Sobre las razones para votar rechazo o apruebo en el plebiscito ya está todo dicho, no hay argumentos nuevos que poner sobre la mesa y al parecer la ciudadanía ya tiene un juicio formado. Solo queda esperar el veredicto de la urna.
Más allá de lo que señalan las encuestas que favorecen al rechazo, el resultado es incierto y la pregunta que flota en el ambiente es qué pasará el día después.
No veo en el horizonte después del plebiscito un camino expedito y rápido que permita reanudar el proceso constituyente si gana el rechazo, aunque es la única esperanza de que ello pueda suceder. Para todos los efectos prácticos, el triunfo del apruebo significará la adopción definitiva del texto aprobado por la convención. En consecuencia, el panorama no es alentador.
Pienso que el camino más razonable sería que el congreso haga la reforma a la constitución y que su propuesta sea sometida a referéndum ratificatorio donde para ser aprobada se requiera un alto porcentaje de los votos y de participación.
Por ahora, reina un clima que yo llamaría de “falsa concordia” donde todos los sectores políticos tratan de exhibir su mejor comportamiento, escondiendo sus figuras más tóxicas, llamando a la unidad a partir del 5 de septiembre y a buscar acuerdos para modificar (ex post en el caso del apruebo) algunos de los aspectos más cuestionados del borrador. Todo ello bajo la tesis de que el proceso constituyente no termina con el plebiscito de salida.
Pero eso es un espejismo, inconsistente con el mar de fondo que rodea todo este proceso que comenzó con el estallido social. Para el oficialismo está en juego la sobrevivencia de su proyecto refundacional. Para las fuerzas del Apruebo el rechazo representa la “contrarrevolución” y su triunfo una derrota de proporciones épicas que posiblemente terminaría con la salida del Partido Comunista de un gobierno herido en su “alma” y muy debilitado.
Gabriel Boric ha dicho que en tal caso convocaría de inmediato a un nuevo proceso constituyente, pero del dicho al hecho hay un gran trecho. Porque ello requiere de una reforma a la constitución actual, que continuaría plenamente vigente, es decir de un acuerdo en el Congreso capaz de conseguir el quorum de cuatro séptimos.
Como en todo, el diablo está en los detalles. En teoría, la idea abstracta de convocar una nueva convención constitucional parece contar con un amplio respaldo parlamentario. Sin embargo, no ocurrirá lo mismo tratándose de su composición, fórmula electoral, lista de candidatos, rol de los partidos políticos, lista de candidaturas independientes, inclusión de “expertos”.
¿Podrán ser candidatos los ex convencionales?
¿Se volverá a aplicar el concepto de Atria de la “hoja en blanco” que obliga a inventar una constitución desde cero? ¿Acaso no fue ésa una de las causas del fracaso de la convención?
Por otra parte, creo muy poco probable que los partidos políticos representados en el congreso vayan a aceptar ir a una convención “ciega”.
Me explico. Nadie querrá sorpresas ni repetir los mismos errores que llevaron al fracaso de la convención. Esta vez tendría que existir un acuerdo político sobre unos “mínimos comunes” para el diseño del sistema político y el orden económico que emerja de la nueva convención. Lo que obliga a una negociación política previa a la aprobación de la reforma constitucional habilitante para una nueva convención constituyente, tarea muy difícil y compleja que tomará su tiempo.
Negociaciones que se desarrollarán en un clima tenso de protestas y descalificaciones por los sectores que se sentirán marginados, especialmente los ex constituyentes y grupos afines, que denunciarán la “cocina” de la elite que torció, junto al empresariado y los medios de comunicación, la voluntad del pueblo con “fake news”.
Esta vez las decisiones no se tomarán al filo de la madrugada, bajo apremio, en medio de la violencia desatada, con un presidente en estado de pánico y se buscará la forma de que la composición de la convención sea lo más simétrica posible con la representación que los distintos partidos tienen en el congreso.
Además, hay que considerar que una vez conocido el resultado del plebiscito se producirá inevitablemente un cambio radical en el estado psicológico de los triunfadores que pondrá a prueba la sinceridad de las promesas y compromisos contraídos durante la campaña.
Aquello de aprobar para mejorar o implementar fue un recurso electoral de ultima ratio para tratar de arrancar una victoria de las fauces de la derrota y si gana el apruebo será prontamente archivado o relativizado.
Con la sartén por el mango el espíritu conciliador generoso y patriótico de los ganadores se relativiza. Como el infartado que come sano mientras esta asustado y cuando lo dan de alta vuelve a sus viejos malos hábitos.
También, saldrán del closet algunos de los líderes más extremos que tanto la izquierda como la derecha “cancelaron” durante la campaña que querrán, legítimamente, retomar el protagonismo que aceptaron no ejercer por pragmatismo.
De todo lo anterior se deduce que el “postparto” será un tiempo muy difícil e incierto y que probablemente se dará en medio de una crisis política en el gobierno con reajustes y cambios en el gabinete y en la coalición.
¿Qué pasará con el estado plurinacional? Uno de los aspectos más controvertidos en el debate constitucional. Los pueblos originarios defenderán con dientes y uñas lo que consideran logros históricos y no aceptarán cambios ni retrocesos; en esto contarán con el apoyo del Partido Comunista y del Frente Amplio y de organizaciones sociales y grupos movilizados.
Si gana el apruebo, el gobierno saldrá tremendamente fortalecido y la presión por avanzar sin transar será irresistible incluso para el propio Gabriel Boric. Pretender hacer cambios relevantes y sustantivos como los que se necesitan a una constitución recién aprobada por el pueblo en un plebiscito será muy difícil sino imposible.
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