que por estos días la situación sería radicalmente diferente. Ocurre que han pasado muchas cosas desde entonces, pero ninguna más destructiva para las prospectivas de una nueva Constitución que los propios constituyentes.

Ocurre que desde el 4 de julio de 2021, han hecho todo posible para alejar a las personas del proceso. La expectativa era que trabajarían para unir a los chilenos. Pero todo lo que han hecho desde que asumieron ha sido para dividirlos.

La propuesta constitucional destaca por ser polémica, por ser distinta, por atreverse a proponer cosas que en ninguna otra parte del mundo se han propuesto. El texto es innovador y temerario. Y quizás por eso, no deja a nadie indiferente. Obliga a las personas a tomar posición, y como muestran las encuestas hasta ahora, cerca de la mitad de las personas ha tomado posición en contra. Si no hubiese sido por los constituyentes, estos constituyentes, el proceso podría estar en un lugar muy diferente.

Pero no debe venir como sorpresa. A partir de los resultados de la elección de constituyentes, que le dio una amplia mayoría a la izquierda (muy por sobre los dos tercios necesarios para legislar unilateralmente), ya era previsible que podría ocurrir algo así.

La primera evidencia vino del constituyente de izquierda Daniel Stingo, cuando en la víspera de su victoria electoral sostuvo en TVN que los grandes acuerdos los fijaría su sector político y que los demás se tendrían que conformar. En una actitud seudo autoritaria, siguió, comentando a viva voz que todos, menos la derecha, participarían de la redacción del texto. Una declaración de la cual nunca se ha retractado.

Lo cierto es que lo que dijo Stingo se cumplió. Fue la izquierda la que redactó el texto. La derecha apenas participó. Eso se sabe porque menos de un cuarto de los artículos que el sector propuso en comisiones llegó al pleno.

Aunque algunos maliciosamente quieran hacer pensar que la derecha sí participó de la redacción del texto, simplemente no es el caso. Si una fracción de lo que propuso llegó al pleno, y en el pleno se le rechazaron los pocos artículos que llegaron, ¿cómo se puede sostener que participó? Este es un punto importante. Pues, cuando se debatan las razones de por qué el texto se rechazó, o por qué hay tanto descontento con el texto que se aprobó, la principal razón será por la estrechez de mente de sus autores.

El principal problema de los constituyentes se encuentra en su espíritu refundacional. Los deseos de echar todo abajo y reconstruirlo superaron toda racionalidad. En vez de examinar lo que no funcionaba y reemplazarlo, los constituyentes operaron desde la emocionalidad, aprobando normas que ningún otro país del mundo ha siquiera pensado.

Ahora bien, el problema del texto no es solo que las normas por sí solas no tienen sentido, sino que las normas en su conjunto no tienen sentido. El espíritu refundacional de los constituyentes los llevó a proponer una mezcla inédita de instituciones, pero que con la poca teoría que existe para enmarcar el experimento, ya se puede adelantar los problemas que traerá de aprobarse.

El espíritu refundacional tiene algunos antecedentes en intelectuales de izquierda, pero la verdad es que la fuerza viene de la calle; de los movimientos sociales y la marginalidad. Los constituyentes debutaron con ese sentido, como se demostró en su primer día de trabajo, cuando recibieron a la orquesta juvenil que interpretaba el himno nacional entre pifias y burlas.

Pero el éxito final del espíritu refundacional es obra de la izquierda institucional, liderada por el Partido Comunista, Fernando Atria y Jaime Bassa, que lograron por medio de subterfugios legales mover la dirección del registro legal hacia su patio trasero. No es casualidad que todo se quiera echar abajo ni que se haya excluido a la derecha. Es parte del plan.

Por supuesto, el texto resultante no es diseño de solo dos personas. Fue una combinación de varias personalidades que conjugaron en el mismo lugar en el momento preciso. No se podría explicar, por ejemplo, la violación de principios básicos de justicia representativa y electoral si no fuera por el simbolismo que introdujo Elisa Loncon al comienzo del proceso.

Los pueblos originarios deben ser representados, pero no más de lo que corresponde. Lo que propone el texto constitucional es sobre representarlos desproporcionadamente al punto a que tienen el control sobre una serie de materias que derechamente no les corresponde. Pero los constituyentes exitosamente lograron instalar la idea de que es eso o nada.

Tampoco se podría explicar el texto sin tomar en cuenta el rol de las bravas barras, los grupos más mediáticos, con más presencia en redes sociales, y que recibieron instrucciones directamente desde arriba. Es el caso de Stingo, que siguió la pauta hasta el final.

Pero quizás es mejor identificar este grupo con constituyentes como Jorge Baradit, que sin capacidades técnicas ni intelectuales logró instalar temas dentro de la Convención, alentando a los independientes relacionados con movimientos sociales a votarlos a favor ante la amenaza de ser identificados con la derecha. No es por desmerecer el rol de los independientes de izquierda, pero lo que sugiere la evidencia es que se plegaron a lo diseñado por otros.

El texto es deficiente en tantos aspectos que no es posible mencionarlos todos en este espacio. Pero tampoco es necesario.

Basta entender cuál fue el espíritu detrás de la redacción del texto para imaginar su calidad. Por supuesto que hay que leer cada uno de los artículos y proyectar el efecto que tendrán sobre la realidad chilena. Pero es imposible dejar fuera de la ecuación la noción de que fue escrito desde la revancha, y con actitudes seudo autoritarias. Se excluyó a sectores políticos completos del proceso y se adoptaron reglas que no se adoptaría en ninguno de los países de los cuales se ha mencionado que podrían servir de modelo para Chile. Es, para efecto de toda evaluación técnica, un fracaso. Una oportunidad perdida.

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